Opinión/Carlos Gutiérrez Fernández
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HACIA UNA SEGURIDAD DEMOCRÁTICA 1/3.
Los modelos tradicionales de policía y orden social han quedado superados ante los retos contemporáneos.
Atrás deberían quedar aquellos símbolos de poder absoluto, arbitrariedad, prepotencia y obscuridad que englobaban a las policías, arraigado por décadas en México y Latinoamérica como el prototipo de autoridades que actuaban fomentando la justicia y la paz social, justificando el abuso y atenuando la corrupción como males necesarios “daños colaterales” que permitían la eficacia de sus acciones.
Los que pertenecen a aquella vieja escuela, con independencia de la institución, de su actividad y de la edad, descalifican instantáneamente cualquier impulso de cambio; a quienes no se adaptan e incorporan al viejo modelo y lo honran como ellos, se les atribuyen falta de experiencia, inocencia, desconocimiento, ingenuidad y hasta cobardía. Son los verdaderos policías con experiencia quienes, dicen, “saben” enfrentar a los delincuentes, “conocen” las calles, y permiten generar el tan indispensable orden social.
Aquellos expertos en el viejo modelo policial que operan las actividades de seguridad, se han encargado de mitificar su actividad, ocultando cual magos sus secretos profesionales. Esto ha permitido convalidar la recurrente apuesta por la “experiencia” en la designación de mandos y titulares de las diferentes oficinas gubernamentales encargadas de tareas de seguridad y procuración de justicia, agudizando el fenómeno, no solo al tolerarlo sino incentivándolo.
Encapsular las prácticas policiales como secretos profesionales, provoca un sinfín de consecuencias nocivas, la actividad de prevención y persecución del delito que daña tanto a la colectividad, se vuelve paradójicamente, lejana a la sociedad, oculta, mística y por ende comúnmente proclive a los excesos, abusos e ilegalidades.
Aparece entonces lo que podemos calificar como caricaturización policial, aquellas personas uniformadas, portando visiblemente las armas de fuego más intimidatorias que se encuentren a su alcance, con gestos y actitudes rudas, tajantes, cercanas a lo arbitrario y soberbio, utilizando un lenguaje plagado de palabras claves y números, que al más puro estilo cinematográfico pretenden generar respeto en base al temor y lo obscuro y ajeno de su actividad.
Uno de los ganchos para ser respetados, es la narrativa hipnotizante y entretenida de monólogos sobre “casos de éxito” de estos en su actuar; los detalles por ejemplo, en que cierta ocasión intercambiaron disparos de arma de fuego, protegieron a personas débiles enfrentando a peligrosos delincuentes o impidieron aquel cuantioso robo; evidentemente ninguno alardea de las malas y nocivas conductas, aquellas que a través de su criterio, talvez, favorecieron en el pasado, a esos mismos criminales por errores de legalidad en sus actuaciones, corrupción o negligencia.
Se puede sostener que la negligencia, corrupción y arbitrariedad que engloba el actuar de todas aquellas viejas prácticas policiales fomentan y expanden por mucho, el estado de cosas violento y la impunidad en una región.
Pensemos en un grupo de jóvenes conduciendo un vehículo en estado de ebriedad a los 17 años, acosando a una mujer en la calle con palabras obscenas e insinuaciones sexuales a los 18, robando en un pequeño supermercado a los 22, provocando una pelea y causando lesiones graves en un bar a los 24; en todos los anteriores supuestos la respuesta de las instituciones de seguridad es fundamental para la expansión y/o contracción delictiva.
La constante reacción bajo el viejo y nefasto esquema policial, será en la mayoría de los casos, mostrar la fuerza violenta que les legitima su actuar como autoridades, en el lugar de los hechos investigar que sucedió, intimidar a quienes están involucrados, incluyendo víctimas y testigos, y de inmediato realizar un juicio instantáneo y arbitrario de las consecuencias jurídicas del hecho. La capacidad económica de los agresores para “arreglar el problema” será fundamental para el desenlace, pero también la empatía de estos primeros respondientes con quienes delinquen.
En la calle, sin capacidad de supervisión podrán elegir, por un lado, el cauce legal que entre otras consecuencias pondrá en el radar criminal a los infractores, y por otro, el perdón equivalente al “aquí no pasó nada”. No sin antes mostrar la fuerza que les deposita el Estado y el poder omnipotente de sus decisiones.
La realidad es que, si bien la experiencia es fundamental en tareas y estrategias de seguridad al ser un tema prioritario y no estar sujeta a experimentos, existen personas a las que les resultará imposible desarraigarse del viejo modelo y prácticas, por lo que la formación permanente de nuevas generaciones policiales y la no contaminación resulta fundamental.
La simulación policial, instalada en esos personajes previamente descritos, resulta no solo peligrosa sino un catalizador delincuencial. Por tanto, es indispensable desterrar aquellos modelos policiales del pasado, transparentar la actividad policial y sobre todo entrelazarla con la sociedad, quien invariablemente no solo se verá favorecida sino interesada en el mejoramiento constante de estrategias contra el adversario común.
Hablamos entonces de transitar hacia un nuevo esquema de seguridad democrática…
--continuara 1/3--