Observador ciudadano/Enrique Bautista Villegas
OPORTUNIDAD DE CAMBIO Y RIEGOS ELECTORALES.
Le elección presidencial del próximo 1º de julio será la sexta ocasión en que los mexicanos depositen su voto para elegir presidente de la República a partir de la llegada al poder de Miguel de la Madrid. Fue durante su gobierno que se impulsó el cambio de modelo de desarrollo económico nacional; del llamado desarrollo estabilizador al modelo conocido como neoliberal, cuyos principios han definido desde entonces el rumbo de la política económica nacional.
Mientras que el primero se caracterizó por mantener el mercado nacional relativamente cerrado al exterior a través de la sustitución de importaciones, pero indujo a un crecimiento económico sostenido de la economía nacional por encima de los índices de crecimiento de la población durante todo el período post revolucionario, el segundo se ha caracterizado por una apertura casi total de nuestros mercados a la competencia internacional con resultados desafortunados para la población. El modelo adoptado a partir de 1982 ha significado una reducción sostenida en los índices de crecimiento económico anuales a lo largo del período respecto a los registrados durante el período del desarrollo estabilizador; además se ha registrado una concentración cada vez mayor de la riqueza en pocas manos, el empobrecimiento de la mayor parte de la población del país, el desmantelamiento casi total de una incipiente planta industrial nacional que ha sido desplazada por importaciones de todo tipo, el abandono por parte del gobierno del impulso a sectores estratégicos como: la autosuficiencia alimentaria, el petróleo y la petroquímica, la minería, la generación eléctrica, las telecomunicaciones, la metalurgia, los bienes de capital, la investigación y desarrollo científicos, entre otros, dejando esa función al capital privado pero sobre todo a la inversión extranjera. Esta situación ha traído consigo graves desequilibrios sociales y macroeconómicos en el país.
La elección del próximo 1º de julio constituye una oportunidad más, no para regresar al pasado como argumentan los apologistas del neoliberalismo, sino para redefinir y construir un modelo de desarrollo nacional que fortalezca nuestra soberanía, y anteponga los intereses de la mayoría de la población a los de unos cuantos, que se han beneficiado desde que se adoptó el modelo neoliberal, a costa del sacrificio de los primeros. Señalo que constituye una oportunidad más, porque a partir de 1988 se presentaron oportunidades electorales que ofrecían recuperar el crecimiento redistributivo y equitativo para todos, primero con las candidaturas del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, 1994 y 2000 y después de Andrés Manuel López Obrador en 2006, 2012, pero que fueron sepultadas mediante el avasallamiento de sus promotores mediante la implementación de prácticas electorales cuestionables en cada ocasión, por quienes ejercieron en cada uno de esos momentos el poder político y sus aliados y beneficiarios del poder económico.
Hoy de nueva cuenta, en la elección del 1º de julio se presentará la oportunidad de optar por regresar a un modelo de desarrollo redistributivo y nacionalista, representado en la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, o continuar con el modelo neoliberal implementado y aplicado de manera fallida por los gobiernos del PRI y el PAN, que hoy están representados por José Antonio Meade y Ricardo Anaya.
No deja de entenderse la posición del equipo gobernante de sostener la candidatura de Meade Kuribreña, aun cuando esta no ha prendido a la fecha y parece que en definitiva no lo hará; busca la continuidad de un proyecto diseñado desde los centros del poder financiero internacional a través de la imposición de un tecnócrata de gabinete que ha sido preparado para tales fines. Sorprende si, la decisión de panistas, perredistas e integrantes de Movimiento Ciudadano, cuyos partido surgieron de proyectos ideológicos opuestos, de unirse en una coyuntura como la actual, llevando como candidato a una figura atractiva a primera vista, pero ignorante y desapegada de la realidad del país, no para derrotar al modelo neoliberal, sino para oponerse a quien lo puede hacer. El PRI lleva la penitencia de la derrota en sus contradicciones internas, mientras que la coalición Por México al Frente la lleva en las contradicciones ideológicas y el pragmatismo simplista de quienes lo conforman.
De acuerdo al desarrollo que han experimentado las campañas políticas de los contendientes y a las preferencias cada día más contundentes expresadas por la población a favor de López Obrador, pareciera que su triunfo es inminente. Sin embargo flota en el ambiente una sensación de preocupación por la confrontación verbal entre quienes defienden el statu quo y quienes aspiran al cambio que el país demanda.
El hartazgo de la población frente al crecimiento de la violencia, el crimen organizado, la corrupción y la falta de aplicación de la Ley, parece configurar un caldo de cultivo adecuado para que si se intentara suplantar un eventual resultado del proceso electoral que diera como triunfador a López Obrador, trajera consigo un movimiento social de proporciones mayúsculas e impredecibles.
Sería de esperar que el gobierno de la república y las instituciones electorales, conjuntamente con el conjunto de la población, hagan un genuino compromiso, y el esfuerzo necesario, para garantizar transparencia en los resultados electorales y el apego al voto mayoritario de la población. No hacerlo, pondría la estabilidad y la paz social del país en una situación de riesgo mayor a la que hoy padecemos.