Observador ciudadano/Enrique Bautista Villegas
OBSERVADOR CIUDADANO
NOCHE DE MUERTOS DESORDENADA.
Como muchos michoacanos, cuándo amigos nuestros visitan el estado para disfrutar de sus paisajes, atractivos, y festividades, gustamos de acompañarlos y actuar como sus guías y comentaristas. Con esa conducta nos enorgullesemos de nuestras riquezas culturales y tradiciones.
Muchos hemos visitado más de una vez en Noche de Muertos los cementerios de poblados en la Meseta Purépecha, particularmente los que se ubican en la rivera del lago de Pátzcuaro. Lo hacemos, incluido este comentarista, con un ánimo de respeto, curiosidad y admiración. Sin embargo cada vez que repetimos esa experiencia nos preocupamos por el clima que hemos de encontrar y la desvelada que nos llevaremos.
Esta tradición se ha vuelto más popular a través de los años, y cada día más visitantes de otras partes del país y del extranjero acuden a presenciar la celebración que los purépechas rinden a sus difuntos, arreglando hermosos altares confeccionados con flores de cempasúchil, cresta de gallo, flores de terciopelo y vistosos arreglos, colocando en los mismos: fruta, pan dulce y las viandas que el difunto al que se celebra gustaba de consumir en vida.
Sin embargo, no deja de sorprender, y a la vez preocupar, la falta de infraestructura turística, de servicios, y de apoyo logístico, por parte de las autoridades civiles, municipales y estatales, para permitir atender la celebración, así como de un codigo de conducta para que los visitantes la observen con respeto para quienes escenifican la ceremonia y recuerdan a sus muertos.
A la celebración de la Noche de Muertos de dias recientes asistí acompañando a un grupo de amigos que visitaron la entidad desde la ciudad de México y otras regiones del país. Para los efectos contratamos los servicios de una empresa de turismo que ofreció llevarnos a poblaciones y cementerios poco visitados en comparación a los tradicionales de Tintzuntzan y Janitzio. Sin embargo nos encontramos con que la cantidad de visitantes a sobrepasaba en mucho lo que propios y extraños esperaban, y que no había una sola patrulla turística, de tránsito, de policía federal o estatal, a la vista, preparadas para atender, orientar, y auxiliar al gran número de visitantes.
Durante la visita, tanto a la comunidad escogida para asistir a la ceremonia en la casa de uno de los difuntos fallecidos durante el año, como a alguno de los cementerios de la región que nos informaron seria poco visitado, nos encontramos con gran número de visitantes que rebasaba en mucho las expectativas que previamente imaginamos. El número de visitantes sobrepasaba en mucho la cantidad máxima de personas que arbitrariamente pudiéramos señalar como aceptable para presenciar una ceremonia de esta naturaleza con discreción, en silencio, respeto y guardando las formas, tanto en la casa particular como el cementerio visitados.
La sensación que me quedó como observador es que muchos de los deudos de los difuntos recordados se sentían agobiados, y en algunos casos hasta irritados, por la irrupción de tanto desconocido en sus espacios durante esos momentos de recordación de sus seres queridos.
La situación para los visitantes no era menos incómoda y frustrante. Al visitar la población escogida y las casas de los difuntos recordados se sentía un ambiente de irrupción a la privacidad; no había indicaciones para el acceso y paso ordenado al espacio visitado, personas a quien recurrir para disipar dudas, sillas en las cuales los visitantes pudieran descansar, ni baños higiénicos para quienes los necesitasen; esto es, privaba un ambiente anárquico característico de tianguis y que delataba improvisación.
Dado el enorme número de personas que llegaron a la ceremonia y la falta de preparación de los lugareños y las autoridades, el transito era lento y los accidentes a la orden del día; en algún punto el tren de carga que pasa por una de las orillas de Pátzcuaro arroyó un vehículo de turistas imprudentes, deteniendo el tráfico por casi dos horas, además de las heridas causadas a quienes ocupaban el vehículo afectado. En otro punto, uno de los muelles de una comunidad donde se embarcaban los visitantes para visitar la isla de la Pacanda colapsó, cayendo al agua más de veinte personas.
Lo anteriormente descrito deja ver que existió una falta de previsión por parte de los prestadores de servicios y de las autoridades responsables de brindar apoyo a los visitantes a eventos de esta naturaleza, seguramente resultado del aumento del atractivo de asistir a la zona lacustre y presenciar el evento, cuyas imágenes han sido profusamente difundidas a través de la película animada Coco, proyectada en todo el mundo durante el último año.
Escribo estas lineas no con el ánimo de ejercer una crítica vacía, sino de llamar la atención a los actores de esta ceremonia, a las autoridades competentes, y a los prestadores de servicio, para que en lo futuro asuman una conducta de prevención y organización logística, que permita que la misma se desarrolle con orden, apoyo logístico adecuado, y respeto a la población que practica esta hermosa y colorida tradición en memoria de sus difuntos.
El desarrollo de muchas de las tradiciones, eventos culturales y eventos naturales que se repiten año con año en Michoacán, constituyen una oportunidad para fortalecer nuestra identidad cultural y generar actividades económicas y de servicio turístico que se traduzcan en ingresos y bienestar para la población local.