Observador ciudadano/Enrique Bautista
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Las solicitudes que el Presidente Andrés Manuel López Obrador hiciera en días pasados al Rey de España, Felipe VI, y al Papa Francisco, para que a nombre del pueblo y gobierno español y de la iglesia católica, respectivamente, solicitaran perdón a la población originaria de México por las atrocidades cometidas en su contra durante el período de la conquista, más allá de: estar justificadas desde una perspectiva ética, moral e histórica, de haberse presentado guardando las formas de la diplomacia, o haber sido respondidas descortésmente, ponen al descubierto un debate generalmente vedado o encubierto, que los mexicanos buscamos subconscientemente evitar. La conducta clasista o de separación de castas establecidas por el color de la piel de los mexicanos, originados desde los tiempos de la colonia, en que los habitantes de los países invadidos fueron explotados por los conquistadores españoles durante tres siglos; en particular el caso de México.
Este debate se abrió hace algunos meses como resultado de exhibición en salas cinematográficas públicas y la televisión de paga de la trama “Roma”, la multi galardonada película de Alfonso Cuarón, que presenta de manera nítida, por un lado, la conducta sectaria y excluyente practicada por los descendientes de las castas mestizas, criollas, y castizas, urbanas mexicanas, hacia los nativos de los pueblos indígenas, auténticos originales de lo que hoy es México, y por el otro, la sumisión y conformismo de los hombres y mujeres indígenas, sometidos en los hechos por los primeros, y aceptando como condena inamovible su condición de sojuzgamiento.
En este sentido resulta pertinente la reflexión del controversial Nobel de Literatura peruano, Mario Vargas Llosa, durante su intervención en el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en días pasados en Córdoba, Argentina, en el sentido de señalar que tanto el Presidente López Obrador, como el resto de los mexicanos y latinoamericanos, debemos preguntarnos porqué después de dos cientos años de independencia, tenemos tantos millones de originales, pobres y explotados, sin haber sido capaces de superar esa condición.
La exclusión y discriminación que sufren los originales de la naciones latinoamericanas, con sus características particulares en cada país, pareciera haberse transformado en práctica cultural generalmente aceptada durante los trescientos años que duró la colonia, época durante la que se impuso un sistema social estratificado que, si bien diseñaron los conquistadores, no fue responsabilidad exclusiva de los españoles. Los responsables de que esta práctica se constituyera en un verdadero sistema de estratificación cultural fueron quienes se integraron paulatinamente a las llamadas castas dominantes: los propios españoles “puros”, criollos, mestizos y castizos, entre los principales, aprovechando su condición para asumir un sistema de dominación sobre los bastos grupos y comunidades de pueblos originales, que perdura hasta nuestros días
Se formó así una jerarquía social dominada en la cúspide por los "españoles" peninsulares, criollos, mestizos y castizos; minoría de potentados cada vez más exclusiva que se conformó como aristocracia colonial de origen europeo y “raza blanca" sometidos a los estatutos de limpieza de sangre, y por el otro lado, bajo ellos, a gran distancia en poder político, económico y prestigio, los "indios", o "naturales".
Está practica cultural pareciera haber perdurado hasta nuestros días en mayor o menor grado en cada sociedad latinoamericana. En el caso de México, romper con esos vicios y revertirla dependerá ante todo de la voluntad y la capacidad que tengamos los mexicanos a partir de una sólida estrategia de Estado y del diseño e implementación de políticas públicas coherentes, racionales y exitosas que se logren poner en práctica durante la 4T. Lo que es un hecho es que el debate en torno al tema se ha abierto y fortalecido a partir del reconocimiento presidencial de haber enviado las misivas señaladas al principio de esta reflexión al Rey de España y al Papa Francisco.
No deja de sorprender a este comentarista la molestia con que la petición del presidente mexicano fue recibida por el monarca español y por amplios grupos de intelectuales, historiadores, y políticos de diversas ideologías de ese país, al grado de que el debate generado en España ha sido motivo de multitud de agrias y críticas repuestas, y expresiones offensivas hacia López Obrador de parte de quienes se sintieron aludidos. Pereciera que los señalamientos del presidente mexicano sacaron a flote un sentimiento subconsciente de complejo de superioridad de amplios e influyentes grupos de españoles que con su conducta ratificaron su desprecio y subestimación por los pueblos americanos originales.
Habrá también buscar revertir tales sentimientos, con el ánimo de fortalecer las relaciones bilaterales y de respeto entre los pueblos de España y México, o México y España.
Lo fundamental, sin embargo, es que en México aprovechemos este debate de coyuntura para construir un tejido social y políticas publicas, incluyentes en todos los ámbitos de la sociedad: educación, salud, oportunidades de trabajo, acceso equitativo al bienestar, y de desarrollo social, que tomen en cuenta por igual a todos los mexicanos, más allá de su origen étnico y color de piel.