Nudos de la vida común/Lilia Patricia López Vázquez
¡Adiós inversión!
“La soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano”,
San Agustín
En días pasados Citibank anunció la venta de su negocio en México. A finales del año pasado, Nissan inició el cierre de su línea 1 de producción en Morelos. En el 2019, Bestbuy se despidió de México. Cinemex cerró temporalmente durante el 2020 para tomar aire ante el golpe de la pandemia. Se trata de decisiones de negocios cuyas consecuencias conocemos: despidos, nerviosismo económico y financiero, ruptura de cadenas de suministro que crean desabasto, y desabasto que detona inflación.
El cierre de una empresa, o su salida de un mercado, en ningún momento, es una buena noticia para nadie. Se trata de un drama económico que termina siendo una tragedia humana. La pérdida de empleos genera una reacción en cadena que deprime a la economía en una espiral descendente.
La desinversión es una estrategia defensiva y no significa que una compañía la tome porque está en números rojos, sino porque es su mejor interés.
A través de la evaluación de sus acciones internas y de su posición estratégica en el entorno, las empresas pueden determinar el tipo de estrategia más adecuada para su situación particular. Son cuatro las perspectivas que necesitan ser analizadas para tener un acercamiento a esa conclusión: la solidez de la ventaja competitiva de la empresa y su fortaleza financiera en lo interno, y en lo externo, la robustez de la industria a la que pertenece y la estabilidad del ambiente en el mercado en que compite.
Cuando en la empresa coincide que tiene finanzas potentes y su industria es fuerte, lo recomendado es una estrategia agresiva. Es momento de arriesgar, explorar con nuevos productos y mercados, cubrir un tramo más amplio de la cadena productiva, diversificar e incluso adquirir a la competencia.
Si lo predominante en el negocio es que la empresa tiene una muy buena ventaja competitiva y finanzas sólidas, pero el sector industrial al que pertenece es incipiente o está debilitado, conviene adoptar una estrategia más conservadora: desarrollar más el producto, penetrar en el mercado para que se adopte el producto o servicio de manera más amplia y crear bienes complementarios que fortalezcan el posicionamiento de la empresa.
Si la industria es sólida, aún cuando las finanzas de la empresa no sean boyantes y exista incertidumbre, siempre se puede adoptar una estrategia competitiva: perfeccionar la oferta para el mercado, buscar alianzas estratégicas, ganar eficiencias en insumos o con ventas consolidadas.
Pero si la inestabilidad del ambiente económico, político y social es tan grande que supera el riesgo financiero tolerable sin importar que tan fuerte sea la ventaja competitiva de la empresa, lo recomendable es adoptar estrategias defensivas, como las que estamos viendo que están siendo la opción para varias empresas de alto consumo e impacto económico en nuestro país.
México ha puesto en bandeja de plata los ahorros de los mexicanos a la inversión extranjera, quienes si bien han aportado su experiencia y capacidad operativa en la oferta de servicios financieros, lo han hecho a costos altísimos para la población. Nos encontramos entre los primeros países del mundo que pagan más intereses por créditos y con comisiones más altas por uso de la banca. Por tamaño de mercado, más de 120 millones de mexicanos, resultamos un pastel muy grande y apetitoso. Si somos una mina de oro, ¿por qué se va Citibank? Porque la incertidumbre social, política y económica de nuestro país es aún mayor.
El incremento de la inseguridad pública, el solapamiento de la delincuencia organizada, la falta de asertividad en la propuesta de reforma eléctrica, la ausencia de negociación con el sector empresarial de la corrección de los esquemas de subcontratación de personal, la militarización de la operación de sectores productivos estratégicos, la cancelación del NAIM, la negligencia y torpeza en el manejo de crisis como la pandemia, el desabasto de medicamentos y el desdén a la ciencia, la tecnología y la educación, son algunos de los factores que hacen que hoy, el ambiente de negocios en México sea tan negativo, que ni regalados nos quieran.
Por supuesto, no podemos negar que venimos de un abuso sistemático por todas partes: de la propia banca, de las empresas con el outsourcing, de la corrupción en las industrias de la construcción, de las farmacéuticas, del sector educativo, del Conacyt, y aquí, estimados y estimadas lectores, agréguenle un largo etcétera.
El problema es, que abanderados en el mantra de acabar con la corrupción del país, y sin una estrategia congruente, sino más bien revanchista y caprichosa, se ha puesto en riesgo la inversión en el país, sin generar un plan de contención de daños. No se ha hecho una reflexión seria sobre los costos sociales y económicos de las medidas de la cuarta transformación. En el discurso de proveer bienestar a la población, no se ha hecho un análisis del campo de juego, dimensionando de qué lado está el poder de negociación.
Las empresas que hoy desinvierten en México, no nos deben nada y no nos necesitan. Quienes perdemos, somos los mexicanos. Pegarle a las empresas hincha de orgullo a quienes se han visto o sentido abusados por ellas; parece la venganza perfecta. El retiro de su dinero del país, es su mejor apuesta y están en su derecho, pero cavan profundo la tumba de nuestra economía. Muy nacionalistas y soberbios, pero definitivamente, nada autosuficientes.
Por supuesto que los abusos y la corrupción deben ser detenidos ya. Es una tarea inaplazable. El problema, es que se ha abordado la situación como cuando se quiere eliminar un avispero en nuestro jardín con una bomba molotov: las avispas van a escapar, pero en el intento, destruimos jardín, casa y el vecindario completo. Y sin recursos ni técnicos, ni económicos ni humanos para reconstruir. Adiós inversión, te vamos a extrañar