Nudos de la vida común/Lilia Patricia López Vázquez
Inflación: el latigazo de la pandemia
Nudos de la vida común
“La inflación es un impuesto sin legislación”
- Milton Friedman
La reapertura de negocios y la recuperación de la movilidad de las personas han sido un primer salvavidas para la vida económica. Sin embargo, ni por lejos son una lancha que nos acerque a la orilla de la estabilidad. Y mucho menos de la recuperación y del desarrollo.
Estamos enfrentando un periodo de inflación mundial. Así como no hay fronteras que detengan el virus, tampoco las hay que contengan el aumento de precios. Sin embargo, sí hay factores que hacen que la inflación sea más o menos severa en los distintos países. Les invito, apreciables lectores, a explorar un poco la situación.
Empecemos por comprender que la inflación se refiere a un aumento generalizado de precios al consumidor. Es decir, las cosas que compramos nos salen cada vez más caras. Como nuestros ingresos no crecen al mismo ritmo, nos alcanza para menos, por lo que terminamos renunciando a consumir ciertos productos y servicios. Pensemos en la gravedad de esto: en México venimos de una situación económica donde 55.7 millones de personas en pobreza[1] ya no estaban satisfaciendo sus necesidades básicas, entre ellas, el acceso a la salud, justo en medio de una pandemia global. En esta circunstancia, la inflación es casi una condena de muerte.
Lo anterior es lo más grave, sin embargo, hay factores que pueden prolongar y encrudecer aún más la situación.
El primero, es una de las principales causas de este periodo inflacionario: la insuficiencia de materias primas para la producción. La ruptura de las cadenas de suministro debido a los cierres parciales y totales de la industria, ha creado un desabasto de insumos para la producción de bienes y servicios de toda índole. Debido a esta escasez, los precios de las materias primas se han incrementado e incluso, han dado pie al engrosamiento de mercados negros, elevando los costos de producción y por ende, empujando el ascenso de los precios al consumo.
En teoría, la reapertura de los negocios sobrevivientes, alivia un poco esta escasez. Pero no podemos dejar de lado que muchos negocios cerraron definitivamente, pues sus finanzas no soportaron el apagón económico del inicio de la pandemia. Es difícil recuperar esos negocios y más aún ante la falta de una política económica que incentive la iniciativa privada. Recordemos que los pequeños y medianos empresarios se quedaron solos durante la pandemia y el presupuesto federal para el 2022 no prevé ningún tipo de apoyo para fomentar su regreso.
Ahora, la incertidumbre para las empresas trae un nerviosismo que deriva en una inflación construida: aumentar los precios antes de que sigan aumentando los insumos, con el objetivo de proteger sus inventarios y tratar de mantenerse en el mercado.
Otro factor determinante que detona el aumento de precios es el incremento del costo de las energías, tanto la eléctrica como la basada en hidrocarburos. En el primer caso, la crisis de CFE como hemos comentado en nudos anteriores, sugiere que la escalada de precios es inevitable, con y sin reforma eléctrica. En el segundo, la dependencia de precios internacionales, la corrupción e ineficiencia en PEMEX y el huachicoleo, seguirán siendo los factores que impidan la contención del precio de los combustibles.
Ahora, con el deterioro de la capacidad de compra de la población por la misma situación, la caída de las ventas de las empresas, sobre todo pequeñas y medianas, puede llevar a que éstas no cubran sus gastos y costos, y así aparecerá una vez más la amenaza de la quiebra, ahora bajo el acecho de la inflación. El cierre de más empresas, significa otra oleada de pérdidas de empleo, disminución del poder adquisitivo, insatisfacción de las necesidades mínimas básicas y así, entramos en una espiral descendente de mayor pobreza y sufrimiento de la población. Con la inflación, la pirinola de México cae siempre en “todos pierden”.
Este cuadro dantesco, estimados lectores, no es más que una radiografía de las grandes crisis económicas que vivimos en el pasado. De 1972 a 1999, la inflación anual se mantuvo en dos cifras, con excepción de los años 93 y 94 que alcanzaron un nivel del 8 y 7% respectivamente. Las inflaciones más críticas de la historia de México fueron la de los años 82 (99%), 86 (106%), 87 (159%), 88 y 95 (ambas en 52%)[2].
Las nuevas generaciones (millennials y centennials) desconocen el impacto del látigo inflacionario, pues desde el año 2000, la inflación en México se ha mantenido en un solo dígito, promediando el 4% anual y sólo alcanzando picos en 2008 (la crisis hipotecaria en Estados Unidos), llegando a un 6.5% y 2017, a un 6.7%.
En estos momentos, la inflación aún es controlable. El dato que arroja Banxico[3] para el mes de octubre de este año, es que se alcanzó una inflación general anualizada de 6.24% y una inflación no subyacente - la que incluye productos y servicios de mayor volatilidad, como combustibles y alimentos no procesados - del 9.47%.
Entre los factores que hemos analizado, podemos observar que hay muchos que están fuera del control del gobierno mexicano, como los precios internacionales de hidrocarburos y la presión de la escasez de materias primas.
En este momento, el gobierno mexicano está optando por usar una política monetaria para controlar la inflación, incrementando la tasa de interés para promover el ahorro y desalentar una demanda de bienes y servicios mayor a la oferta, como la que está sucediendo en estos momentos y que ha disparado la inflación. Sin embargo, esta tasa impacta negativamente a los créditos contraídos de manera variable, cómo son las tarjetas de crédito, tan socorridas especialmente en las ventas de fin de año, y, ante la fragilidad del empleo, esto puede ser una amenaza real a la economía de las familias mexicanas.
Pero hay otros factores, como la creación de condiciones de certidumbre para la inversión, que pueden convertir esta crisis en una oportunidad. En México hay mano de obra calificada y una gran necesidad de generar empleo, así que tenemos un recurso disponible invaluable para producir esos insumos que en este momento son escasos en el mundo. Pero requerimos de una inversión responsable y el gobierno no puede hacerlo solo. Necesita de una iniciativa privada, motivada por la oportunidad de hacer un buen negocio, pero acotada para que no caiga en el abuso ni de los trabajadores, ni de los recursos naturales que nos pertenecen a todos, ni de los mercados. Se trata de generar una política económica y una legislación basada en diálogo y compromisos, y que dejen de ser mercancía de poder y un circo de insultos recíprocos y posiciones cerradas como hemos visto en estos días en el Congreso de la Nación.
Nos urge un debate serio y profundo entre todos los actores políticos. Es indispensable poner en la mesa de discusión las necesidades de todos los ciudadanos, empezando con los más vulnerables, analizando de la mano de expertos, la dinámica social, ambiental y económica de la Nación, para con ello, crear políticas que generen y distribuyan recursos de forma que se creen condiciones para que la pirinola de México caiga en “todos ganan”.
[1] https://www.coneval.org.mx/Medicion/Paginas/PobrezaInicio.aspx
[2] https://www.inflation.eu/es/tasas-de-inflacion/mexico/inflacion-historica/ipc-inflacion-mexico.aspx
[3] https://www.banxico.org.mx/tipcamb/main.do?page=inf&idioma=sp, consultado el 14 de Noviembre de 2021