Nudos de la vida común/Lilia Patricia López Vázquez
Había una vez un pobre con miedo a la pobreza
Segunda parte
La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba;
la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo
- Eduardo Galeno
En la entrega anterior iniciamos algunas reflexiones sobre cómo evitar caer en la pobreza. Discutíamos que la pobreza es una situación social, más que una condición económica, y por tanto, la salida o la evasión de la misma demanda un esfuerzo comunitario[1].
Tristemente en México, ser pobre está determinado en mayor medida por el código postal donde nacimos. Muestra de ello es que cinco de los ocho indicadores para medir la pobreza en nuestro país, tienen que ver directamente con el lugar donde vivimos: acceso a carretera pavimentada (pues permite una movilidad ágil), acceso a servicios de salud, acceso a seguridad social, rezago educativo y calidad de los espacios de vivienda.
Para que haya un cambio real y sostenido, estas condiciones necesitan ser mejoradas por y para todo el grupo social que es afectado. Es decir, se necesita de la organización de toda la comunidad para trabajar las mejoras en estos aspectos, y de la solidaridad de todo el país - vía aplicación de gasto público derivado de los impuestos de los contribuyentes-.
Más triste aún resulta el hecho de que mientras en el discurso primero están los pobres, en el proyecto del presupuesto federal el énfasis no está en el desarrollo de infraestructura, educación y salud, pues entre los tres rubros se está proponiendo destinar un monto parecido al dedicado a programas de seguridad social. Es decir, no hay un plan para combatir la pobreza, sino por el contrario, para mantenerla mediante el asistencialismo.
Mientras estas condiciones no mejoren, la opción para salir de la pobreza seguirá siendo emigrar hacia lugares con escenarios quizás más favorables pero con costos personales y sociales más altos: dejar raíces y familia, vivir en la ilegalidad y la discriminación y exponerse a ser violentado en los derechos humanos más fundamentales. Los mexicanos deberían tener la migración como una opción, no como un callejón sin salida. Tener que emigrar por falta de oportunidades no tiene nada de dignificante, como tampoco tiene nada de honroso que los mexicanos tengan que vivir de las remesas de quienes han tenido que renunciar a tanto para cubrir las necesidades básicas de sus familias por que su país no les permite una vida decente.
Las variables que determinan la situación de pobreza y que están relativamente un poco más en la voluntad y control de las personas es el ingreso, la alimentación nutritiva y de calidad y la cohesión social.
La mejora de los ingresos resulta un tema sumamente complicado, pues si bien el esfuerzo personal pudiera tener un grado de incidencia, las condiciones laborales en nuestro país rayan en la precariedad. Incrementar los ingresos personales y familiares en México demanda la diversificación de fuentes de entradas de dinero, lo cual exige consagrar la vida al trabajo, cubriendo dobles o triples jornadas. Alcanzar estudios universitarios es otra vía para mejorar el ingreso, pues en teoría permite acceder a puestos de trabajo mejor remunerados. Paradójicamente, esta opción no está disponible para todos, pues por un lado, las fuentes de empleo bien remunerado aún son insuficientes para cubrir la demanda laboral, y por otro, la dificultad para cubrir los gastos básicos del hogar, conduce a niños y adolescentes a abandonar la escuela para trabajar y así poder contribuir.
La alimentación de calidad es un reto en el cual las familias podrían hacer por sí mismas, si se fortalece una educación sobre nutrición. Pero es un tema bastante limitado, ya que si bien es cierto que es posible aprender a nutrirse mejor, también es cierto que muchas familias en México tienen un ingreso tan bajo que no tienen opción sobre lo que pueden consumir.
Aún cuando el panorama es bastante desolador, en lo individual y familiar podemos trabajar en nuestra propia trinchera creando algunas oportunidades en la medida que nuestras circunstancias particulares lo permitan: estudiar y diversificar ingresos, mejorar nuestra alimentación y cuidar la salud, para no padecer enfermedades evitables y atender el mantenimiento de nuestras viviendas y nuestro entorno vecinal en la medida de lo posible.
Por supuesto que hay casos admirables de personas que han logrado salir de la pobreza en una generación, pero desafortunadamente son anecdóticos, pues el trabajo duro no basta en el corto plazo, aunque sí se registra mayor movilidad social en el transcurso de dos o tres generaciones.
La mejor herramienta que encuentro en este momento para resistir la pobreza es la cohesión social. Se trata de un juego en equipo. Es claro que en nuestro México común, la clase media es despreciada y camina al patíbulo, mientras que las personas en situación de pobreza son acariciadas en el discurso y apuñaladas con los hechos. Tenemos dos opciones: seguir cavando la brecha social por diferencias sembradas cotidianamente desde Palacio Nacional y las redes sociales, o nos reconocernos iguales en la vulnerabilidad y hacer un frente común, ya no frente al gobierno, pues históricamente han demostrado que a ninguno le duele México, sino frente a la situación de pobreza que nos hace pobres a todos. A través de la organización comunitaria es posible mejorar nuestra calidad de vida, cuidando espacios comunes, incrementando la seguridad a través de la vigilancia vecinal, demandando y creando espacios de atención médica y educativa así como de esparcimiento y creando proyectos productivos y comerciales que fomenten el consumo local y que brinden mejores oportunidades de ingresos. Ojalá que el miedo a la pobreza abra nuestros ojos y encienda nuestra unidad y solidaridad.
[1] Para abundar más en el tema, les sugiero escuchar la edición del podcast “Saber para armar” https://go.ivoox.com/rf/74476921 con la Dra. Lucía de la Cueva quien hace una disertación muy interesante sobre la pobreza y la vulnerabilidad.