Nudos de la Vida Común/Lilia Patricia López Vázquez
El riesgo de los ingresos pasivos
Segunda parte
NUDOS DE LA VIDA COMÚN
El camino hacia la riqueza comprende fundamentalmente dos palabras: trabajo y ahorro
Benjamín Franklin.
La exaltación de los ingresos pasivos como fuente de la riqueza deja dos caminos: ser empresario (hacer crecer la empresa y después de un tiempo, dejarla a cargo de un director y solo cobrar utilidades) o ser inversionista (depositar los ahorros para que alguien más use el dinero para producir).
Exploremos la primera. Todo mundo puede aprender a emprender un negocio. Pero no hay razón por la que ser empresario sea algo que a todo mundo deba gustarle. No todo mundo encontrará plenitud en las actividades empresariales ni tendrá las habilidades y capacidades necesarias para tener éxito en los negocios. Probablemente, ni la consagración de tiempo que demanda un negocio, pues para llegar al punto de que la empresa genere utilidades suficientes y tengan la cultura y los sistemas para que el dueño se retire, primero debe consolidarse y llegar a una etapa de madurez.
La creencia de que crear una empresa es la única vía para el bienestar económico, deja fuera a los apasionados del arte, los deportes, la ciencia y la ayuda al otro. Hacerles creer que los negocios es el camino, no solo mata su espíritu, sino el de la sociedad en conjunto, pues la priva de un desarrollo integral que corresponda a todas las dimensiones humanas. El dinero es necesario pero insuficiente para lograr la plenitud de las personas.
Ahora bien, es importante entender que el dinero no trabaja. Las personas somos las que trabajamos y producimos riqueza. Los ingresos pasivos no se generan por arte de magia. Para que una inversión produzca un rendimiento, se necesita una empresa o un aparato productivo que lo genere.
Pero como sucede en la economía, el dinero es un factor que también responde a la oferta y la demanda. Debido al poco capital que existe en el país, y que cada vez es menos atractivo para la inversión extranjera, el poder de negociación está del lado de los inversionistas. Así, las empresas operan bajo la consigna de generar el mayor remanente posible para conservarlos, lo que lleva a presionar continuamente costos de mano de obra y materia prima.
De hecho, cuando se trata de inversiones bursátiles o en fondos, el capital se hace volátil pues lo que se buscan son los instrumentos que tengan mejor desempeño financiero, y si su valor empieza a bajar o hay opciones más atractivas, todo es tan sencillo como venderlos y comprar aquéllas acciones o bonos que convengan más. No importan las empresas ni las organizaciones productivas, importa solo la utilidad.
Cuando se trata de pequeños inversionistas, además de esto, hay toda una cadena de actores que reclama una ganancia: el propio inversionista, el operador de instrumentos de inversión, los intermediarios financieros y la empresa. Las ganancias se distribuyen entre todos y la responsabilidad se diluye con facilidad. Como lo que une los eslabones es únicamente el dinero, se ignoran con demasiada frecuencia los sacrificios sociales y ambientales que se cometen. De hecho, el pequeño inversionista ni siquiera se entera donde está invertido su dinero y solo cuida el saldo de su cuenta. Por lo general, no se cuestiona cómo se produjo ese dinero ni si se incurrió en buenas o malas prácticas de negocio.
Los intereses y las utilidades deberían ser meramente residuales, pero al ser el objetivo, dictan todo lo que sucede alrededor y dentro de la empresa.
Por último, es importante reflexionar que esta exaltación a los ingresos pasivos trae el subtexto de que trabajar es malo y que la aspiración de todo ser humano debería ser dejar de hacerlo. El anhelo de no trabajar supone que alguien lo haga en lugar de uno y como el trabajo es malo, ese que va a trabajar debe hacerlo porque es inferior a mí y por ello, debe servirme. Este razonamiento valida la esclavitud moderna: jornadas de trabajo extensas, salarios bajos, nulas prestaciones y un futuro desdibujado.
Una vez convencidos de que el trabajo es casi una maldición, entonces la gente que trabaja para que yo logre esos ingresos pasivos, no tiene por qué encontrar ni disfrute ni realización en el trabajo, así que las malas condiciones de trabajo pueden perpetuarse sin remordimiento para nadie.
No es malo tener ingresos pasivos. De hecho, malo es guardar el dinero bajo el colchón, pues ahí no se mueve, pierde valor por el efecto de la inflación y más grave aún, no se pone al servicio de la creación de prosperidad común. Malo es no trabajar pudiendo hacerlo y negar nuestra expresión humana por esa vía. Malo es invertir sin cerciorarse de que nuestro dinero sea fuente de bienestar y no de explotación.
La buena educación financiera efectivamente debe hacer que las personas seamos responsables de la forma en que gastamos, pero también debe serlo de la manera en cómo generamos nuestros ingresos. ¿De quién es el sudor que generó mi dinero? ¿Hay alguien siendo explotado en la búsqueda de mis intereses? ¿Qué parte del ecosistema ha muerto para que yo tenga una jubilación en mis años de juventud? Una verdadera cultura financiera pone a la economía al servicio de la humanidad y no al revés; garantiza calidad de vida para todos y libertad para el logro de los anhelos personales y sociales.