Nudos de la vida común
El viaje de la transformación
Primera parte
Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación,
nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos.
- Viktor Frankl
Para muchos, el verano es motivo y oportunidad de tomar un receso vacacional, ya sea saliendo de nuestra geografía habitual, o simplemente, cambiando la rutina laboral o escolar. Esta ruptura de la cotidianidad tiene el potencial de ser, más allá de un descanso, una ocasión invaluable de transformación. No me refiero particularmente al uso del tiempo en hacer mejoras al entorno doméstico, sino a nuestro mundo interior.
Marcelo Manucci define la transformación como la creación de nuevas condiciones de vida interna que permitan una adaptación activa a las exigencias del entorno[1]. Cuando vivimos un cambio en nuestro entorno, sobreviene una demanda de adaptarnos.
Si disfrutamos las vacaciones en el seno de nuestros hogares, el cambio de actividades, horarios y convivencia nos permiten entrar en contacto cercano con quienes somos, pues desaparece en mucho la presión social de las expectativas de los roles que jugamos en el ambiente laboral o escolar. En esta circunstancia, nos sentamos, consciente o inconscientemente, frente a nuestras expectativas de nosotros mismos y las de nuestro núcleo familiar más cercano. Este cambio de contexto es, sin duda, una llamada a adecuarnos, si nuestro objetivo es lograr en este intervalo, paz y armonía.
Ahora que si esta pausa nos permite visitar algún destino ya sea turístico o familiar, el cambio de contexto nos ofrece igualmente una oportunidad de transformarnos. Cuando las reglas del juego cambian -comida, clima, actividades, compañía, cultura y en ocasiones, lenguaje y tipo de cambio-, es momento de ejercitar los músculos de la adaptación. Eso a lo que no estamos acostumbrados, nos sacude para salir de nuestra zona de confort y nos brinda la alternativa de ir a la zona de crecimiento. Es ahí donde se nos presenta la opción de transformarnos.
En ambos casos, este proceso adaptativo nos mueve de lo habitual a lo que no nos resulta ordinario derivado de una resolución sobre cómo vivir esta temporada. Este control sobre la comodidad incómoda de las vacaciones, hace que transitemos por ellas con motivación y buena disposición, por lo que la posibilidad de la transformación puede pasar desapercibida. Pero aún concluido el periodo, siempre será valiosa la reflexión, a modo de rememorar y saborear lo vivido e identificar qué cambió en nosotros este periodo de ocio.
Sin embargo, transformar no es un verbo transitivo. Nadie transforma nada, solo uno se transforma a sí mismo y puede ser, precisamente por una elección o por sobrevivencia a una crisis.
La vida tiene la costumbre de sorprendernos, a veces de manera grata y otras tantas de forma desagradable y hasta dolorosa. La pérdida del empleo o de nuestros bienes, una enfermedad propia o en la familia, la pérdida de un ser amado, el vernos involucrado en un asunto legal o en un accidente, o el cambio de una ley que modifica nuestros planes de vida, a modo de ejemplo, son situaciones que nos mueven de nuestro centro interno de equilibrio y nos orillan a reestructurar nuestra vida interior. A veces descubrimos que el propósito de eso que nos sucedió, fue transformar algo en nosotros. De hecho, un duelo por esos motivos concluye cuando aceptamos lo que nos ocurrió, lo incorporamos a nuestra historia y recuperamos el aprendizaje que nos dejó. Es entonces cuando ocurre nuestro cambio personal. Nada nos transforma: cambia nuestro contexto y si somos capaces de reorganizar nuestra vida interna para adaptarnos, entonces hemos crecido.
Les invito, estimados lectores, a continuar esta conversación en la siguiente entrega, para tratar de deshebrar juntos, lo que significa esta vocación a transformarnos, en los tiempos políticos que vivimos. Les espero.
[1] https://www.marcelomanucci.org/transformacion.html