Nudos de la vida común
Empatía y solidaridad, catalizadores de la innovación
- Mucha gente pequeña en muchos lugares pequeños harán cosas pequeñas que transformarán al mundo
-Leo Buscaglia
La innovación es mucho más que una estrategia para ganar una ventaja competitiva: es una mentalidad transformadora para crear valor para la sociedad[1].
En las economías abiertas, en donde la competencia es generada a partir de la forma en que se responde a las necesidades, deseos y preferencias del cliente, la innovación es un factor indispensable para mantenerse vigente en el mercado. Para conquistar la preferencia del cliente, -y con ello adueñarnos de su cartera-, hay que entrar en la carrera por ofrecer cada vez más por el precio que paga. Esto potencialmente puede producir una guerra entre oferentes donde en vez de satisfacer cada vez más al consumidor, lo hacen percibirse insatisfecho, pues le crea una angustia por tratar de tomar la mejor opción disponible en el mercado.
Desde esta perspectiva, la innovación puede despertar sospechas y resistencias tanto conscientes como inconscientes, pues parece que se trata de llenar de ideas un barril sin fondo con el único objetivo de generar mayores ventas y ganancias, o bien, de quitarse de en medio a los competidores para quedarnos con el pastel completo. Al final del día, una ventaja competitiva es la entrega de un producto o servicio con atributos y procesos que permiten generar un mayor margen que la competencia y así garantizar una porción del mercado que haga viable la continuidad del flujo de utilidades para la empresa. Si la innovación es vista como una ordeñadora de dinero, por supuesto que tendrá mala fama, derivando incluso en sabotajes internos y externos. Pero eso no es un problema inherente a la innovación, sino a la filosofía de negocios de cada quien.
Ahora bien, la innovación tampoco es un bien transformador por si misma, pero sí es un medio efectivo y necesario para crear valor social. Como sociedad, desafortunadamente hemos aprendido a resolver las necesidades y los deseos humanos a costa del deterioro social y ambiental. Suministrar masivamente lo que necesitamos todos los habitantes del planeta para subsistir y desarrollarnos manteniendo el equilibrio de la vida en toda la extensión de la palabra, es un reto que demanda de manera imperiosa hacer las cosas diferente. La sustentabilidad es el clamor de la Tierra y la innovación es la respuesta.
La innovación como medio de creación de valor para la sociedad, parte de un principio básico: nada se puede mejorar al margen de su beneficiario. Pretender que enriquecemos la vida de alguien más sin tomarlo en cuenta, resulta, además de un acto de soberbia y manipulación, un atentado a la dignidad de la persona. Más aún, las soluciones a problemas imaginarios dan como resultado aplicaciones ficticias, donde en apariencia son atractivas, pero suelen ser bastante inefectivas.
Para contribuir a la mejora de la calidad de vida de un individuo, una comunidad o un grupo social, resulta indispensable conocer de fondo sus retos reales y experimentarlos como propios. Esto es la empatía: acercarnos a lo que vive el otro desde el reconocimiento de que posee una mente y un corazón similar al nuestro. Es decir, para que una vinculación aterrice en una realidad, necesitamos vincularnos con el usuario o beneficiario como un igual; no desde el “síndrome del hombre blanco” en que poseemos las respuestas que el otro necesita pues nos consideramos superiores. Desde esa óptica arrogante nacen los subsidios: le doy al otro porque estoy convencido de que no puede por sí mismo y le niego su dignidad, generando una dependencia de mí y con ello, ganando poder.
La empatía no es sentir lástima por el prójimo, sino por el contrario, es abordarlo desde nuestra propia vulnerabilidad. Ver de frente nuestra fragilidad es la mejor fuente de innovación para fortalecer al otro que está en una circunstancia parecida a la nuestra. Y ahí es donde nace la solidaridad: haciendo fuerte al otro pues veo reflejada en él, mi propia experiencia con la debilidad.
Sólo es posible crear valor social cuando nos vivimos como parte de la comunidad. De lo contrario, únicamente estaremos fingiendo que estamos innovando, creando una cortina de humo que nos impida ver nuestra realidad propia y que nos ciegue de nuestro autoengaño para lavar nuestras conciencias.
[1] En lo particular, al referirnos al valor social incluimos el ambiental, pues no hay forma que las personas disfrutemos de la existencia si el planeta como ecosistema natural no es sostenible.