Ni carros, ni caballos, ni sandalias/Felipe de J. Monroy
Ni carros, ni caballos, ni sandalias
Ya lo decía el escritor William Gibson: “El tiempo se mueve en una dirección, pero la memoria en otra”. Hace apenas un mes, la iglesia católica rememoraba la visita del papa Francisco a México en la que dejó breves discursos, pero contundentes mensajes. En Roma, el propio Bergoglio hizo memoria este 29 de marzo de aquel viaje cuando recibió a los sacerdotes del Pontificio Colegio Mexicano y volvió a transmitirles su mensaje sobre la necesidad de tener una mirada de ternura, reconciliación y fraternidad; pero, sobre todo, de no dejarse seducir por la corrupción.
Cuando Francisco visitó México en 2016, dijo a los obispos que debían aprender de la mirada de la Virgen de Guadalupe la importancia y trascendencia de la ternura, de la capacidad de tejer raíces e historias, de mostrar cercanía, atención y unidad. Sin embargo, en los márgenes de ese discurso, el Papa usó duras palabras para llamar la atención de la Iglesia mexicana: “No se necesitan príncipes… Si tienen que pelearse, peléense; si tienen que decirse cosas, se las digan; pero como hombres, en la cara, y como hombres de Dios… La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar… no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa”.
Quizá el mensaje más elegante y categórico del Papa a los obispos mexicanos se resume en trece palabras: “No pongan su confianza en los ‘carros y caballos’ de los faraones actuales”. No es difícil traducir la referencia bíblica: carros y caballos son recursos (casi siempre dinero) y los faraones actuales son los detentadores del poder político y económico (gobernadores esencialmente). En su momento, este columnista apuntó la tensión narrativa entre esta frase y la que minutos después dijo el pontífice justo a esos ‘faraones’: “Cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia…”.
Durante su viaje, Francisco también se dirigió a los futuros sacerdotes mexicanos con un mensaje escrito sobre el libro de visitantes distinguidos del Seminario Diocesano de Ecatepec deseando que el clero nacional se forme y prepare “para ser pastores del pueblo fiel en Dios y no clérigos de Estado”.
Parece que al papa Francisco, la Iglesia mexicana le provoca reflexiones sobre los riesgos de la corrupción y la seducción del poder. Como si le urgiera salvarla de sí misma. Lo dijo nuevamente en la reciente visita de los sacerdotes del Pontificio Colegio Mexicano: “La mundanidad espiritual es el peor de los males que le puede suceder a la Iglesia. Literal… cuídense de la mundanidad. Es la puerta de la corrupción”.
Para el pontífice, el remedio ante estos riesgos es simple pero no sencillo: “Quitarse las sandalias”. La agencia de noticias del Vaticano reinterpretó el mensaje de Francisco y le puso imperativos: “Deben aprender a quitarse las sandalias”. En la Biblia, en diversos momentos se habla sobre el símbolo de las sandalias, pero casi siempre en el mismo sentido: Quitárselas implica que el descalzo está en tierra sagrada, abandonado a la providencia divina; es el gesto visible de humildad y confianza.
Francisco les dice a los pastores y sacerdotes que sólo al descalzarse podrán contemplar el “misterio de Dios” y “leer los signos de los tiempos” sobre la tierra mexicana, para verdaderamente “comprometerse en el restablecimiento de la justicia”. Una tarea de confianza ciertamente difícil que implica alejarse de los privilegios, de los sospechosos recursos de los poderosos y de las seguridades ‘de las viejas respuestas’; pero, sobre todo, descalzarse para permitirse sentimientos de compasión para con su grey que hoy tanto sufre y para admirar los prodigios donados al pueblo que se les ha confiado, incluso en aquellas ovejas ‘extraviadas’.