Marcelo Ebrard: dialéctica de la ingenuidad
El 28 de noviembre de 1993 Manuel Camacho Solís perdió la nominación como candidato presidencial del PRI frente a Luis Donaldo Colosio. Desde esos momentos Camacho, integrante privilegiado del primer círculo del presidente Carlos Salinas se sintió traicionado y comenzó un largo camino de enfrentamiento contra el estatus quo, en el que quedaron registrados momentos críticos de la gobernabilidad: el asesinato del sonorense y posteriormente el ostracismo del político que se asumía como agraviado.
Se dice que quien no conoce su historia está condenado a repetirla.
Hoy, como hace 30 años, muchas situaciones parecen repetirse con extraordinaria semejanza: Una sucesión presidencial, un aspirante enojado por no haber sido el ungido, un favorito al que se intenta exhibir como menor y, lo más grave, una disputa por el poder, más allá de quién porte la banda presidencial.
Eso es lo que parece ocurrir con Marcelo Ebrard Casaubón, quien entró a un camino sin retorno a través del cual intenta, primero, demostrar una supuesta fuerza política hegemónica de cara a las elecciones presidenciales del 2024 y, segundo y quizá más polémico, erigirse en “la sombra” de la aspirante presidencial y favorita del presidente de la República, Claudia Sheinbaum Pardo.
Son tantas las situaciones que se suman en tan poco tiempo respecto al supuesto pacto Sheinbaum-Ebrard, que con una rapidez también sorprendente van cambiando en una especie de movimientos de ajedrez político que, lejos de dar claridad y certeza, nublan el camino hacia el día de las elecciones, igual como ocurrió en la trágica sucesión de 1994.
Primero.
Como dice el refranero popular, a Marcelo Ebrard la pasó lo que al perro de la tía Cleta: nunca ladraba y el día que lo hizo le rompieron el hocico.
Esto viene a colación porque no habían pasado ni 24 horas de las primeras declaraciones de Marcelo Ebrard para explicar las razones del por qué se quedaba dentro de MORENA y las condiciones pactadas con la mismísima Claudia Sheinbaum, cuando ésta salió a aclarar paradas, como se dice.
Horas antes, ante los micrófonos en el noticiero radiofónico de Ciro Gómez Leyva, el ex Secretario de Relaciones Exteriores reveló que la Coordinadora de los Comités de Defensa de la 4 T, Claudia Sheinbaum Pardo había reconocido en él y en sus seguidores a una “segunda fuerza política” dentro del Morena, además que había aceptado que se cometieron irregularidades por parte de “algunos” miembros del partido en el proceso interno de selección de candidato.
Como colofón Marcelo anunció que mantenía sus aspiraciones presidenciales y que trabajaría en ello de cara a la sucesión presidencial del 2030.
En buen romance, Ebrard había vendido caro su amor, según él, y MORENA y Claudia Sheinbaum habían aceptado ese alto precio a cambio de que el exfuncionario no abandonara las filas del morenismo y se mantuviera la unidad y el cierre de filas para la gran batalla de junio del 2024.
Con una dialéctica propia del sorprendido, Marcelo Ebrard echaba sus cartas sobre la mesa, sin abandonar ese tono entre arrogante y cordial, dos herramientas con las que trataba de ocultar su derrota y justificar su emancipación frente al verdadero dueño del balón: el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.
La respuesta a esas declaraciones y posturas no tardó mucho y fue la propia Sheinbaum quien se encargó de leerle la castilla al excanciller, por si algo no había quedado claro.
La hoy precandidata subrayó que en Morena no hay corrientes ni fuerzas, todos son uno solo; enfatizó que el proyecto de nación que plantea MORENA es claro y no admite intereses personales o de grupo, como ocurría antes en otros partidos políticos; y reafirmó que la presión o el chantaje político no es algo que pueda permitirse ella o el partido.
Al buen entendedor pocas palabras. Lo que Claudia Sheinbaum hizo ayer fue abrirle nuevamente las puertas del movimiento de Regeneración Nacional a Marcelo Ebrard para que decida irse o quedarse, porque las reglas están ahí y son tajantes; no hay ni acuerdos cupulares, ni aliento a grupos fácticos dentro del movimiento.
Claudia, lo ha dejado claro, no tendrá concesión alguna con Marcelo. Mal haría. La fábula de la rana y el alacrán viene al dedo para entender el futuro inmediato de cada uno de los actores.
Se dice también que en política no hay sorpresas sino sorprendidos y Ebrard parece ser el sorprendido en este proceso de selección.
En este espacio lo dijimos en repetidas ocasiones. Si Marcelo no se da cuenta que López Obrador ya tiene favorito para la sucesión, y que no es él, sino Claudia, y que hará todo lo que esté a su alcance para que sea ella la ungida, el y solo él sería el responsable de no ver tantas señales y avisos.
Como hace 30 años, pero con un cambio de personajes. Marcelo, “el carnal Marcelo” pensó que su amistad con el presidente, la entrega de buenos resultados, su capacidad y hasta su servilismo serían suficientes para que el dedo elector lo señalara a él.
Con Manuel Camacho no ocurrió así, con Marcelo Ebrard tampoco. El primero comenzó su declive al negarse a felicitar públicamente al ganador y comenzar a poner piedras en el camino al ungido; el segundo quizá ha iniciado el mismo sendero de derrota que quiere hacer ver como victoria.