Luis Echeverría Álvarez
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Ha muerto Luis Echeverría Álvarez. Quien fuera el hombre más poderoso de México entre los años 1970 y 1976 gracias a su cargo de presidente de la República Mexicana, falleció a los 100 años de edad, en el casi total olvido de la clase política mexicana, de la cual fue cabeza en los años señalados.
En los últimos años poco se supo de él; su última aparición en público fue en abril del 2021, cuando asistió al Estadio de Ciudad Universitaria a recibir la segunda dosis de la vacuna contra la COVID-19, donde debió hacer fila, acompañado de sus hijos, como cualquier ciudadano más. Qué lejos había quedado aquella época de todo su poderío.
Luis Echeverría cargo hasta el último día de su vida a carga de su participación en la matanza de estudiantes de 1968, cuando era secretario de gobernación del presidente Gustavo Díaz Ordaz, y de la del jueves de corpus, en 1971, ya siendo presidente. Por la presunción de haber participado en esos dos tristes eventos, se convirtió en el único expresidente que se ha visto sometido a un proceso judicial por posibles delitos cometidos durante su mandato (por cierto, no se requirió una consulta popular para dar inicio a esa averiguación). Finalmente quedó absuelto, pero nunca pudo quitarse la sombra de su culpa en esos actos de represión.
Desde de la formación del partido oficial en México, se convirtió en el primero de una seria de presidentes que llegaron a ese cargo, sin haber ocupado previamente un cargo de elección popular, como serían además de él, José López Portillo, Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León. Poder llegar sin experiencia electoral previa, sólo podía entenderse en el contexto del México de la Presidencia Imperial, donde el ejecutivo en turno decidía con entera libertad quien sería su sucesor.
Presidente de una gran soltura verbal, Echeverría gustaba de largos discursos, acaso por la influencia que dentro de la izquierda latinoamericana ejercía en ese momento Fidel Castro, fue sin duda uno de los modelos de un presidente populista, que elevo el gasto público, pero sin orden. En su empeño del ser el nuevo Lázaro Cárdenas, se dedicó a apoyar a los sectores más desprotegidos, pero sin orden, ni lógica alguna. Ejemplos era que regalaba maquinas de bordar eléctricas a mujeres de la sierra de Guerrero, sin que las comunidades contaran con energía para su funcionamiento.
Defensor de la izquierda latinoamericana, tan perseguida de los años sesenta y setenta en el subcontinente, pero al mismo tiempo persecutor de la izquierda mexicana, quien no lo recuerda con agrado.
Entre los aspectos que se recuerdan de Echeverría, esta su persecución a la libertad de expresión, que de por sí contaba con pocos espacios para su desarrollo, su acoso el periódico Excélsior fue un ejemplo de su intolerancia a la prensa independiente.
Ayer se dio la noticia de la muerte de este expresidente, que se sintió merecedor ocupar un espacio en los libros de historia por haber sido el gran presidente que el país esperaba. Lo cierto es que muy pocos políticos de peso lo han acompañado en su adiós; de su generación, únicamente Jorge de la Vega Domínguez y Porfirio Muñoz Ledo se atrevieron a reconocer su amistad. Los demás hicieron mutis.
Cuando terminó su encargo, dejo como presidente de México a su amigo de la infancia, José López Portillo, quien pronto estableció distancia con Echeverría y lo nombro embajador en las islas Fidjí. La señal del rompimiento no pudo ser más clara.
Hoy queda para reflexión, que marearse por los cargos, es de lo peor que puede pasar a un político y buscar un espacio como héroe por decreto, no es la mejor fórmula para ingresar al santoral patrio.
Clío, la diosa de la historia, suele ser caprichosa e impredecible.