Los regalos del narco/Adán García
Había una vez en Michoacán un grupo criminal que repartía despensas, obsequiaba regalos en Día de Reyes y hasta disparaba obras en los pueblos. No pocas comunidades les deben a ellos la remodelación de su iglesia, una calle o las nuevas bancas que adornan la plaza principal. Con descaro, algunos llegaron a plasmar el nombre de los líderes de la banda en las obras que entregaban.
Todo ocurría a la vista de todos, pero las autoridades prefirieron mirar hacia arriba que enfrentar el problema. Peor aún, algunos se coludieron. Fueron parte de la estructura de la organización criminal.
Un robusto archivo de audios y videos llegó a delatar el nivel de complicidad que existía. Se reunían, algunos forzados, otros por voluntad. Dialogaban, planeaban, acordaban y pactaban. No pocos políticos o hijos de ellos, aparecieron en cintas o conversaciones grabadas, pidiendo a un jefe criminal asignarle tareas para aprovechar los lazos que se tenían en los círculos del poder. Algunos se trataban hasta con familiaridad.
La capacidad de infiltrarse en áreas policiales y de gobierno, fluía a la par del cogobierno que iban tejiendo en las comunidades mediante obsequios, obras o el financiamiento de fiestas patronales.
Esa forma de generar comunidad, de construir un vínculo social con el pueblo y ganarse su empatía, los hizo todavía más poderosos. Por eso, era común ver a hombres, mujeres y niños salir a las calles a manifestarse en contra de los operativos militares o de otras fuerzas federales. Era común que grupos civiles tomaran plazas y carreteras. Eran, y siguen siendo ellos, la primera línea de defensa de los cárteles.
En algunos puntos del territorio estatal, esa práctica sigue vigente. La convivencia de la población civil con integrantes de la delincuencia en las plazas públicas, es real. Es un paisaje común en Tierra Caliente y otras regiones. El narco se ha mimetizado con la gente de bien.
Por eso, no resulta extraño ni insólito, que un cártel haya repartido juguetes, enseres y otros regalos en plena Navidad en dos colonias de Guadalajara, Jalisco, según las evidencias en fotografía y video que corrieron por las redes sociales prácticamente en el momento que estaba sucediendo.
Eso pasa cuando hay un vacío de autoridad y los criminales lo llenan. Eso ocurre cuando los delincuentes se sienten seguros y confiados en su capacidad logística, económica y de fuego. Eso fluye cuando saben que ni el Ejército, ni la Marina, ni la Guardia Civil, harán algo para impedirlo.
Eso se da cuando, desde el gobierno federal y desde el presidente, los ven como seres humanos con derechos, y no como objetivos criminales prioritarios a combatir ante la grave espiral de violencia y daño que generan. Al fin de cuentas el pueblo está con ellos. Se los echaron a la bolsa. Así pasó en Michoacán.
Cintillo
Ahora fue Oliver Valle, un joven de solo 26 años, alegre y con toda una vida por delante. ¿Quién sigue?