"Limpiaparabrisas"/Arturo Alejandro Bribiesca Gil
“LIMPIAPARABRISAS”
Por: Arturo Alejandro Bribiesca Gil
Erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia.
Nelson Mandela.
En la capital moreliana, sin que sea un fenómeno exclusivo, es muy común ver en cada semáforo como pululan una serie de hombres y mujeres (familias completas en muchos casos, con menores incluidos), tratándose de ganar en la informalidad, uno cuantos pesos, que por cierto, son muchos más que los que pueden encontrar en la formalidad, al respecto abundare más adelante.
Las formas de ganarlos son diversas, desde la venta de periódicos, dulces, bebidas, juguetes y un largo etcétera; pasando por los artistas callejeros, los cuales hacen malabares, bailan, tragan fuego, entre otras cosas; hasta llegar a los comúnmente llamados “limpiaparabrisas”. Bueno, estoy olvidando a los que de plano solo piden, sin ofrecer nada a cambio, más que lastima.
En términos normativos en nuestra capital, todo ese submundo informal es clasificado como infractor de la misma manera, ya que el artículo 7, en su fracción III, del Reglamento de Orden y Justicia Cívica para el Municipio de Morelia, prohíbe ejercer la mendicidad o alguna actividad en la que se solicite retribución económica en la vía pública sin la autorización respectiva, pudiéndose castigar a quienes incurran en esas conductas con pago de multa o arresto de hasta 36 horas. Hasta donde sé, no existe autorización alguna para ser limpiaparabrisas, artista callejero o vendedor ambulante de semáforo.
Ahora bien, como dije, jurídicamente se hecha en un mismo saco a todos los integrantes del hábitat comercial semaforil, sin embargo, la realidad es otra, porque el trato dado y el cumplimiento de la norma, no es igual, principalmente porque la percepción ciudadana es distinta respecto del “limpiaparabrisas” que del resto de la horda informal, ya que solo ellos generan sensación de inseguridad, o inseguridad real.
La molestia ciudadana contra los “limpiaparabrisas” parte de dos bases, la primera desde la agresividad percibida, al recibir un servicio que puedes, o no, querer, que por consiguiente te lleva al dilema de no dar gratificación alguna, o darla a regañadientes, más por una sensación de lastima, mezclada con remordimientos, que por el servicio recibido, aunque fuera a producto de gallina, como dirían en mi pueblo. La segunda causa de agravio deviene de la idea generalizada, con amplio sustento, de que la mayoría de quienes realizan esta actividad lo hacen bajo los efectos de drogas, lo que te hace sentir vulnerable y en peligro, algunas veces real.
Estas bases son las que generan el repudio social mayoritario de esta actividad comercial informal. Ahora bien, abordando el problema desde un punto de vista normativo y de percepción, la solución es sencilla, cero tolerancia y punto. Pero, y es un gran pero, estamos dejando de considerar la problemática desde dos causas fundamentales; la falta de empleo, y la drogadicción, como tema de salud y no de seguridad pública. Por tanto, de no considerar los diversos factores, corremos el riesgo de asumir una postura frívola y hasta insensible.
Por otra parte, deben saber que las ganancias en un mal día para un “limpiaparabrisas” son unos 250 pesos aproximadamente, o sea, tres salarios mínimos, y en un día bueno hasta 400 pesos o más; échenle lápiz. Los menos, ocupan estos bastantes decentes aunque informales ingresos, para mantener a sus numerosas familias (la planificación familiar es otro gran problema de un amplio sector social de nuestros país, sobre todo del de los más desprotegidos, pero esa es otra historia), y los más, los ocupan para vivir al día y mantener sus vicios, los cuales, dependiendo del veneno de su predilección, pueden significar hasta el 75 por ciento de su ingreso diario (es común que quienes se inyectan “heroína”, ocupen 3 curas al día, de 100 pesos cada una). Curiosamente, el alcoholismo no es tan común en esta legión, como si lo es en otros gremios de estratos sociales similares.
Sinceramente, la atención y solución de esta problemática, no es tema sencillo, el Estado debe mucho en el ámbito económico y laboral a estos pedigüeños, pero no por ello podemos permitir que el resto de la sociedad se sienta agredida e insegura ante unos jóvenes que probablemente nacieron y crecieron sin oportunidad, predestinados por su entorno y condiciones a ser parias.
En fin, si los detienen malo, si no, también; si les damos, malo, si no, también. ¡Chale!