La virtud del ciclo
La vida natural y social está llena de ciclos. El universo mismo es un enjambre interconectado de ciclos que son a la vez causa y efecto. La actividad política también está dominada por los ciclos. Las narrativas históricas refieren ciclos que inician y terminan al paso imparable de las sociedades, sus anhelos de cambio y sus críticas imprescindibles al poder.
El ejercicio del gobierno de las naciones del mundo está determinado por los ciclos, incluso el de las dictaduras y el de las autocracias. En un ciclo cabe la esperanza, la realización, el desgaste, el rechazo y la urgencia del cambio.
El ciclo más importante de la política mexicana es el del sexenio. Su inicio y su final son fundamentales para la constitución de los valores de la gobernabilidad. El inicio se vive como anhelo y con esa esperanza construida se otorga legitimidad al gobernante, pero el final es incluso más importante que el inicio, porque con el final la sociedad vive un proceso vital de derrumbe para sobre sus ruinas reconocer cortedades, incompetencias y zonas negras que abominar.
Los finales de ciclo en las democracias siempre han sido el amortiguador de estallidos sociales que pudieran derivar en rebeliones como las vividas en los primeros decenios del siglo XX. El final de un sexenio se vive como el descanso frente a lo trillado y a lo inoperante. El inicio en cambio se vive como la emoción por las posibilidades esperanzadoras que pudieran ser. Otras ideas, otras palabras, otras utopías.
La modificación del discurso, incluso la refutación del discurso que finaliza cumple una función cardinal para la estabilidad y la regeneración de la confianza pública. El discurso que replantea la comprensión de la realidad y modifica las prioridades en cantidad y calidad es el aglutinante del anhelo.
Lo anterior viene a colación de cara a la probable agenda ambiental que asumirá el próximo gobierno de la república. No debemos olvidar que las definiciones federales, en una república de acentuados tonos centralistas, se traducirán en prácticas que decidirán el destino del cuidado de la naturaleza con impacto en los ecosistemas más distantes del poder político, pero siempre acosados por el poder económico.
En el tablero de los actores políticos centrales para la cuestión ambiental, en el contexto actual, deben considerarse las trayectorias y deseos explícitos de quien ocupará la presidencia y de quien ya ha sido designada al frente de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).
La presidenta posee una trayectoria académica fundada en su empatía por el medio ambiente y en su interés por buscar opciones científico técnicas al cambio climático y al uso de combustibles fósiles. Ha externado su compromiso por fortalecer a la Comisión Nacional del Agua (Conagua) como respuesta a la crisis hídrica que vive el país y ha manejado la idea de que el derecho humano al agua es una prioridad legal y factor estratégico para el desarrollo económico del país, y a ello ha agregado dos condiciones, que ninguna fuente hídrica debe ser sobreexplotada y que debe mantenerse el balance hídrico de cada cuenca en una perspectiva de 50 años.
Por su parte Alicia Bárcena, la propuesta para ser designada al frente de la Semarnat, es bióloga de formación y siendo funcionaria de la ONU dirigió el Proyecto Ciudadanía Ambiental del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Ella ha sostenido en múltiples ensayos académicos como sustento de su enfoque la idea de la sostenibilidad y la protección del medio ambiente.
Es decir, tanto la presidenta como la futura secretaria han tenido a la cuestión medio ambiental como el terreno desde el cual han impulsado parte de su carrera académica y política. Tan solo por esta consideración podría pensarse con optimismo que la atención a la agenda ambiental se verá fortalecida en el ciclo que comienza el 1 de octubre y que conoceremos buenas noticias.
Especulando con optimismo podríamos pensar en que habrá reformas a las leyes en materia de aguas para fortalecer y hacer operativos los derechos ciudadanos al agua y a la participación en su cuidado, administración y distribución, o bien, que finalmente conoceremos un programa certero para detener la destrucción de los bosques y acciones para restaurar los ecosistemas dañados. Incluso que veremos en el Plan de Desarrollo Nacional ejes transversales, con seguimiento y evaluación, para lograr el desarrollo sostenible que hasta ahora solo existe en el papel.
Sin embargo, el otro actor decisivo que juega en este contexto político es el deseo del presidente que concluye y que ha dado muestras contundentes y preocupantes de establecer un Maximato y evitar que el ciclo que él protagonizó concluya y sabotear el inicio de uno nuevo.
Si así fuera presenciaríamos una estancamiento del avance de la agenda nacional y una desatención continuada de los problemas ambientales. Para que el ciclo concluya debe existir un nuevo discurso articulado en torno a la crítica de lo que evidentemente se hizo mal, se descuidó o francamente se retrocedió.
No habrá avance si no hay crítica y distanciamiento del ciclo sexenal que concluye. Y esta crítica y distanciamiento deberá verse en el contenido de la política ambiental federal. El ciclo pasado debe concluir e iniciar otro.