La vida, la familia y la tecnología/Santiago Heyser Beltrán
La vida, la familia y la tecnología
Uruapan, Michoacán, 13 de agosto del 2017
Como siempre, mi charla con Maia, mi nieta de 8 años, muy interesante, ¿el tema?, el uso de Ipad para tercero de primaria.
- Abuelo <inició Maia>, ya en tercero de primaria no llevo libros, todo lo voy a hacer con mi Ipad.
- Sí todo lo vas a hacer con tu Ipad, va a oler feo, mejor ve al baño sin tu Ipad <le contesté riendo. Sin dejar de pensar sobre el impacto en las vidas de las nuevas generaciones en función de las tecnologías; recordando el montón de jóvenes que sentados en una mesa en una fiesta, cada uno está con su celular recibiendo y mandando mensajes, están sin comunicarse en forma personal, porque, desde mi punto de vista, no saben cómo hacerlo.>
¡No!, no es broma, de hecho veo muy seguido el que en un restaurante o en una reunión familiar, cada uno esté con sus celulares sin hablarse y sobre todo, sin hacerse caso.
No soy psicólogo ni aspiro a serlo, pero, en mi opinión, la comunicación mediante aparatos y con emoticones en lugar de palabras, hace sentir más cómodos a los jóvenes y a algunos <cada vez más> adultos, porque les quita la inhibición de dar la cara y les permite ser más “expresivos” <como si eso fuera expresarse>, es decir, les permite ahorrar tiempo y evadir el temor de equivocarse o hacer el ridículo al comunicarse; en pocas palabras, mediante los aparatos y sin el contacto personal, la gente se siente más segura al comunicarse, lo que en mi humilde opinión es muy grave y atenta contra nuestra humanidad y la posibilidad de construir relaciones trascendentes con otras personas, ya que todo es impersonal.
Sobre ello manifesté mi preocupación a mi hijo Santiago, explicándole que quizás en las escuelas modernas <caras>, cómo parte de su imagen <para cobrar mensualidades inverosímiles>, el uso de la tecnología les parecía “snob” y apantalla pendejos, pero que ello podría no ser lo mejor para Maia, mi nieta; que cuidara que siempre estuviera leyendo un libro y que el uso de aparatos (Ipad´s o celulares) incluyera restricciones como el no tenerlo prendidos al ir en auto, al caminar y al comer o cenar, para que no se perdiera la convivencia familiar, porque (sí, lo sé, son cosas de mi edad), estoy convencido de que en las charlas de sobremesa (después de la comida o la cena), se da la transmisión de valores familiares y la formación cívica que deriva del compartir lo que cada uno vivió durante el día y la forma de enfrentarlo o resolverlo, así como compartimos las anécdotas sobre la interacción con otras personas <compañeros de escuela o trabajo, vecino y parientes>. Todavía me nutre y gratifica recordar las charlas de sobremesa en casa, en donde en particular, mi abuelo, me escuchaba con atención y hacía comentarios breves sobre mi percepción y respuesta a los eventos del día; pero puedo asegurar ¡sin duda!, que fue en esas charlas en donde aprendí valores como el respeto, la honestidad, la puntualidad, el servir al prójimo, la verdad y muchos otros, así como las experiencias de los eventos y anécdotas que los abuelos narraban respecto a sus vidas, los que me nutrían del aprendizaje sobre cómo vivir y convivir bien.
Hoy, con las prisas <habrás notado estimado lector que no incluí el desayuno en las charlas de sobremesa porque todo mundo tiene prisa a esa hora>, ya no hay sobremesa, o de plano cada uno come y cena por su lado; no es poco común que el papá llegue a casa en la noche y se prepare algo para comerlo sentado frente al televisor ¡Sin platicar con la familia!, sin saber lo que ese día fue importante para la pareja o para cada uno de los hijos ¡Sí!, enfatizo “cada uno de los hijos”, porque las charlas en grupo, si bien son agradables, no permiten entrar en el corazón, ni conocer los sentimientos <lo miedos y alegrías> de cada hijo, lo que hace necesario revivir aquella conseja que le di a mis amigo Rotarios en Morelia: “Cada hijo merece que le dediques 5 minutos al día, para escucharlo en confidencia, incluidos sábados y domingos.”
De ello deriva que si bien, no tengo nada en contra de la tecnología, considero un deber educativo el cuidar todo exceso, si todo el día están estudiando, malo, si todo el día ven televisión, malo, si todo el día están con sus aparatos, malo también y es que los aparatos interfieran en el contacto y sana comunicación que debe existir entre las personas, en particular en la familia… ¡Así de sencillo!
Un saludo, una reflexión.
Santiago Heyser Beltrán
Escritor y soñador