La sombra del caudillo
Martín Luis Guzmán escribió en la segunda década del siglo XX la primera novela política posrevolucionaria, “La Sombra del Caudillo”, un ejercicio de escritura metafórica que sintetiza, hasta hoy, algunas de las deformaciones del sistema político en México: el uso y abuso del poder, la tiranía del ungido, la sombra omnipresente y, quizá lo más importante, la obsesión de seguir al frente del timón sin ver la tragedia que ello representa.
La sombra del caudillo está ligado a la tiranía y a la fatalidad. Una lleva a la otra, irremediablemente, por más que se intente destrabar ese entuerto del destino. La novela parece hoy una cruel realidad.
Magistralmente, Martín Luis Guzmán retrató presente y futuro del sistema político mexicano, no como un ejercicio imaginario, sino basado en la mística y la esencia del ejercicio del poder político en México. Primero por la lucha entre militares, luego la búsqueda del poder por el poder, al costo que fuera.
Un poder, que puede ser extendido más allá de lo lógico y lo razonable, desde el punto de vista democrático, pero que siempre va de la mano de claroscuros, de sombras y de luz, de alegría y de tristeza, de felicidad y de llanto, de lealtades comprometidas y rebeliones inevitables, de lo humano y de la crueldad.
Aquel retrato hecho novela se presenta hoy como una cruel realidad. El ejercicio del poder y la obsesión de seguir con él a través de interpósita persona, pero siempre pensando que el bien que se busca para todos bien merece sacrificios, dolor y pugnas con y entre los suyos.
El hoy presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha cedido el “bastón de mando” del Movimiento de Regeneración Nacional, materializado a través de la 4T, a Claudia Sheinbaum. No se trata de un acto menor, ni del populismo de un líder político, sino la expresión fiel, clara, de que el poder es de él y que sólo lo concesiona.
Un mensaje de que hay “un poder tras el trono” y de que quien recibe ese bastón de mando lo hace para escuchar u obedecer al viejo sabio, cuyo poder ha sido reconocido y acendrado, más allá de una boleta electoral o de una burocracia política. Creencias idílicas.
Ritual político lleno de simbolismos que dejan muy claro el mensaje del caudillo que se va, pero no dejará de estar, que ha cedido el poder formal, porque el poder real, casi místico, sólo el lo tiene, sólo a él se lo han concedido, un poder que, aunque tiránico, incomprensible, logra hacer sucumbir a propios y extraños, de ahí que sea la Sombra del Poder en su forma más cruel, descarnada y contundente.
Marcelo Ebrard es hoy solo una pieza, ya desechada, de ese juego del poder político en México. Estuvo en el primer círculo solo hasta que su presencia y comportamiento servían a la causa personal. Ungida Claudia Sheinbaum como el alfil de quien ostenta el poder máximo, Ebrard es desechable, sin mayor piedad ni compasión.
El Caudillo se fortalece en cada acción y juego político, escribió Luis Martín Guzmán, a costa de dejar en el camino a enemigos, y mucho odio, división de acción y de pensamiento, que siempre terminan en la tragedia que significa corromper su persona y su imagen.
Como “En la Sombra del Caudillo”, hay traiciones y traicionados en la disputa por el poder de cara al 2024. Hay también beneficiados y beneficiarios. Hay lacayos y súbditos obedientes, ciegos ante la luz deslumbrante del círculo del Caudillo y del poder.
La rebelión que hoy se adjudica a Marcelo Ebrard, al denunciar trampas, amaños y sinvergüenzadas en la elección de MORENA es un símil a lo que retrató Martín Luis Guzmán en su novela de 1929, con la única diferencia de que en el siglo pasado la denuncia implicaba la muerte, hoy la denuncia conlleva a la movilización.
La imposición de un candidato presidencial detonó en la segunda década del siglo pasado pugnas y asesinatos. Se quería poner fin a la tiranía del Caudillo, pero lo que se logró fue un fin más cruel para el todopoderoso, la soledad, el abandono y la llegada inexorable del tiempo, que cobra cuentas y no perdona.