¡Es la Política, Imbécil!/Rafael García Tinajero Pérez
Hace algunos años, en 1993, Bill Clinton espetaba a George Bush padre con la siguiente frase: ¡Es la economía, imbécil!, con ello pretendía señalar que muchos de los problemas de Estados Unidos, que Bush priorizaba, en realidad tenían como factor subyacente a la economía y mientras ésta no se arreglara tampoco lo harían los otros asuntos cuyo origen era económico.
Hoy podríamos en México parafrasear a Clinton y exclamar ¡es la política, imbéciles!, ya que en la raíz de muchos de los grandes problemas nacionales está el factor político, pues sin duda el problema central de nuestro país es el del poder: de donde viene el poder, como se genera el poder, como se ejerce el poder, como se distribuye el poder, a favor de quien se ejerce el poder y como se relaciona el poder del Estado mexicano con los poderes de otros Estados.
Y es que cualquiera de los mexicanos vivos en ésta época solo conocemos un tipo de régimen político que, aunque ha sufrido transformaciones, es el vigente desde finales de los 20s del siglo pasado, el Régimen de la Revolución Mexicana fundado por Plutarco Elías Calles, que sirvió para disciplinar a los principales caudillos que sobrevivieron a la lucha armada de casi dos décadas y acordar las reglas para la disputa pacífica del poder y el ejercicio del mismo.
Un régimen autoritario que simulaba ser democrático, en él había separación formal pero no real de los poderes, se celebraban elecciones y cambios de gobernantes con regularidad, aunque en los hechos y para fines prácticos solo existía un partido político; corporativo, que articulaba los más diversos intereses de empresarios, trabajadores, campesinos, a través de un Partido de estado (PNR, PRM, PRI) que negociaba y otorgaba beneficios a cambio de sumisión y apoyo; proteccionista y nacionalista en lo económico; en lo laboral, mediante prebendas y canonjías, controlaba a los sindicatos a cambio de que estos a su vez controlaran al trabajador; sostenido en una burocracia capaz de aplicar las políticas del régimen de manera relativamente eficaz y con un margen más o menos amplio para la corrupción, regulada desde arriba por medio del uso discrecional de la ley; clientelar y asistencialista, otorgaba a diversos sectores de la población, sobre todo a las masas empobrecidas rurales y urbanas ciertas dadivas y prebendas disfrazadas de programas sociales a cambio de legitimar al régimen elección tras elección. El funcionamiento del sistema no se daba de una manera dictatorial sino mediante un intrincado balance en el que existía una figura arbitral inapelable capaz de premiar, distribuir beneficios, impedir que cualquiera pretendiera trastocar el sistema, someter y castigar la disidencia individual y colectiva, esa figura era la Institución presidencial. Desde allí se controlaba al propio partido de Estado y se asignaba el premio mayor, la propia Presidencia de la República cada seis años
Régimen que, durante décadas, cumplió la función de dar al país estabilidad política, paz social, crecimiento económico y gobernabilidad, pero que, tras sucesivas crisis políticas y económicas se fue desgastando. En 1997 el PRI, pierde la mayoría absoluta en el congreso y en el 2000 la Presidencia de la República. A la salida del PRI de los Pinos debió acelerarse la transición del viejo orden autoritario hacia uno nuevo de carácter democrático. Era el deber histórico de quienes en ese momento asumían el gobierno, demoler los paradigmas del antiguo sistema y rediseñar la institucionalidad y las reglas de la política en el México del siglo XXI, algo parecido a lo que sucedió en España a la muerte de Franco o en Chile tras el No a la continuidad de la dictadura militar. Esto no sucedió, por el contrario, el nuevo titular del ejecutivo pronto se hecho en los brazos de algunas de las fuerzas más representativas de ese régimen que debió ser demolido. La que, si sufrió un gran desgaste, aun en lo simbólico, fue la institución presidencial y su poder y autoridad se redistribuyeron, dejo de existir la Presidencia Imperial para convertirse en múltiples pequeños reinos: Gobernadores de los estados, sindicatos, corporaciones económicas y mediáticas, crimen organizado, cúpulas de los partidos políticos etc. Todos tomaron para sí parte de ese poder inmenso y ahora lo utilizan en función de sus intereses particulares o grupales, sin principios u orientaciones compartidas.
Los partidos políticos, importantes por ser los vehículos en la lucha por las posiciones de gobierno, se transformaron todos en réplicas del PRI, hoy es imposible distinguir entre uno y otro cuando ejercen el gobierno o en sus usos y costumbre internos. La clase política mexicana está unida por sus prácticas, sus privilegios, su falta de dignidad y grandeza, pero a su vez dividida por siglas y enfrascada en una eterna lucha por las fuentes de riqueza. Es imposible la lucha ideológica porque no hay ideologías, solo disputa por las clientelas.
Se llega al poder por la vía del voto, pero este no es manifestación de la soberanía del pueblo, ni los gobiernos que de él emanan se constituyen para beneficio de éste sino de los poderes fácticos capaces de aportar recursos para torcer la voluntad ciudadana, se hace política para obtener riqueza y se hace riqueza para obtener poder político.
Las consecuencias de esta forma de hacer política son muchos de nuestros males actuales: corrupción rampante, impunidad, desdén por las leyes, inseguridad, desempleo, falta de crecimiento económico, desigualdad y miseria, malos servicios públicos, retraso en salud y educación, deterioro en todos los índices de desarrollo humano.
Para nadie es un secreto que cada día más mexicanos consideran ilegitimas a sus autoridades independientemente de su origen partidario; que el Estado ha perdido el monopolio del uso de la fuerza, o el de cobrar impuestos; que cada día puede menos garantizar la vida, los bienes y dar servicios a los gobernados. Estamos recorriendo el camino hacia la falibilidad del Estado.
Urge el surgimiento de nuevos actores políticos que no aspiren a obtener el tercio o el cuarto electoral mayor para administrar la crisis en su beneficio gobernando sobre ruinas. Que vean más allá de la próxima elección y de quien ocupará la silla presidencial. Que diga no al caudillismo mesiánico y a la atomización estéril de opciones electorales que representan lo mismo. Que no pretendan avasallar, humillar y destruir, al contrario; que vea al rival de hoy como un posible aliado. Capaz de convocar a las fuerzas políticas nacionales a cumplir con el deber histórico de esta generación: terminar la demolición del antiguo régimen y sentar las bases para el que lo sustituirá; forjar una coalición que de por resultado una nueva mayoría, no solo para ganar el 2018, para gobernar; que gane la presidencia, pero también el Congreso, espacio desde el que deben generarse las nuevas instituciones y reglas para la Nueva República.
Urge reconstruir la política, para que el Estado Mexicano recupere la legitimidad pérdida y el pueblo su seguridad y posibilidades de desarrollo; para redistribuir la riqueza, los recursos y el poder y garantizar a los individuos el ejercicio de sus derechos. Urge concluir el tránsito del Estado presidencialista autoritario a un Estado Democrático de Derecho.
¡Es la política, imbécil ¡.