La oposición administrando la parcela
En los regímenes democráticos, los procesos electorales son siempre el espacio natural para la confrontación de las ideas en la disputa por el poder político; en un escenario ideal, sus resultados debieran ser el indicativo que permite conocer la resonancia y simpatía de esas ideas y visiones, entre la ciudadanía. En nuestro sistema político mexicano, no es un secreto que, con la entrada a la pluralidad política a finales de los 80, la arena electoral se ha acercado más a una lucha de clientelas y estructuras partidarias, por sobre la contrastación de las visiones o la solución a los problemas que aquejan a los ciudadanos.
Aun cuando, estos incentivos económicos o en especie, pueden ser representativos, sobre todo si tienen el acompañamiento de una estructura gubernamental, esto que los actores de distintos partidos han denominado como “elecciones de Estado”, es posible identificar en distintos contextos, tanto de elecciones locales como federales, que no siempre se logra el objetivo esperado o lo que es lo mismo, pese a estas relaciones de intercambio o actos de coerción, no se obtiene como ganancia el triunfo electoral, en tanto hay un conjunto de factores que inciden en la decisión del electorado y por ende en el resultado final de una elección.
El reciente proceso electoral, en 6 entidades federativas, de las cuales hasta el día hoy Morena habría salido victorioso en 4 gubernaturas, si bien puede tener como primera lectura el predominio presidencial y con este la movilización de recursos, obvia, “casi natural” que otorga siempre el ejercicio del poder (que no correcta), trátese del partido del que se trate.
Acotar la lectura de la elección a esta interpretación, que coloca la “supremacía” del presidente y su aspiración expansiva por encima del resto de las variables, como la ausencia de la oposición y su incapacidad para capitalizar el descontento de una parte de la población que no aprueba por entero las acciones del gobierno federal, sería en automático cerrar la posibilidad de disputarle a Morena la presidencia en 2024.
En este sentido, si bien no puede negarse el peso de las estructuras gubernamentales, de cualquier orden al que se aluda, federal, estatal o municipal, estas no pueden ser pretexto para el letargo o la inacción a la que parece haberse enquistado la oposición desde 2018; disminuidos al cuidado de la pequeña parcela de poder que les queda, las impresentables como mediocres dirigencias apenas pasan como meros administradores de candidaturas y posiciones al interior de sus partidos.
Aun cuando la elección intermedia de 2021, permitió una recomposición partidaria al interior del Congreso, en la que la oposición pudo recuperar algo del terreno perdido, hecho no menor que hoy hace imposible que el partido en el poder pueda por sí mismo llevar a cabo reformas constitucionales, esta se debió más a un voto razonado del electorado, producto del desencanto o el rechazo a las decisiones presidenciales que a las posturas y programas que pueda significar la oposición, para los grandes problemas nacionales.
De cara a las elecciones del próximo año en el Estado de México, como a la presidencial de 2024, es previsible que al interior del partido gobernante las aspiraciones de los posibles candidatos sean las que vayan poniendo la sazón a la contienda electoral, así como los alcances que pueda demostrar Movimiento Ciudadano para jugar como una alternativa real fuera de la descafeinada alianza opositora; como lo señalé en la pasada entrega, por ahora es ahí donde parece estar la apuesta política, mientras algunos aún siguen administrando la parcela.