La epidemia de la soledad y las redes sociales/Emilio Cedeño Rivas

En nuestra sociedad, se han vivido los más variados y radicales cambios y transformaciones desde fines del siglo pasado y principios del XXI, hemos pasado de mandar cartas de amor las cuales llegaban a ser tesoros personales que se guardaban toda una vida a archivar conversaciones enteras en datos compilados dentro de un celular que con el tiempo se perderán y olvidarán, pasamos de necesitar ir de compras a poder adquirir desde el producto más simple, hasta el más complejo y difícil de conseguir sin tener que mover otra cosa que no sean nuestras manos, de necesitar ir a una biblioteca a consultar aquello que nos interesa a disponer de una cantidad casi ilimitada de saberes humanos y así podría continuar hablando por horas acerca de las maravillas que nos ofrece la red, sin embargo, el internet, como todos los avances tecnológicos no es más que una herramienta que puede ser usada conforme el usuario prefiera y pueda.
El tema que nos aqueja hoy, es el de las “Redes Sociales”, nombre un tanto cuestionable, puesto que, ¿realmente es un medio social? ¿se puede entablar relaciones estrechas y cercanas a través de la seguridad de una pantalla?.
La soledad dentro de la sociedad occidental se ha implantado muy hondo y prácticamente a la par de la propagación de internet, somos seres sociales que necesitan calor humano, y que sin embargo, preferimos muchas veces el calor que nos ofrece el monitor de una computadora o la pantalla de un celular. Tenemos miles de amigos en internet, pero nos encontramos solos, hablamos con personas de partes del mundo que antes incluso ignorábamos que existían pero no podemos despegar la vista de nuestros celulares cuando paseamos con nuestra familia o amigos.
Las redes sociales son el medio en el que todo el mundo está de fiesta, pero no una precisamente normal, sino una de disfraces. La vida perfecta que se atribuyen algunos usuarios no es más que una máscara muy bien puesta en la que cualquiera, hasta el más solitario parece el más popular, donde una pareja que pelea cada hora simula cenas románticas en el caribe y sorpresas amorosas diarias. Este intento narcisista por aparentar ser el mejor, no es más que la muestra de que somos una de las generaciones más inseguras y banales, no es extraño ya encontrar personas tomando fotos a su desayuno maquillado, acompañándolo en ocasiones de algún libro complejo que jamás se leerá, ni mucho menos entenderá, pero que colocamos en la foto por adorno, tampoco lo es la alteración digital del rostro y el cuerpo, diversas aplicaciones nos hacen ver más delgados, más altos, más atractivos e incluso en algunos casos, más blancos o más morenos según sea el caso, creando una sociedad mentirosa incluso con lo más obvio; nuestra apariencia.
Nos hemos vuelto adictos al romance virtual y una nueva y enfermiza manera de llevar nuestras relaciones afectivas ha nacido. Estamos ante la era en la que si no se está en internet no se existe para nadie, donde aparentar vale más que ser, en la época en la que los besos se dan con emoticones, las relaciones amorosas nacen en cuatro palabras y estando separados por kilómetros de distancia, donde se coleccionan los conocidos y desconocidos por igual, como pequeñas estampillas, de las cuales no hace falta calidad, sino cantidad, donde una amistad se sustenta a base de “chats” e imágenes graciosas, creando una situación paradójica, donde le llamamos amigo al que jamás hemos conocido en persona e ignoramos al que tenemos al lado.
Las Redes Sociales no sólo cambian lo que hacemos, sino también quienes somos. Y es que la tecnología apela a nuestro lado más vulnerable, estamos solos pero tenemos miedo a la intimidad. Compartimos sentimientos fingidos para poder tener algo que compartir y así sentirnos un poco más vivos, pero a la vez nos sentimos vacíos. El ser humano es una especie gregaria por naturaleza, aquellas cuevas que nos protegían y nos ayudaban a formar nuestra comunidad hoy en día tienen un nuevo nombre; Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat, WhatsApp son las que albergan a mas cavernícolas de la tecnología, pero al igual que sucede con cualquier comunidad primitiva humana, con el tiempo son abandonadas y se migra a otras similares pero que todos creen son mejores, sólo que ya no se lucha por sobrevivir sino por sobresalir, ya no existe ningún dios como tal, sino tenemos sólo demonios quienes resultaron ser las propias cuevas, a quienes les vendemos nuestra alma a cambio de un poco de aceptación puesto que, el mundo (y nosotros) existe e importa sólo cuando lo vemos en la pantalla.
Somos la sociedad sin objetivos, la que no busca a un dios ni tampoco se pregunta de su existencia, la que sabe absolutamente todo de nada, pues cree saber demasiado porqué ve información sin importancia o demasiado digerida de gente que vomita datos y dice entender sobre todos los temas pero que sólo memoriza cosas que ya vio en algún otro lugar sin siquiera haber comprobado su veracidad, vivimos en el mundo en el que se siguen crucificando personas por pensar diferente a la mayoría, sólo que ya no es necesario que ellas estén presentes para hacerlo, hoy se les crucifica poniéndoles un apodo pegajoso y marginándolas, en la que el valor del individuo se ve reducido al costo de su celular, el número de seguidores o “likes” que genera y los lugares que dice haber visitado, donde un buen vino no se disfruta igual si no se presume por internet. Presumimos por internet el saber de todo y argumentamos como si realmente fuese así, pero jamás nos ocupamos de cuestionarnos lo que nos dicen quienes piensan como nosotros, está de moda leer demasiado pero no nos ocupamos de las ciencias, nos preocupa más llenarnos la cabeza de basura “literaria” que nos dice que somos los elegidos del universo cuando su autor jamás estudió sobre Astronomía, y mucho menos sobre Filosofía, estamos tan absortos en literatura repetitiva donde el héroe siempre gana y el malo siempre pierde, que creemos que todo es blanco o negro, jamás los dos al mismo tiempo y esto se ve reflejado en los colectivos radicales y fundamentalistas dentro de movimientos feministas, animalistas, neonazis y demás grupos que han surgido y tenido su auge en las redes sociales, colectivos en muchos casos pugnan por asesinar o apartar a quien no piense igual que ellos y creen estar en lo correcto pero que sin embargo, sus integrantes mas radicales no se prestan al debate o si lo hacen, prefieren proferir insultos que fundamentar sus comentarios.
Es triste la época en la se supone todo el mundo tiene una opinión igual de valida pero que se le pone el mote de “lord” a quien opina diferente al resto, la época de la deshumanización en la que un evento en algún lugar lejano pero desarrollado se lamenta, documenta e importa más que el del cercano y poco desarrollado, donde una imagen desgarradora de un niño muerto o que ha perdido a su familia dura sólo mientras produce dinero, y no por qué realmente conmueva a quien promociona esa noticia, donde la mercadotecnia ha descubierto que explotar la conciencia de las personas mediante mensajes emotivos y esperanzadores de una sociedad más justa, bondadosa y solidaria es más sencillo y más rentable que intentar convencer de comprar el producto por sus beneficios, porqué como una vez dijo Ryszard Kapuściński “cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”.
Estamos lo suficientemente ocupados para ser productivos, odiamos perder el tiempo estudiando, leyendo, practicando algún deporte o trabajando, aborrecemos perder el tiempo en eso porqué queremos perderlo viendo imágenes de gatos haciendo el tonto, espiar a nuestra antigua pareja o ver la última temporada de una serie de Netflix durante todo un día, haciéndonos olvidar nuestra monotonía y transportándonos a mundos y vidas muchísimo más interesantes que las nuestras. Nos venden cuentos en forma de video y esperamos adaptarlos a nuestras vidas con la esperanza de sentirnos mejor, y muchas veces lo logran, pero al final de cada capítulo tenemos también el miedo de que nuestra serie termine, y volver a nuestra vacía existencia. Por eso vemos a miles vueltos locos cuando matan a un héroe ficticio, por eso vemos a cientos que se visten y adornan de su personaje favorito, porqué es su manera de volver y sentirse parte de una realidad que lo adoctrinó hecha para parecer más interesante que la propia vida del espectador. No es extraño pues, que Japón empiece a ser una sociedad demasiado vieja que, como cualquier viejo, está en riesgo de perecer y sus compañías creadoras de series y animaciones sean cada vez más exitosas, una epidemia de casi asexualidad azota a la población joven en Japón, sin embargo, la mayoría de jóvenes japoneses están más preocupados por el último capítulo de Dragón Ball (por poner un ejemplo) que por la propia supervivencia de su raza.
Internet es la nueva y mejorada caja tonta, donde todo el mundo cree que tiene una voz y la masa cree decidir sobre lo que es bueno y lo que es malo, claro que la masa es influenciable, Gustave Le Bon afirmaba que ‘’La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado. Pero, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que sea sugestionada". El problema es que nosotros somos una especie de masa solitaria que se guía por lo que observa en el internet, el problema es que nosotros creemos más en lo que nos dicen en Facebook, Twitter o YouTube que lo que la televisión nos pueda decir, decimos odiar a compañías jurásicas televisivas, pero creemos en lo que cualquier medio que afirme ser independiente nos diga, hacemos caso y le damos credibilidad a cualquier individuo que haga de las noticias un chiste, pero no nos damos cuenta de que sus fuentes son las mismas compañías monopólicas y que acusamos de manipuladoras y por ello decimos odiar. El internet y sus fuentes son igual o más cuestionables que los medios tradicionales, porqué todo el mundo en él es un experto automático en la materia que esté de moda, todo el mundo puede convertirse en abogado cuando se defienden o se exigen Derechos, cualquier persona con wifi puede disponer de un título comodín que se adapte a las tendencias actuales, que diga que se es Economista cuando se habla de crisis económicas o humanitarias, y un largo etcétera, ah pero si una conocida actriz que poco sabe de Economía opina sobre algo que no sean chismes de famosos en ese momento ella es la tonta y no nosotros, porqué creemos que si estuviéramos en su lugar lo habríamos dicho mejor, porqué igual que el aficionado que grita indicaciones mezcladas con insultos dando manotadas a la televisión durante su partido favorito, pensamos que podemos porqué nadie nos exige demostrarlo, porqué nadie nos pide hacer nada de lo que nosotros nos atribuimos saber lo suficiente.
Nos decimos la generación revolucionaria porque insultamos a nuestros gobernantes con hashtags y 140 caracteres, nos decimos libres porqué podemos opinar del último libro de Harry Potter, o del último capítulo de Breaking Bad y podemos criticar a nuestros políticos, convocando a marchas, protestas y exigencias a las que todos dicen asistirán pero al final nunca pasa nada, apoyamos manifestaciones que dicen ser para apoyar al pueblo pero que hasta el último de sus integrantes es contratado para estar presente y repetir sin cuestionar gritos, muchas veces innecesariamente groseros en contra de los opositores de quienes los contrataron. No somos más que borregos que creen ser lobos, pero a quienes les da miedo o simplemente no saben que tienen un pastor.
Ahora bien, no es el internet nuestro mayor conflicto, ni siquiera deberíamos plantearnos el dejar de usarlo, es una herramienta maravillosa, gracias a él se puede estudiar desde cualquier parte del mundo, por él países enteros se han independizado de regímenes totalitarios, sin esta red global estaríamos sujetos a la información limitada que nos ofrecieran bibliotecas, las cuales muchas veces ni siquiera están disponibles en algunas comunidades, nuestro mayor problema somos nosotros mismos cuando vemos 50 videos graciosos y uno (o a veces ninguno) que nos enseñe algo que antes no sabíamos, nuestro conflicto no son las redes sociales, son las miles de personas que prefieren un “like” por sobre de un abrazo, las miles que creen que un seguidor las hace más valiosas que un amigo de verdad. Sufrimos una epidemia de soledad en un mundo obsesionado con las Redes Sociales.