Juego de ojos/Miguel Ángel Sánchez de Armas
El misterio de Foforito y otras ociosidades
Una querida amiga sostiene que soy un “diccionario ambulante de conocimientos inútiles”. Duro juicio, sin duda, ¿pero qué otra cosa puede ser en el fondo un aspirante a periodista?
No hablo de la casta sagrada de los analistas políticos, fauna integrada -con extraordinarias excepciones- por individuos a quienes se puede aplicar la sentencia que alguna vez el Poeta asestó al Cronista: escribidores de ocurrencias, no de ideas.
Me refiero a la curiosidad intelectual, a la capacidad de asombro, de gozo por las minucias del lenguaje y disfrute del conocimiento por el conocimiento mismo. Y, en primerísimo lugar, de una forma de ser lo más alejada posible de lo solemne y lo pomposo.
Soy de los que piensan que La familia Burrón es un espejo de los mexicanos y que Gabriel Vargas fue tanto o más sociólogo que Samuel Ramos. En una ocasión reté a un intelectual orgánico a debatir. ¿El tema? La mamá de Foforito, hijo natural de don Susano Cantarranas y adoptivo de los Burrón. Y con aplomo hinchado de soberbia el mentecato respondió que la Divina Chuy.
¡Hágame usted el favor!
No puedo revelar su nombre, pero sí confiar que fue uno de los que con gran suficiencia pronosticaron la contundente victoria de Meade. Hizo el ridículo. Resulta que Foforito no tiene madre, nunca la tuvo. Al genial autor de la historieta se le olvidó. Así como lo escucha. “Cuando me di cuenta ya habían pasado varios números y de plano no moví las cosas”, me dijo en una entrevista en el 2001.
¿A usted le parece un dato inútil? Cierto que no contribuye a la paz mundial ni alivia los niveles de ozono en la atmósfera ni frena la brutal impunidad de nuestra clase política, pero caray, no puede uno andar por la vida creyendo que el joven ayudante de “El Rizo de Oro” es hijo de aquella bailarina de dudosa fama y peor conducta. Es como hablar de los Burrón sin saber el nombre del perro de la familia o el apodo del hijo mayor (para los no iniciados, la respuesta al final de la columna).
Yo no creo que sea una necedad saber que el nombre completo del Pato Donald es “Donald Fauntleroy Duck”, que las jirafas se limpian las orejas con la lengua, que los delfines duermen con un ojo abierto, que el ojo de una avestruz es mayor que su cerebro, que los diestros en promedio viven nueve años más que los zurdos, que el músculo más poderoso del cuerpo humano es la lengua, que es imposible estornudar con los ojos abiertos, o que el “cuac” de un pato no produce eco.
De tarde en tarde este diletantismo intelectual arroja luz para entender hechos “serios”. Por ejemplo, si la industria aérea estadounidense ahorró millones con sólo eliminar una aceituna en cada ensalada servida a los pasajeros, ¿queda clara la importancia de ahorrar medio dólar en cada barril de petróleo aunque ello significara invadir un país y mandar a la muerte a miles de jóvenes yanquis y civiles iraquíes?
Es incalculable el dinero, el tiempo, la energía y el talento que se destinaron a la producción de las bombas atómicas que calcinaron a cientos de miles de seres humanos -principalmente niños, mujeres y ancianos- en Nagasaki e Hiroshima y que desde entonces tienen a la humanidad con el Jesús en la boca. ¿Por qué no se dedicaron iguales recursos para domesticar esa energía y aplicarla en beneficio de la especie cuando es de todos sabido que un kilogramo de masa, transformado en energía, equivaldría a 25 mil millones de horas kilovatio de electricidad, y que la energía contenida en una pasa sería suficiente para abastecer durante un día a la ciudad de Nueva York?
Pero ya basta. Estoy fatigado. Hoy no lanzaré catilinarias a nuestros estadistas. Mejor comparto con usted algunos otros conocimientos adquiridos durante los momentos de ocio productivo que proporciona el desempleo:
Millones de árboles son plantados accidentalmente por ardillas que entierran sus nueces y luego no recuerdan dónde quedaron. Así como la mala memoria de estos animalitos es una contribución directa a la oxigenación, la glotonería de los ratones voladores que conocemos como murciélagos permite que en la mesa de usted se sirvan diversas frutas: hay semillas que primero tienen que pasar por el intestino de uno de estos quirópteros para germinar. Piénselo la próxima vez que le meta diente a un mango.
Comer una manzana es más eficaz que tomar un café para mantenerse despierto.
Nadie es capaz de tocarse el codo con la lengua.
La miel es el único alimento que no se descompone: las ofrendas de miel halladas en las tumbas de los faraones podrían con toda seguridad usarse en los panqueques de los arqueólogos.
De todo el helado que se vende en el mundo, un tercio es sabor vainilla. La marca no la sé.
La “j” es la única letra que no aparece en la tabla periódica de los elementos.
Una sola gota de aceite de motor puede contaminar 25 litros de agua potable.
Además del hombre, los únicos animales capaces de reconocerse en un espejo son los chimpancés y los delfines... y algunos políticos.
Reír durante el día permite descansar mejor en la noche.
¿Intentó lamerse el codo?
(Respuesta: “Wilson” y “Tejocote”)