Juego de ojos/Miguel Ángel Sánchez de Armas
El libro... los libros... la vida (I/II)
En un rincón de Veracruz conocido como Tlapacoyan habita un hombre llamado José Lanzagorta Croche.
Estudió agricultura en Chapingo pero cultiva letras en largas noches de insomnio. Tiene por los volúmenes que alberga el gran domo de su biblioteca la misma pasión que por los naranjales que atiende con amor entre libro y libro.
Cuando lo conocí me dio la impresión de un Publio Terencio Africano jarocho. Como al gran latino, nada humano le es ajeno a Pepe. Cierto que tiene apenas un pequeño observatorio entre las ceibas de la tierra a la que se aferra como Anteo, pero sus tomos son un potente telescopio para estudiar los rincones del planeta.
Y a propósito de los libros, Pepe escribió un espléndido ensayo que me honra compartir con los lectores de Juego de ojos, en dos entregas.
I.- Cuestión de calendarios. Hemos dado en celebrar el 23 de abril como el Día del libro, por la extraña coincidencia de que tanto Cervantes como Shakespeare y Garcilaso de la Vega (el Inca) murieron el martes 23 de abril de 1616 (este dato es sólo cierto para el escritor español), coincidencia mas no tanto, ya que el genial escritor español murió́ doce días antes que Shakespeare. Este aparente dislate lo entenderá́ usted si recuerda que en ese momento en Europa se tenían dos calendarios, el juliano, más primitivo y el gregoriano que es el que usamos actualmente, y que Inglaterra adoptó hasta el miércoles 2 de septiembre de 1752 ... cuestión calendárica, pero con un extraño juego de coincidencias. Borges dice que casi todos los inventos del hombre son extensiones de su cuerpo, pero el libro lo es de su cerebro. Gran verdad me parece esta reflexión que podríamos aumentar con la música, el teatro y las películas.
II.- El perro en la prehistoria, el libro en la historia. Dicen que aquello con lo que más familiarizados estamos es lo que más trabajo nos cuesta definir. Pregúntenle a un músico qué es la música, o a un físico relativista qué es la nada, y seguramente verán el problema conceptual en el que los meten. Y es que llegar a la formación de un concepto es un proceso lento e intuitivo, a la par que tedioso. Es entablar la lucha interior entre nuestro “buen mundo”, en donde todo ya tenía su lugar establecido, y este nuevo mundo, momentáneamente absurdo o parado patas arriba, hasta que finalmente se hace la luz y orgullosos contemplamos que el nuevo orden es mejor; mejor porque caben más ideas y éstas son más ricas.
El caos ha sembrado nuevamente al cosmos y se quedará así hasta que una nueva crisis lo vuelva a tambalear para formar un nuevo cosmos, más rico aún. Este es el infinito y circular juego del aprendizaje. Es por esto que me gustaría decir que el mejor amigo del hombre es el libro, [aunque] sé que los grupos canófilos argumentarán que ese escaño ya lo tiene, y bien ganado por cierto, el perro. [Tengo] argumentos que [quitan ese] lugar al perro, aunque me gane el repudio de los grupos canófilos.
III.- El libro representa el sentir y pensar de cada época. Hace pocos años nos acercamos al final de una centuria y también al final de un milenio. Sabemos, porque hay libros que consignaron esta historia, que la gente, conforme se acercaba el año mil, dejó los campos sin labranza y se dedicó a esperar el juicio final: ya no tenía caso trabajar, porque el mundo estaba llegando a su fin.
De la misma manera, cuando nos acercamos a un nuevo milenio, aparecieron librillos pseudociéntíficos o pseudorreligiosos que pregonaban el temido y cercano fin, y que de alguna manera sirvieron para enriquecer nuestras bibliotecas, para que pudiésemos reírnos por la manera errática y temerosa, totalmente desprovista de la inteligencia –que debiera ser la marca del hombre– de cómo algunos de nuestros contemporáneos enfrentan su época. ¡Excelente documento socioliterario, sin duda! O del cercano fin del mundo predicho para diciembre de 2012 en el calendario maya, o si se prefiere, para que a partir de esta fecha se tome conciencia de que “ya empezamos a sentir los seres muy sensibles, y que van prefigurando el nuevo orden que regirá el mundo muy próximamente”... olvidándose de que la conciencia se adquiere con lecturas y reflexiones, con discusiones si se quiere, pero no mágicamente que es como candorosamente se pregona por estas personas, cuyas concepciones se ven tan emparentadas a la complejidad mental de los neandertales.
Voy a dar un ejemplo similar de esta sencillez, basándome en lo que reflejaron excelentes libros escritos en el pasado. Varios siglos antes de nuestra era, los astrónomos babilónicos definieron las constelaciones del zodiaco. (Su nombre está dado porque la gran mayoría de éstas llevan nombres de animales, exceptuando a géminis, virgo, libra y acuario) y las mismas correspondían a los grupos de estrellas delante de las cuales, debido a su movimiento de translación, pasa la tierra durante un año.
Los babilonios, los árabes y otras civilizaciones de la antigüedad, se dieron cuenta que algunos eventos terrestres estaban correlacionados con ciertas posiciones de los astros en el cielo, como las estaciones, los eclipses o los calores tórridos que se sentían al pasar por el Can Mayor y que dio por llamársele canícula. Llevando estos conocimientos a una supuesta observación más fina, concluyeron que el destino de los hombres también estaba regido por los astros. Creyeron que la posición del sol, con respecto al de las estrellas el día del nacimiento de una persona afectaría directamente su vida, o en otras palabras, habían inventado la astrología.
Un ejemplo que todos conocemos, aunque a lo mejor no con detalle, fue el que nos manifestaron los astrónomos de hace casi dos mil años, cuando terminó el tiempo de aries y empezó el de piscis, y tres magos astrónomos fueron de Alejandría a Judea, como lo marcaba la conjunción que en el cielo del este se iba perfilando, al estar juntos hasta fundirse como si solo fueran uno, durante nueve meses, Júpiter y Saturno.
Como Saturno representaba a los judíos y estaría en conjunción por nueve meses –tiempo que dura el embarazo– y el compañero en el cielo era Júpiter o sea el cuerpo celeste que representa a Zeus, el padre de los dioses en el Olimpo, la conclusión fue deslumbradora para los astrónomos que la descubrieron: ¡Los judíos iban a tener un rey! Esto también ocasionó que cuando platicaron estos reyes magos (como los conocemos nosotros) con el rey Herodes, lo pusieron en conocimiento del advenimiento de un rey que seguramente lo iba a destronar y por esta información, inocente e ingenua, se da la matanza de los niños que nacieron en los siguientes dos años, ya que si moría el futuro rey, el futuro de Herodes estaría menos amenazado.
En esos tiempos la astrología respondía satisfactoriamente las dudas del hombre para encontrarle una explicación a su conducta, en lo que parece ser el paso normal en la historia del conocimiento, y pasaron muchos años ligados a estas creencias que cada día más el sentido común las hacía verse desligadas de la realidad. Sin embargo aún en pleno renacimiento, Tycho Brahe y Galileo creían en ella. Y Johannes Kepler, además de gran astrónomo, se ganaba la vida haciendo las cartas astrológicas de reyes y nobles. El cerebro es duro cuando se trata de reconocer que ha estado errado.
En la época de los babilonios, cuando una persona nacía entre el 21 de junio y el 22 de julio, atravesaba la constelación de Cáncer y se pensaba que las estrellas de esta constelación ejercían influencia en la vida de los individuos nacidos bajo ese signo. Nosotros sabemos que en la actualidad se han hecho estudios estadísticos de cientos de personas nacidas en ese lapso y que éstas han llevado vidas muy diferentes. Pero si no obstante lo aquí comentado, usted es de los que sí les ha funcionado su horóscopo, entonces le resultará interesante escuchar lo que dice el astrónomo californiano Ben Mayer:
“En el presente, cuando una persona nace entre junio 21 y julio 22, la Tierra pasa por delante de la Constelación de Géminis y no de Cáncer, como en la antigüedad. Esto se debe a que la tierra tiene un movimiento de precesión, parecido al cabeceo de un trompo, por lo que su posición respecto a las estrellas cambia lentamente a lo largo del tiempo para regresar al mismo signo zodiacal en un período de 25,800 años (es decir 2,150 años por cada escaque del zodiaco), por lo que en este momento todas las constelaciones del zodiaco están corridas con un signo hacia atrás” a la época en que nació Jesús, o dos con respecto a la época de Moisés, por poner un ejemplo. Hecha esta pequeña y astronómica precisión, invito al lector que confía en su horóscopo, a que le eche un ojo al signo inmediato anterior al suyo, para que así sepa con mayor precisión el destino que le deparan los astros. ¡Los libros nos siguen sirviendo!
Pero si usted es un escéptico, entonces lo invito a que no pierda el tiempo en todos esos malos libros de pseudociencias y dianéticas, poderes mentales y suprapercepciones que sólo engatusan a la gente que con buena voluntad y escaso conocimiento se desviven por encontrar algo extraordinario. Recuerde que engatusar es encantusar, es decir causar encanto. Yo le propongo algo mejor, algo mágico: platique con los hombres y mujeres más inteligentes de cualquier época histórica sobre los temas que ellos más sabían.
Escuche a Herodoto disertar sobre historia antigua, atienda y entienda los razonamientos que le hace Maquiavelo al Magnífico Lorenzo de Médicis, acerca de cómo debe comportarse un gobernante para conservar su imperio, o diviértase con la descomunal inteligencia y sentido del humor, más de lo que pudo hacerlo el Duque de Béjar, Marqués de Gibraleón, Conde de Benalcázar y Bañares, Vizconde de la Puebla de Alcocer, Señor de las Villas de Capilla, Curiel y Burguillos, personaje rico en títulos y pobre en luces, que no entendió el regalo que le hizo Cervantes al dedicarle la obra cumbre de las letras hispánicas: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Si le entusiasma la filosofía, ya que al fin y al cabo el concepto que tenemos del mundo se lo debemos a los filósofos, haga un repaso desde sus precursores, como Heráclito de Éfeso, Parménides de Elea o Empédocles de Agrigento, y sígase con Platón y Aristóteles, pasando por el Brillante Agustín de Hipona, el hijo de un pagano y de Santa Mónica, de quien se dice que gozaba de las orgías en su juventud y que en sus crudas morales invocaba a Dios pidiendo que lo hiciera santo: “Dios mío hazme santo, sí, pero no pronto”. Lea a Erasmo de Rotterdam, que nace al finalizar la edad media, y es uno de los pilares en los que se funda la edad moderna, atienda los razonamientos que nos hace Tomás Moro o lea a Manuel Kant, hombre brillante y complicado, de quien se dijo que era tan metódico que sus vecinos ponían el reloj a la hora que él pasaba a dar clases a la Universidad, y que en su vida sólo tuvo tiempo para pensar... o lea a Hegel, que es la influencia más grande del joven Marx, o lea a los existencialistas Kierkegaard o a Sartre, recuerde, como dijo Vasconcelos, que habiendo tantos libros buenos en el mundo, para qué leer los malos, o la contrapartida dicha por René Descartes, de que los malos libros provocan malas costumbres, y las malas costumbres... buenos libros. (Continúa la semana entrante)
¡Gracias, Pepe!