Itinerario Político/Ricardo Alemán
Resulta ocioso negar que el presidente López Obrador mantiene una popularidad que alcanza, por lo menos, a seis de cada diez ciudadanos.
¿Y por qué es ocioso?
Porque a pesar del desastre en que se ha convertido su gobierno, sólo han transcurrido dos años del llamado “tsunami electoral”, que lo llevó al poder y que casi destruye a los opositores tradicionales, del PAN, PRD y recientemente del PRI.
Es decir, que en el imaginario colectivo de millones de ciudadanos que se decían cansados del PRI, del PAN y de sus gobiernos, aún persiste la imagen de un López Obrador candidato que recorre el país prometiendo todo tipo de cambios y aún sigue viva la esperanza de que se haga realidad tal o cual cambio.
Claro, además del efecto que provoca en la conciencia de muchos de los 30 millones de votantes, el hecho de reconocer que pudieron haber cometido un error o, de plano, que se equivocaron al sufragar por el candidato López Obrador.
Sin embargo, la historia electoral mexicana ha demostrado que un buen gobierno o un gobernante popular no siempre se traducen en la victoria del partido en el poder.
Dicho de otro modo, resulta que buenos gobiernos, así como gobernantes bien calificados, suelen ser derrotados en las urnas. Y es que la popularidad y simpatía de un gobernante no se traslada en automático a las urnas y menos son factor determinante al momento de cruzar la boleta.
Lo cierto es que el voto, en rigor, es un boleto de castigo al pasado –a lo que se hizo mal--, y un pasaporte de esperanza para el futuro.
Y viene a cuento el tema porque muchos en el gobierno federal y en el partido oficial creen o suponen –igual que muchos ciudadanos, en general--, que en la elección más grande de la historia –la de junio del 2021--, se trasladará de manera mecánica la popularidad del presidente a las urnas.
Por eso, lo primero que debemos saber es que, en rigor, todas las elecciones en juego son comicios locales y que, en ese tipo de contienda, prevalece el localismo. Por ejemplo, estarán en juego 500 diputaciones federales, que representarán a cada uno de los distritos electorales del país; 15 gobiernos estatales, mil 63 diputaciones, de 30 congresos estatales, y mil 930 alcaldías de 30 entidades del país.
Así pues, al momento de sufragar, los votantes estarán pensando más en su entorno inmediato de empleo, salud y bienestar; además de los beneficios que podrían obtener de su respectiva alcaldía, del Congreso local, el gobierno estatal y de su respectivo diputado federal, antes que pensar en la popularidad del presidente Obrador o en el peleonero partido oficial.
Eso sin tomar en cuenta que, también históricamente, los comicios estatales y municipales convocan a un número menor de votantes, frente a las elecciones presidenciales.
Lo cierto es que a pesar de la mentirosa propaganda diaria que, de manera ilegal realiza el presidente, en los comicios de junio próximo no estará en la boleta el nombre de López Obrador y su oferta de campaña tampoco y menos en los candidatos de su propio partido.
Más aún, en por lo menos 10 entidades federativas, la campaña de los opositores estará centrada en la disputa del gobierno estatal con el poder central, lo que marcará una diferencia notable por el rechazo histórico de no pocos estados con el centro; ese insaciable glotón del dinero público que, en la mayoría de los casos, se lleva una tajada excesiva del presupuesto federal.
Además de que en las elecciones para renovar al gobierno estatal, las alianzas opositoras sí harán una notable diferencia. Es decir, la alianza entre PAN, PRD y PRI, podría ser vista por muchos electores –sobre todo por los indecisos--, como la única fuerza capaz de enfrentar al centro, identificado como el presidente, que dejó a muchos ciudadanos de no pocas entidades, sin recursos.
En pocas palabras, resulta que, contra el triunfalismo que prevalece en el gobierno de López Obrador, lo cierto es que de poco servirá la popularidad presidencial a los candidatos de Morena a los miles de puestos de elección popular que estarán en disputa en junio próximo.
Y es que a pesar de la propaganda engañosa e ilegal, el presidente no estará en la boleta y todos los días regala montañas de argumentos contra su gobierno.
Al tiempo.