Itinerario Político/Ricardo Alemán
Como muchos saben, el presidente Obrador presume y pregona la “terquedad”, como una de sus virtudes esenciales.
Incluso, en su faceta de intérprete, Beatriz Gutiérrez, la esposa del presidente, le ha cantado el tema clásico de Silvio Rodríguez, titulada “El Necio”.
Más aún, entre los integrantes del gabinete presidencial es bien sabido que el presidente no sólo rechaza la idea de la contradicción sino que no tolera que le demuestren una posible equivocación.
“Se sube en su macho y no hay quien lo baje”, dicen resignados los integrantes del gabinete, quienes aseguran no haber conocido a nadie más necio.
Lo que seguramente no saben, el presidente y sus colaboradores, es que la “terquedad” y la “necedad” que gusta presumir Obrador, son sinónimos de adjetivos y sustantivos que, seguramente, le disgustan al presidente.
Entre otros sinónimos, aquí los más conocidos, como “incapaz”, “tonto”, “sandio”, “simple”, “estúpido”, “imbécil”, “ignorante”, “estulto”, “mentecato”, “torpe”, “cretino”, “besugo”, “imprudente” y “obstinado”.
Peor aún, los antónimos de “necio”, son todo aquello que debiera ser un presidente, como López Obrador, pero que claramente no ha conseguido: “agudo”, “astuto”, “culto”, “despierto”, “ingenioso”, “inteligente”, “listo”, “lúcido”, “perspicaz”, “prudente”, “sabio” y “sagaz”. Nada de eso es AMLO.
Y viene a cuento el tema porque el pasado fin de semana, de visita por su terruño, en Macuspana, Tabasco, López Obrador recibió “una sopa de su propio chocolate”. O si se quiere, de su propio atole.
Sí, fue echado, abucheado, insultado, exigido y desmentido por sus paisanos; algunos cientos de tabasqueños acarreados que, inconformes y sin tregua, lo sacaron de sus casillas hasta que explotó con aniñada advertencia: “ya saben que soy terco y si no respetan a la autoridad, ya no hablo”. Nadie le hizo caso.
Por eso, luego que a coro y a mano alzada la multitud rechazó con un rotundo “¡nooooo!” las promesas presidenciales de que se habían entregado becas económicas para todos, López Obrador recurrió a un clásico del populismo bananero.
“¡Cómo que no…!”, acotó. “La mentira es el demonio, es reaccionaria y conservadora… la verdad es revolucionaria…”.
Así, de un plumazo, llamó mentirosos a sus seguidores; acarreados que no pararon de gritar y manotear su descontento.
Es decir, que López Obrador pudo confirmar que la realidad es más terca que cualquiera de los mortales; que el “pueblo bueno” ya no es tan bueno y que también es capaz de “mentir a mano alzada”.
Sin embargo, lo grotesco del espectáculo no fue ver a un presidente desesperado porque se le desbordó el atole; tampoco ver que la multitud lo rechazó, junto con el alcalde de Macuspana y el gobernador de Tabasco, y menos presenciar los sonoros abucheos y rechiflas de una multitud que le exigió, lo desmintió y lo ridiculizo.
No, lo verdaderamente grotesco del espectáculo es la “cachaza” presidencial para engañar y mentir.
En efecto, Obrador es el presidente más mentiroso del mundo, al que la empresa SPIN, de Luis Estrada, ha documentado poco más de 20 mil mentiras en sólo 15 meses de gestión; el mismo que sin pudor alguno se atreve a decir que “la mentira es el demonio, es reaccionaria y conservadora… y la verdad es revolucionaria”.
Si le hacemos caso a Obrador, entonces el presidente mexicano es el mismísimo demonio y entonces López es el político más reaccionario y el mandatario es el más conservador del mundo.
Lo cierto es que paso a paso, la realidad va derrotando a López Obrador; una realidad que ya le hizo perder 30 puntos porcentuales de popularidad; una realidad que, ante el mundo, muestra a su gobierno como un circo de carpa; una realidad que confirma que no sabe gobernar y que lleva al país a la ruina; una realidad que ratifica que todas sus promesas de campaña eran mentira.
Si abrieron los ojos cientos de ciudadanos de todo el país, si se quitaron la venta de los acarreados de Macuspana, al evento de AMLO, por qué no abren los ojos miles de mujeres y hombres que fueron burlados, engañados, por el peor presidente de la historia.
¿Será que no hay peor ciego que el que no quiere ver?
Al tiempo.