Itinerario político
No, López Obrador no prepara un sucesor.
Tampoco busca un heredero –mujer o varón--, capaz de “continuar su obra”, que no es más que una montaña de mentiras motejada como Cuarta Transformación.
No, en realidad lo que el presidente mexicano está buscando de manera desesperada es “una tapadera” incondicional a la que pueda “mangonear” a su antojo para que, de inmediato, cumpla dos objetivos fundamentales.
Primero, que el ungido –ella o él--, le garanticen lealtad y complicidad a toda prueba para sepultar --en las cañerías del poder--, el “cochinero” pestilente que López dejará como herencia de gobierno.
Y, segundo, que el preferido acepte jugar el penoso y costoso papel de “marioneta” y que la docilidad sea tal que el verdadero mandamás en el sexenio próximo siga siendo Obrador.
Es decir, que mediante la sumisión y el miedo, el eventual sucesor de AMLO será sometido y se convertirá en un títere en manos del verdadero poder detrás del trono.
Esa es la aspiración real de López Obrador para el 2024; el anhelo de un Maximato que, además, será arropado por el poder sin límite que hoy les otorga el presidente a las fuerzas castrenses.
Por eso el impensable e inconstitucional empoderamiento de militares, marinos y guardias nacionales.
Y por eso “la lealtad al cien” y “la docilidad al mil” no son solo las principales características sino las exigencias que busca López en los potenciales sucesores para el 2024.
Y también por eso el propio presidente “abrió la baraja” de eventuales presidenciables no solo a todo el gabinete sino a todas las ambiciones imaginables en todo México.
Y es que en realidad asistimos a la típica estrategia dictatorial de confrontar a los eventuales sucesores –en una batalla que será mortal por necesidad--, y que se terminará en grosera competencia de la que resultará ganancioso aquel que muestre la mayor lealtad, la más burda docilidad y la mayor lambisconería.
Y frente a esas características –sine qua non--, el menos calificado se llama Ricardo Monreal, el líder “morenista” del Senado y quien en realidad ya debiera estar pensando en competir mediante un partido político distinto al oficialista Morena, si es que quiere cumplir con su ambición presidencial.
Y si aún existen ingenuos que se niegan a ver esa realidad, está a la vista de toda la desconfianza publica y cotidiana expresa que le dispensa Obrador al senador Monreal, el zacatecano que ya debiera saber que no pasará el riguroso filtro exigido por López; “la lealtad al cien” y “la docilidad al mil”.
Y frente a tal escenario la verdadera pelea por alcanzar el codiciado cargo de “tapadera” y “títere” se decantará entre los dos más fieles sirvientes del dictador mexicano: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard; la ineficaz jefa de gobierno de Ciudad de México y el poco afortunado canciller.
En el primer caso, como todos saben, la señora Claudia no sólo es la colaboradora más cercana a los afectos presidenciales, al extremo de que fue la única convocada en las horas previas al más reciente tratamiento cardiaco que vivió Obrador.
La jefa de gobierno tiene el privilegio de haberse convertido en depositaria de lo que AMLO llamó “mi testamento político”.
Sin embargo, también es cierto que día a día los capitalinos, en particular y todos los mexicanos, en general, no pueden ocultar el malestar ciudadano por el fallido gobierno en Ciudad de México; fracaso que, en la misma proporción, provoca que la señora Claudia pierde preferencias en la batalla por ser la elegida de Palacio.
En cambio, Marcelo Ebrard aventaja no por sus cualidades como canciller y tampoco como el mayor “lambiscón” de Palacio, sino por sus nada despreciables habilidades políticas.
En realidad Marcelo siguió puntual la ortodoxia electoral y hoy por hoy tiene el control del aparato político llamado Morena, a través de un impresentable como Mario Delgado. Y es que en la historia política mexicana es una regla no escrita que quien tiene el poder del partido es quien lleva ventaja para la candidatura del mayor puesto de elección popular.
Aún así, el canciller tampoco tiene el peso político para enfrentar a un aspirante surgido, por ejemplo, de una eventual alianza PRI, PAN, PRD.
Lo cierto es que la sucesión presidencial adelantada que se estimula desde Palacio ya empieza a mostrar signos de tragedia política de magnitudes impensables en la joven democracia mexicana.
Y es que a pesar del impacto positivo del creciente clientelismo presidencial, a pesar del incremento de las mentiras desde Palacio y a pesar de que se cierra el círculo de la censura oficial, cada día son más los mexicanos que se percatan que el de López es el peor gobierno de la historia.
Y cuando los números del fracaso presidencial se traducen en violencia, en inseguridad, en muerte, hambre, desempleo, insalubridad y en carestía, no hay propaganda, mentiras y clientelismo que resistan.
Y por eso la tragedia ya obligó al presidente y a su partido a preparar el mayor fraude de la historia en la presidencial del 2024.
Y también por eso un primer ensayo del mayor crimen contra la democracia lo veremos en la contienda electoral del 5 de junio próximo.
En efecto, en la elección para renovar los gobiernos de Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas veremos gobernadores del PRI y el PAN que, a cambio de impunidad, entregarán la plaza a Morena.
Sí, por increíble que parezca, veremos gobernadores –como Alejandro Murat y Omar Fayat--, que venderán su estado a cambio de una embajada.
Pero tampoco es novedad que veremos elecciones de Estado en las que ya meten la mano las autoridades federales y estatales.
Y, sobre todo, de nueva cuenta veremos la intervención del crimen organizado en la compra y coacción del voto; en la presión a candidatos y en la amenaza a líderes políticos.
En suma, el 5 de junio próximo veremos un primer ensayo de lo que será la presidencial del 2024; una contienda en la que Morena y el presidente López Obrador se robarán la elección para imponer el Maximato de López.
Al tiempo.