Ironía en opinadores

Llama la atención la persistencia de destacados, creíbles y rigurosos opinadores y analistas en los medios de comunicación sobre la presidenta Sheinbaum. Están empecinados con su antecesor y para ello sobrevaloran lo que más bien parecen gestos propios de un estilo de gobernar. Ella es más dada a la reflexión que al impulso, propio de Andrés Manuel López Obrador; se inclina más por la estrategia que la intuición. En el afán de construir una imaginaria ruptura son generosos y elusivos, porque la opinión no debiera ser a la persona, sino a lo que se hace, a la sustancia y allí, fuera del importantísimo tema de seguridad pública, el cambio más bien es de formas. Sin duda, para agradecer que se trascienda el insulto y majadería, pero no es lo que debe importar. La intimidación a la libertad de expresión persiste y como en el pasado, corre a cuenta de los mismos empresarios de medios mediante la oprobiosa autocensura. No todos, por suerte, pero casi.
Hay que observar con cuidado y no conceder la merma de libertades porque en esta etapa se vive la normalización del régimen autocrático; no se requieren soldados en las calles, ni hogueras, paredones o guillotinas para cercenar la libertad y la coexistencia de la diversidad. El impulso autocrático ahora transita por vías más sutiles como el imperio de la mentira y de la propaganda, que cobra fuerza por la ausencia de una deliberación sobre el régimen y más delante por el estado de indefensión ciudadana por la ausencia de un sistema confiable de justicia.
Una coyuntura para valorar el estado de cosas es la manera como la presidenta ha encarado dos retos sumamente críticos: por una parte, la embestida contra México de Trump, con la recurrente sobre exposición de lo hecho bien, como es la prudencia de la presidenta; pero se obvian tres aspectos que ponen en entredicho lo fundamental: se enviaron a EU a 29 criminales, algunos de ellos presuntos porque no tenían sentencia, al margen de las garantías de la extradición, falta mayor equiparable al secuestro de El Mayo y su entrega a las autoridades norteamericanas; sin duda una concesión mayor a cuenta de la soberanía nacional. En EU se armó un revuelo enorme por el envío de venezolanos a El Salvador, invocando una vieja legislación de guerra que prescindía de las garantías a los detenidos. Aquí en México silencio y hasta reconocimiento porque no hay sentido del principio de legalidad. Segundo, no menos gravoso para la soberanía ha sido permitir el vuelo de naves militares sobre el territorio nacional, realizando actividades de espionaje y, tercero, se ha violentado el acuerdo comercial, no se ganó la batalla alguna, los aranceles se impusieron y amenazan con ampliarse. Trump dobló al gobierno y, también, a la opinión pública nacional.
Por la otra, en el tema de los desaparecidos y la corrección que hiciera la presidenta el lunes después de su desastrosa respuesta del viernes anterior, se pondera en exceso. Bien y encomiable la corrección, pero es inaceptable que la indignación por los desaparecidos sea descalificada por la presidenta y los suyos como una campaña opositora carente de veracidad y sustento. Lleva implícito el cuestionamiento a las víctimas y a los hechos mismos. Además, la propuesta, independientemente de sus virtudes, excluye lo fundamental; la solución se construye desde los estados y los municipios. Si no se dan capacidades, recursos y elementos para la investigación forense en esos ámbitos, difícilmente habrá un cambio. La solución está en lo local y en la integración de las víctimas y los colectivos relacionados en la investigación, como la iniciativa del senador Beltrones plantea. Nuevamente, hay que valorar los resultados no las intenciones.
Una ironía que observadores afines al régimen como Viridiana Ríos y Jorge Zepeda Paterson sean más rigurosos y planteen más reservas sobre lo que se ha hecho en el pasado reciente en materia de desaparecidos, al tiempo que muchos comentaristas que han mantenido una postura independiente o crítica ahora celebran. A unos mueve el rencor hacia el rencoroso y en ese empeño pierden sentido y razón crítica al nuevo gobierno. El pasado no merece exoneración, mucho menos que se vuelva coartada voluntaria o involuntaria para transitar a la condición de analistas complacientes y algunos hasta aplaudidores, precisamente porque de por medio está lo que más debe preocupar e importar: la normalización del despotismo autocrático.