Indicador Político/Carlos Ramírez
La relación de México con los EE. UU. ha sido de vecindad inevitable y de confrontación histórica, desde la doctrina Monroe de 1823 --América para los americanos-- y el principio del federalismo mexicano en 1824 hasta la era Trump de aislamiento estadunidense y la falta de una diplomacia de seguridad nacional de México.
El anuncio de Trump de castigos arancelarios a México por su falta de contención de la migración centroamericana que ha reventado la seguridad fronteriza con México y por su fracaso en la lucha contra los cárteles del crimen organizado que ya controlan la venta de droga en más de tres mil ciudades estadunidenses forma parte de la agenda electoral 2020 del presidente estadunidense.
Para entender la lógica, desarrollo y resultados de esta nueva confrontación hay que partir de una realidad inocultable: Trump tiene razón, México está facilitando la migración de Centroamérica a la frontera de Norteamérica y el presidente López Obrador anunció el fin de la persecución de narcos y abrió el camino para un Consejo para la Construcción de la Paz con asistencia de los jefes de los cárteles.
La preocupación de Trump --más allá de lo propiamente electoral-- radica en la llegada de --dice él-- “cientos de miles” de migrantes centroamericanos que cruzaron México sin controles legales ni identificación de personajes y su ingreso también de forma ilegal a los EE.UU. reventando la capacidad burocrática para analizar solicitudes de asilo. Hasta ahora se han identificado pandilleros, traficantes de drogas y personajes con antecedentes penales y ningún terrorista árabe. Además, los solicitantes exigen empleo, no quieren pasar por el trámite de negociación de la ciudadanía y se niegan a aceptar la bandera y la cultura estadunidenses.
Trump ha sabido aprovechar el sentido de las oportunidades. El anuncio de castigos arancelarios a México por la migración masiva centroamericana y el tráfico de drogas y de cárteles ha sido el arranque formal de su agenda reeleccionista, así como en 2016 se encontró con el tema de los migrantes para construir su agenda social conservadora y racista. Hoy, a favor de Trump, existe un verdadero temor estadunidense por la irrupción ilegal de migrantes cruzando de manera violenta la frontera y el aumento de la oferta de droga mexicana en las calles estadunidenses. Inclusive, el nombre de los cárteles mexicanos ha poblado ya películas y series en los EE. UU.
El tema central en el actual diferendo EE. UU.-México es la dependencia mexicana de la economía y la seguridad nacional estadunidense. México siempre ha articulado un discurso nacionalista…, pero sin romper su dependencia de su vecino del norte. Peor aún, México no supo aprovechar los veintiséis años de tratado comercial para construir un modelo de desarrollo autónomo. Basten dos datos: el contenido nacional en los productos armados en México para la exportación --uno de los temas más importantes de la globalización-- pasó de 59% en 1993 a 37% en 2017, por la ausencia de un proyecto de desarrollo industrial. Y a pesar de que el comercio exterior se multiplicó por 10, el 57% de la planta laboral trabaja en la informalidad, es decir, en empleos no industriales sino callejeros.
Y si el consumo de drogas en los EE. UU. define la producción en México, el gran reclamo de Washington no tiene que ver con la droga en sí misma, sino con los cárteles mexicanos que se han asentado en territorio estadunidense para configurar lo que la estrategia antidrogas estadunidense llama “organizaciones criminales trasnacionales”. Hasta ahora han sido Los Zetas dentro del territorio de los EE. UU., pero ya comienzan a acumularse datos de que el Cártel Jalisco Nueva Generación se ha asentado en territorio estadunidense.
Trump exige que México ponga un tapón en su frontera sur para evitar el ingreso masivo de caravanas de centroamericanos que buscan internarse en territorio estadunidense y que México regrese a combatir a los cárteles dentro de México. Estos dos temas siguen siendo sensibles en las clases conservadoras estadunidenses que conforman la base electoral de Trump y que pudieran ser el eje de su reelección. En cambio, los demócratas quieren --sólo para oponerse a Trump-- puertas abiertas para que cualquier persona arribe a los EE. UU. sin controles legales.
México tiene dos opciones: o profundizar su discurso nacionalista que en el pasado el funcionó como coartada en tanto cedía posiciones estratégicas o catapultar tres metas aprovechando la presión de Trump: controlar la migración porque miles de centroamericanos se están quedando en México para engrosar el subempleo y la delincuencia, relanzar su persecución contra estructuras de los cárteles y redefinir su modelo de desarrollo para sacarle más ventajas a la segunda fase del tratado comercial.
La primera reacción del gobierno de López Obrador fue la de personalizar el conflicto con una carta nada diplomática y negarse a mayores controles a la migración. La propuesta de México es un programa de desarrollo para Centroamérica diseñado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) que cuesta 10 mil millones de dólares anuales que México no tiene, que los EE. UU. no van a dar y que la corrupción política centroamericana se podría tragar sin dificultades. El problema de Centroamérica es de corrupción, no de crecimiento: el PIB promedio de la región es de 4% anual, el doble de la mexicana.
Cuando México ha confrontado a los EE. UU., el saldo ha sido de derrota. Pero en el ánimo nacionalista mexicano vale más un mal pleito que un buen arreglo. El castigo arancelario estadunidense provocaría una fase de crisis económica de México, ahora que el nuevo gobierno necesita dar resultados concretos.
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