Indicador Político/Carlos Ramírez
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En su primer empleo de nivel alto en la burocracia local, el hoy presidente López Obrador fue director del Instituto Indigenista en Tabasco, una entidad de alto contenido de cultura indígena reconocida en los libros y olvidada en la realidad. La tarea de ese organismo era la de atender necesidades cotidianas de las comunidades originarias que mantenían, sobre todo, lenguaje, deficientes prácticas tradicionales y poco mestizaje.
Justo en el espacio político de la carta al papa Francisco pidiendo una disculpa pública por la represión religiosa para pasar del politeísta indígena al monoteísmo cristiano y de reiterar que sigue a la espera de la disculpa de España, la foto del hoy presidente como funcionario indigenista sirvió un poco como recordatorio de que su petición tiene algunas razones en su biografía.
El tema español sigue siendo un tema abierto en México, aunque no domina sus expectativas. Lo mismo ocurre con la agenda historia con los EE. UU. La asimilación mexicana al tratado de comercio libre con los EE. UU. en 1993 pasó por una fase de revisión histórica, aunque no con afán de abrir heridas sino de cerrarlas. Por promoción del presidente Miguel de la Madrid y de su sucesor Carlos Salinas de Gortari y con miras a la integración de mercados, México creó en 1987 una comisión bilateral con los EE. UU. para redefinir las relaciones históricas y pasarlas del conflicto histórico de 1847 a un entendimiento sin pasado.
Por decisión de De la Madrid y Salinas, México cerró sus desavenencias con la fase histórica conocida como la etapa en que los EE. UU. le robaron a México la mitad de su territorio, lo que hoy es Texas, Nuevo México, Arizona, California y parte de Nevada. Algunos mexicanos han pedido que a la par de la disculpa a España por la llamada conquista de principio del siglo XVI que México debiera exigirle a la Casa Blanca no sólo una disculpa por la guerra de 1847 sino el regreso del territorio robado.
España y los EE. UU. son las dos heridas que de muchas maneras definieron el perfil del México actual. Hoy apenas el 15% de la población mexicana se considera indígena por lengua, tradiciones y algunas prácticas sociales y de gobierno. Pero se trata de dos periodos históricos que la historiografía mueve entre el modelo de la idealización como forma de control de conciencias por el grupo dirigente y el repudio vía interpretaciones sin sustento histórico sólido.
El problema en México ha sido la ideología oficial como mecanismo de dominación política del grupo que mantiene el control político y cultural desde 1910. La historia ha sido asumida como un aparato ideológico de un grupo dominante. Y la configuración de héroes ha distorsionado los procesos históricos llenos de contradicciones, insuficiencias y malentendidos. El PRI creó la ideología histórica de la conquista española y la independencia, inclusive distorsionando fechas y proclamas para acomodarlas al modelo Carlyle de los héroes para sustituir realidades.
México necesita, en efecto, revisar su historia con España, el Vaticano y los EE. UU., pero desde la revisión de los hechos reales. La historia oficial ha sido determinista: las cosas ocurrieron de tal forma que nos forjaron sin dobleces. Cuando el PAN ganó la presidencia en el 2000 y en el 2006, le tocó la fecha simbólica de 2010 como celebración del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución, pero como partido conservador con datos históricos diferentes a los oficiales no pudo introducir una revisión de la historia y al final esas fechas se recordaron como los “días de guardar” oficialistas. Como humorismo involuntario el presidente Calderón construyó un pequeño monumento conocido como “Estela de Luz” para recordar ambas fechas, con el dato adicional de que su costo se encareció por corrupción escandalosa.
España, la iglesia y los EE. UU. siguen siendo claves para definir los márgenes de maniobra de la nacionalidad mexicana. Hasta ahora la historia oficial se ha negado a revisar el hecho de que la Independencia de 1810 se dio en el contexto de la crisis de Bayona en España y de la intención original de crear en América el Reino de la Nueva España asociado al reino de España y que se le ofreció el trono a Fernando VII a alguno de sus descendientes. Y que después de la derrota ante los EE. UU. grupos monárquicos mexicanos trajeron a México a Maximiliano de Hamburgo como emperador importado sin guerra colonial de por medio porque los mexicanos no se podían gobernar por sí solos. La victoria de Juárez sobre el indigenismo siendo él indígena, sobre el poder de la religión habiendo estudiado en un seminario católico y contra el invasor extranjero fue, en los hechos, la verdadera independencia fundacional de México.
Los grupos ideológicos indigenistas en México son minoritarios, aunque estridentes y violentos. Ante la amenaza de destruir la estatua de Cristóbal Colon en Paseo de a Reforma --nuestros Champs Elysées importado por Maximiliano--, el gobierno lopezobradorista en Ciudad de México la quitó “para limpiarla” y llamó a un debate sobre si se debe regresar o no. Más que indigenistas, los grupos anarquistas son los que realizan actos de violencia cada 12 de octubre.
El fondo sigue siendo el mismo: la educación, el Estado y los historiadores continúan sin hacer una revisión sensata de los hechos históricos: España, la iglesia y la guerra con los EE. UU. Al final, quizá, las sorpresas no sean tan… sorprendentes. El mestizaje mexicano no se ha atrevido a olvidarse de las cargas emocionales de la conquista y se olvida del despojo estadunidense ocupando con migrantes mexicanos esas zonas antes mexicanas como trabajadores migratorios legales o sin permisos. Millones de mexicanos tienen propiedades en Texas y California y viven ahí sin cargas emocionales del conflicto histórico del siglo XIX.
Más que perdón, México debe promover una revisión de la historia oficial. Porque antes de ese perdón habría que bajar de su pedestal a héroes oficiales que no existieron, que no hicieron lo que dicen que realizaron y que son una carga emocional sin sustento histórico. Y entonces la nacionalidad mexicana podría expresarse sin cargos de conciencia reales y ficticios.