Indicador político/Carlos Ramírez
Dos vistas de las elecciones españolas desde Iberoamérica
1.- A dos años de que se cumpla el centenario del ensayo España invertebradade José Ortega y Gasset, las elecciones generales en España se celebraron sin mirar ni siquiera de reojo a Iberoamérica. Los líderes políticos españoles deberían de releer el texto orteguiano para entender la relación de España con el nuevo continente.
Los dos debates de los cuatro principales candidatos no fijaron una política exterior hacia Iberoamérica. De todos, sólo el presiente en funciones Pedro Sánchez había realizado un par de incursiones a México y a dos países, pero sin una agenda activa, propositiva, integracionista e histórica, al grado de que el reclamo del presidente mexicano López Obrador a España exigiendo una disculpa por la conquista y evangelización ocurrió después de su visita, y su respuesta fue de sorpresa, no de lectura inteligente del conflicto.
Iberoamérica ahonda cada día su percepción de que nada debe esperar de España, salvo los negocios de empresas que se han asentado a disfrutar utilidades. Pero ocurre que de un tiempo a la fecha los lazos culturales históricos entre ambos continentes se han ido achicando en las agendas de políticos y funcionarios. Y del lado iberoamericano existe también una desespañolización creciente.
¿Existen aún lazos culturales rescatables entre los dos continentes? Uno pensaría que sí. Pero los propios líderes de ambos partes del Atlántico se han encargado de dinamitar esas posibilidades. Las Cumbres Iberoamericanas han perdido sentido, España ha preferido Europa y la reactivación indigenista como ideología política sigue acumulando rezagos. Sólo queda la literatura y a veces no es suficiente.
Iberoamérica tiene sus propios problemas en su zona norte: los EE. UU. de Donald Trump, pero en el fondo como una variante de la dinámica explotadora desde el expansionismo territorial de mediados del siglo XIX que le quitó a México la mitad de su territorio hasta el tratado de comercio libre de 1993 que obligó a México a darle la espalda al centro y el sur del continente, en tanto que los países activistas impulsados por Chávez formaron la Alianza Bolivariana de los Pueblos de América que intentaron sin conseguirlo un acuerdo comercial regional.
2.- El saldo electoral ha sido visto sin estridencias. Lo más preocupante ha sido consolidar la apreciación de que España está fragmentada en cinco piezas, con problemas para construir una mayoría estable. Y luego queda la inquietud de que las propuestas de los candidatos y partidos se aglomeraron en el centro asistencialista tratando de comprar votos con ofertas de programas sociales limitados.
Ninguno de los candidatos quiso hablar del hecho de que el modelo de desarrollo español del pacto del 78 --la transición y los Pactos de la Moncloa-- ya no es suficiente para dinamizar el bienestar a través del crecimiento económico con distribución de la riqueza. Los que se han quedado fuera de los beneficios del desarrollo son asumidos con programas populistas no productivos.
Los electores están castigando a los partidos. El PSOE hace una fiesta por el 28.68% de los votos y el 35% de los diputados, debajo de la mayoría absoluta de 51% requerida. El PP se hundió en el 16.7% de los votos, luego de cuatro gobiernos de diez. Y las izquierdas nuevas y viejas se han estancado en 14.3% y su papel en el furgón de cola de cualquier alianza. Los datos reveladores se localizan en la aparición de una nueva derecha --Vox-- y en la consolidación de los partidos independentistas.
Más que los escenarios matemáticos de pactos inevitables oximorónicos, a España le esperan negociaciones no de proyectos, ideas o propuestas, sino de acomodos de posiciones ideológicas para llegar a la Moncloa. Se trata de la nueva forma de democracia funcionalista, de fachada, no de representación de ideas. La prioridad es la de llegar a la Moncloa, no de presentarle al electorado ofertas de funcionamiento del Estado, de la economía y del bienestar. PSOE e independentistas podrían conseguir un acuerdo legislativo para la mayoría absoluta, pero en el fondo qué tendrían que ceder ideas.
Los electores en las democracias del mundo hace tiempo que dejaron de votar por proyectos e ideas. En México, por ejemplo, votan por los programas asistencialistas de dinero regalado que llegan al absurdo: esta semana la alcaldesa de un municipio de Ciudad de México entregó una ayuda a niños de 250 pesos (12.7 euros) al mes y lo promovió como la gran victoria de un “gobierno del pueblo”. Y los niños, vale decirlo, estaban felices por ese dinero regalado.
Las recientes elecciones de España revelaron la gran victoria del populismo, sea de izquierda o sea de derecha; se trata sólo de satisfacer necesidades sociales vía entrega de dinero presupuestal directo o vía impuestos. Pero no se vio en las campañas nada que potenciara el desarrollo vía mayor producción ni un PIB más alto. Desde la izquierda o desde la derecha se está creando una dependencia social de un Estado-patronato y de su actividad económica como una “obra pía” para beneficiar a los desvalidos. Se trata, en mayor o menor medida o con un disfraz u otro, de todo lo que el liberalismo económico repudia del populismo a la Chávez-Maduro o a la Sánchez-Casado-Rivera-Iglesias.
En Iberoamérica percibimos los Pactos de la Moncloa como la creación de un nuevo modelo de desarrollo para generar riqueza y distribuirla socialmente y como el factor que potenció a España a ser uno de los países más ricos de Europa, pero los programas de campaña de los partidos todo se centró en cuánto y como darlo.
Así que hay que darle la bienvenida a España al populismo.
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