Indicador político/Carlos Ramírez
Krauze: intelectuales y política, no; democracia, sí
Desde el caso Dreyfus 1894-1906 y la intervención de Emile Zola en 1898 con su legendario “¡Yo acuso!”, el papel no creativo de los intelectuales ha estado en el debate, aunque en los parámetros fijados por Saint-Beuve en 1837 al criticar el alejamiento de la realidad del poeta Alfred de Vigney comparándolo con Lamartine y Víctor Hugo y acuñando el concepto vigente de “torre de marfil” o espacio de los intelectuales para evadir realidad.
Lamartine reinó; cantor alado que suspira,
Se cernía sin esfuerzo; Hugo, duro miliciano
(se ve como a Dante, un barón feudal,
florentino o de Pisa), combate bajo la armadura,
y tiene alta su bandera en medio del murmullo:
La mantiene aún; y Vigny, más secreto,
Como en su torre de marfil, antes de mediodía,
Volvía a entrar. [1]
En días pasados se desarrolló un falso debate político en México por las críticas de Enrique Krauze, ensayista, biógrafo e historiador, al candidato Andrés Manuel López Obrador desde el 2006, pero con mayor intensidad en la pasada campaña del primer semestre de 2018. López Obrador ganó las elecciones, pero ahora se reveló una supuesta conspiración de intelectuales, politólogos y empresarios para intervenir en la campaña acusando a López Obrador de populista. Lo más importante radica en el hecho de que las revelaciones no han configurado ningún delito electoral, porque las leyes permiten debates fuera de los partidos. Pero los seguidores de López Obrador han construido en redes sociales una ola de muckrakers o analistas improvisados recogedores de basura que se dedican a remover textos de los críticos del presidente de la república. No son nuevos, existen desde siempre, sólo que ahora tienen la capacidad de resonancia del Internet.
Si el incidente sirvió sólo para un escándalo que no modificó el ejercicio de la crítica al poder, sí abrió de nueva cuenta el debate latente en México: ¿cuál es el territorio de los intelectuales?: ¿el suspiro, la armadura o la torre de marfil? En 1972 Octavio Paz en su revista Plural abrió el debate con textos en torno al tema de los intelectuales y la política, “una pasión desdichada”. Los intelectuales poblaron la diplomacia, de 1958 a 1968 confrontaron el autoritarismo del poder, algunos cayeron en la tentación del presidente Luis Echeverría en 1971-1976, la democratización lenta abrió paso a los militantes de la disidencia, Carlos Salinas (1988-1994) regresó a la seducción de los intelectuales, el PAN 2000-2012 los desdeñó y ahora López Obrador no los quiere en la política.
El escándalo alrededor de Enrique Krauze fue magnificado, pues el historiador no dirigió ningún grupo. Pero sirvió para fijar un nuevo escenario para los intelectuales en México: de una relación amor-odio con la política, ahora se abrió un frente intelectual mucho más sólido y urgente: los intelectuales y la democracia, no la política, sobre todo cuando la política en México es maquiavélica --no maquiaveliano-- y no aristotélica tomando al hombre como un “animal político”, pero en la versión de Julián Marías: un animal de la polis, no de la política como poder-dominación.
Como historiador, Krauze ha logrado un análisis de la historia del poder en México desde la Independencia a finales del siglo XX. Como analista político, sacudió la modorra 1982-1984 con dos ensayos que abrieron el debate sobre el autoritarismo priísta casi siempre avalado por el populismo asistencialista: El timón y la tormenta, de 1982, y Por una democracia sin adjetivos, de enero de 1984. En el primero denunciaba la responsabilidad presidencial en el colapso económico de 1982 confrontando la justificación del presidente López Portillo de que “soy responsable del timón, pero no de la tormenta”, y dos años después pidiendo el modelo español de transición a la democracia para salir del modelo autoritaria-populista del PRI. Y como activista de la democracia, firmó una petición de intelectuales para repetir las elecciones de 1986 en Chihuahua por un fraude descomunal del PRI, aunque recibió el rechazo del ministro de Gobernación, hoy personaje central de López Obrador, Manuel Bartlett Díaz, de que el PRI no podía perder una posición histórica de la Revolución Mexicana; esa respuesta llevó a Krauze a acuñar la frase de “fraude patriótico”. Y sigue vigente su libro El pueblo soy yo, un alegato histórico contra el populismo.
Los lopezobradoristas aprovecharon el viaje de la conspiración de 2018 para ajustar cuentas con Krauze, autor de dos ensayos históricos polémicos: El mesías tropical (Letras Libres, junio de 2006) y ahora El presidente historiador (Letras Libres, enero de 2019), textos que caracterizan y profundizan la tesis de Krauze de que López Obrador es un populista.
Los lopezobradoristas erigidos en Comité de Salud Pública trataron de linchar a Krauze, pero al final de cuentas en México no hay escándalo que dure tres días. De todos modos, el debate quedó abierto: los intelectuales intervenían en política firmando cartas abiertas o criticando al poder; hoy podría estarse configurando un nuevo territorio de disputa política: no el poder, la política o el gobierno, sino la democracia. Octavio Paz publicó en febrero de 1970 el ensayo Posdata para denunciar la represión a estudiantes en 1968 y plantear el dilema del PRI de democracia o dictadura.
Ante el desprestigio de los partidos, la ausencia de debates de fondo, el control publicitario de los medios, el debate sobre la democracia lo tienen los intelectuales.
[1] Debo la precisión de datos y fechas y el poema traducido a mi amigo el poeta Marco Antonio Campos, poeta y traductor.
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