Indicador político
Literatura e identidad: la sociedad del boom
La aparición del libro Las cartas del boom. Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vagas Llosa (Alfaguara) ha reactivado el interés por el fenómeno editorial-político que relacionó la producción de novelas de los sesenta en el escenario de la Revolución Cubana como sacudimiento cultural.
El ambiente de revisión política del boom encontró espacio en un perfil crítico sobre Mario Vagas Llosa publicado por Graciela Mochkofsky en la revista The New Yorker –de perfil progresista y liberal-- del 19 de julio, con un título provocador: “El giro desconcertante y cada vez más a la derecha de Mario Vargas Llosa” y la defensa atropellada y adjetivada de Fernando García Ramírez en la revista Letras Libres. Fueron polvos de los años ideológicos del boom.
Como el último sobreviviente del boom formal y central –porque hubo varios boom políticos, literarios, culturales e ideológicos--, Vargas Llosa está cargando sobre sus espaldas todo el debate de mil cabezas y autores y tendría la gran oportunidad para escribir un gran ensayo sobre lo que fue el boom, lo que no fue, lo que quisieron que fuera y lo que finalmente sería el escenario múltiple del conflicto cultural de la segunda mitad del siglo XX.
Hasta ahora es bastante prolífica la producción literaria en torno al boom y se ha centrado en autores, conflictos y producciones. El eje central pudiera ser, por la profundidad de sus planteamientos, el ensayo de 98 páginas de Carlos Fuentes La nueva novela hispanoamericana, publicado a mediados de 1969 en los Cuadernos de Joaquín Mortiz, sobre todo, por ejemplo, porque abarcaba sólo dos novelas de Vargas Llosa: La ciudad y los perros y La Casa Verde, porque aún no aparecía la que considero su mejor novela: Conversación en La Catedral, que por cierto tuvo un primer título que la demeritaba: Los guardaespaldas. Fuentes mismo aún no circulaba su gran obra Terra Nostra (1975) y Cortázar y García Márquez ya había dinamitado la literatura con sus grandes textos: Rayuela (1963) y Cien años de soledad (1967), no superados por obras posteriores.
Los debates en torno al boom literario latinoamericano por el libro con las cartas de los –llamémosles así: los padres fundadores del boom— y por el video que reproduce la autoconfesión de Heberto Padilla en 1971 han vuelto a reconstruir parámetros de interés sobre esas circunstancias literarias. Sin embargo, es la hora en que no se han escrito referencias específicas a lo que podríamos caracterizar de manera muy precisa como la sociedad del boom, es decir, quiénes eran los lectores de la literatura de ruptura estilística y temática de los años sesenta.
Ahí, en esa sociedad en ebullición, habrá que considerar lo ocurrido en Cuba en el periodo 1953-1971, del asalto al Cuartel Moncada que inició la revolución castrista a la crisis cultural-ideológica-política de 1971 con el caso Padilla que llevó a la ruptura de las relaciones de lealtad de intelectuales del mundo y la construcción del socialismo en Cuba, con la excepción o repliegue de García Márquez y Cortázar. Y los posicionamientos radicales y a veces hasta furiosos de Vargas Llosa, con un silencio a medias de Fuentes, con excepción de un debate que tuvo con el comandante cultural cubano Roberto Fernández Retamar.
Los enfoques sobre el boom han estado marginando a las sociedades latinoamericana y española que revolucionaron la lectura a través de las grandes sobras de los escritores del boom; una parte del interés de los lectores, es cierto, fue el modelo comercial de Carmen Balcells como representante literaria que convenció a editoriales de tirajes masivos, pero hay que dejar la inquietud sobre la existencia de una sociedad que se salió de los viejos moldes literarios y se lanzó a la compra de nuevos autores que refrescaban el ambiente.
América Latina y España estaban en procesos políticos de rupturas de la estabilidad política y social. Tampoco se ha profundizado en el papel de las publicaciones impresas en América Latina y España que dinamizaron los nuevos textos de la crítica literaria: Marcha en Uruguay, La Cultura en México, en México, la revista Triunfo en España. La cultura fue el detonador de una nueva conciencia social que encontró en la literatura nuevas formas de conciencia. Y hay que incluir el caso sobresaliente de Lunes –dirigido en su primera etapa radical por Guillermo Cabrera Infante— en el periódico Revolución que coordinaba Carlos Franqui.
El boom no debe agotarse en los escritores de esa generación literaria, porque, en los hechos, la demanda de una sociedad en convulsión social y política buscó y encontró respuestas en una literatura que sacaba nuevas líneas narrativas, sobre todo rompiendo como el ciclo nacionalista de una burguesía dominante. Sin los lectores ni una sociedad en busca de desafíos de interpretación, el boom se hubiera agotado sólo en nuevas expresiones estilísticas. Fue la sociedad lectora de los sesenta la que convirtió la nueva literatura en una explosión de interés que se expresó en tirajes masivos.
Las obras literarias del boom se explican, pues, en función de los estados de ánimo de la sociedad latinoamericana que había encontrado, eso sí, detonadores en la revolución cubana, aunque sin una reciprocidad directa: la sociedad regional que se dinamizó con el discurso de Fidel Castro no produjo de manera directa las grandes obras del mundo, sino que la producción literaria del boom encontró lectores que estaban revolucionando el perfil social con las ideas revulsivas de la guerrilla socialista.
La crisis y ruptura del boom con la sociedad por el caso Padilla de 1971 no replanteó el interés los lectores, pero dejó una orfandad política y social a la literatura latinoamericana. Y no ha habido una nueva generación literaria que retomara el desafío del boom.
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@carlosramirezh
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