Hartos de política
Vivimos una sociedad harta de la política y sus distintas manifestaciones. No la política que concibieron grandes pensadores como Aristóteles, Maquiavelo, John Locke, Rousseau o Marx. Tampoco la política que entiende este proceso como una ciencia o arte para gobernar y tomar decisiones, para distribuir y ejercer el poder, para influir y negociar los intereses divergentes, para facilitar y mejorar la convivencia de las personas, para encontrar soluciones y reconciliar a la sociedad. No, la política en México se ha convertido más en un ring sin reglas para defender los intereses de pandillas políticas que pelean espacios de poder. Esto incluye a todos los partidos políticos, a todos los poderes y en todos los niveles. Cada quién defiende lo suyo, no el interés social.
La política en México ha experimentado un proceso de cambio y transformación en las últimas décadas, y lamentablemente, gran parte de este cambio se ha caracterizado por el deterioro de la confianza ciudadana en quienes participan en política, en los partidos políticos, en los gobiernos y la pérdida de representación social. Esta circunstancia se ha convertido ya en un grave problema para la estabilidad y la salud de la democracia en el país. Sin política, sin la verdadera política, la suerte de los gobernados es peligrosamente incierta.
La política se ha transformado en una retahila de aburridas mañaneras, acusaciones de un lado a otro, traiciones todos los días, chapulinazos de partido en partido, deslealtades y zancadillas entre otrora aliados e imposiciones sin otros criterios más que la ciega avaricia de poder. Todo esto sin contar las constantes muestras de incongruencia, corrupción, incompetencia, abuso de autoridad, nepotismo, clientelismo, influyentismo, falta de transparencia y demás vicios del ejercicio del poder. Nada nuevo, pero nada tan prolífero y tan descaradamente evidente como ahora.
Los ciudadanos de estos tiempos están (estamos) desencantados por la desconexión entre los discursos políticos y la realidad cotidiana, cada vez más escépticos acerca de la capacidad de los partidos para representar y defender sus intereses. Esto sumado a la polarización que no deja nada bueno. Tan pasional e irracional como las disputas futbolísticas donde los fanáticos de un equipo odian a los fanáticos del eterno equipo rival sin conocerlos, tan solo por sus aficiones, pero en este caso con peores consecuencias. En el fútbol, al menos uno de los dos equipos gana, en el fanatismo político todos perdemos.
Los partidos políticos, en teoría, deberían ser vehículos que representan los intereses y preocupaciones de la sociedad. Sin embargo, en la realidad actual de México, la conexión entre los partidos y la base social se ha desgastado considerablemente. La política parece estar más enfocada en el cuidado de los intereses cupulares, las disputas internas y las estrategias de poder que en la búsqueda del bienestar colectivo. No existe realmente representación política que refleje la diversidad de la sociedad mexicana.
Por si todo esto fuera poco, la persistente violencia política y la crisis de seguridad en todo México también son fuentes de profundo descontento. La incapacidad del gobierno para abordar de manera efectiva la violencia ligada al crimen organizado y la impunidad que a menudo rodea a estos casos profundizan más la sensación de inseguridad y desconfianza en las instituciones gubernamentales. La violencia no solo amenaza la estabilidad del país, sino que también inhibe la participación ciudadana. El miedo a represalias y la percepción de que los políticos están más preocupados por sus propios intereses que por la seguridad de la población erosionan más la confianza en el sistema político.
Ante este panorama desafiante, es indispensable transformar el sistema político mexicano. La lucha contra la corrupción debe pasar del discurso y la bandera electorera a ser una prioridad real de política pública, con medidas concretas para asegurar la rendición de cuentas y la transparencia en todas las instancias de gobierno. También es imperativo que promover una mayor participación ciudadana en el proceso político, que la política sea de todos y no solamente de quienes navegan en la superficie del poder. Los partidos tienen que esforzarse por representar verdaderamente la diversidad de la sociedad mexicana, incorporando a líderes y voces que reflejen las distintas realidades del país y no solamente los afilados colmillos de sus eternos líderes reciclados. Hoy por hoy las promesas electorales se desvanecen una vez que los políticos están en el poder, dejando a la ciudadanía con un sentimiento de traición y abandono.
El hartazgo político en México es un reflejo claro de la necesidad de un cambio profundo y significativo en el sistema. La ciudadanía no solo demanda honestidad y responsabilidad, sino también una política que aborde sus preocupaciones y trabaje activamente por su bienestar. Las reformas estructurales, la participación ciudadana y la rendición de cuentas son las claves para construir una política más transparente, representativa y comprometida con el servicio público. Para esto resulta fundamental el fomento de la comprensión de los principios democráticos, la importancia del voto y la participación activa de la sociedad para cultivar una ciudadanía informada y comprometida.
Urge la aparición de la buena política, la que reconoce y respeta, la que representa y resuelve, la que dialoga y concilia. Es curioso, pero ante el hartazgo político el único remedio posible es la buena política.
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