Hablando en Serio/Santiago Heyser
Durante una época de mi vida fui papá soltero, después de mi divorcio conviví con mi cachorro de los 7 a los 15 años y compartimos todo.
Una de las etapas más ricas de mi vida, fue la experiencia de ser papá y mamá, situación que normalmente les toca a las mujeres mexicanas y que de repente se volvió tema de Hollywood en sus películas, fue así como produjeron: “El campeón” con John Voight (con esa lloré y se las recomiendo), “Kramer contra Kramer” con Dustin Hoffman y “Que buena madre es mi padre” con Al Pacino; en aquellas fechas vacilaba con que, para hacer esas películas, los cineatas nos habían consultado a mi cachorro y a mí, porque vivíamos la experiencia.
De esa época recuerdo con especial énfasis la ocasión en que una cucaracha mordió a mi hijo y le hizo una bola de pus en la cabeza que me obligó a raparlo (gacho lo que vive una madre soltera cuando se enferma el hijo), también recuerdo nuestras complicidades, una de ellas tenías que ver con el control para que las chamaconas no se me juntaran. Déjenme aclarar que pocas cosas son tan alcahuetas para impresionar a una mujer como ser papá soltero, tal pareciera que traía yo en la frente un letrero de vacante y soy buena onda, porque cuido a mi hijo. Muchachas y fans sobraban, el problema es que no se me juntara lo lavado con lo planchado, para ello diseñamos un subterfugio: a cada admiradora le decía yo que podía llegar a casa en cualquier momento, pero, que cuando encontraran la luz de la entrada apagada, se abstuvieran de tocar, ya que requería yo de privacía, ya fuera que me visitara mi madre, que tuviera visitas o que quisiera estar con mi hijo a solas… El caso es que en cuanto entraba una chamacona a la casa, correspondía a mi hijo apagar la luz de la entrada para que no fuera a llegar otra. También recuerdo con angustia el día que en una competencia escolar, faltando una vuelta para completar el circuito de la caminata, descalificaron a mi hijo por “flotar” es decir casi correr en lugar de caminar, juntos lo enfrentamos; y ni que hablar de la estrategia para contrarrestar el “bullyng” del más grande del salón en sexto de primaria; que cuando juagaban a quitarse la pelota, le decía al Santiaguín: “o me la das o te pego”, mi cachorro se la daba. Cuando platicamos del tema, le dije: -“Hijo, en la vida siempre habrá más grandes y fuertes que tu, como habrá más débiles, tú decides si aceptas que los grandes te pisen y cumples sus deseos o peleas, pero nunca abuses de los más pequeños.” Llegó la fiesta de fin de año, el Santiago estaba pelón por el asunto de la mordida de cucaracha y el grandote del salón pasaba entre las sillas y le daba coscorrones; lo llamé y le pregunté: -¿Hijo, ese es el niño que me platicabas? –Sí papá <contestó> -¿Quieres enfrentarlo o prefieres soportarlo? –Me gustaría enfrentarlo <expresó> –Entonces, haz lo siguiente: cuando te vuelva a molestar, dile que no lo haga o le vas a pegar; si lo hace de nuevo le pagas con el puño cerrado, muy apretado, en la boca y después,… le sigues tirando de golpes aunque te canses, porque en cuanto lo dejes de golpear, el te va a responder… El niño pasó de nuevo, mi Cachorro lo enfrento y le advirtió, el niño se rió y le volvió a dar otro coscorrón, mi cachorro le pegó en la boca y después, como remolino, no dejo de tirar golpes, el grandote solo atinó e tratar de defenderse mientras se revolcaban en el suelo, no le dio un solo golpe a mi hijo y en la escuela, nunca más lo volvió a molestar. Para detener el pleito me acerqué a la maestra y le dije que estaban peleando, ella llegó, los separó y los sentó uno a cada lado de ella, mi hijo me volteaba a ver y con la lengua dentro del cachete, riendo hacia una bola para señalar al frustrado agresor. No lo niego, estoy en contra de la violencia, pero ese día estaba feliz de ver a mi hijo dejar el miedo a un lado y defenderse,… porque estoy más en contra del abuso.
Hoy mi cachorro vive en CanCun, ya es padre y seguido me comparte que trata de enseñar a su hija Maia las cosas que aprendió conmigo. Por la distancia y las edades, ya no es mi compinche para apagar la luz de la entrada y evitar que se me junte lo lavado con lo planchado, pero sigue siendo mi cómplice además de ser mi confidente y amigo… ¡Así de sencillo!