Globos espías y exploraciones espaciales/Guadalupe Lizárraga
Estados Unidos ha reaccionado con mesura respecto a las incidencias de los objetos voladores sobre suelo norteamericano. Primero el globo espía de China, después los cuatro cazas rusos que no traspasaron el espacio aéreo estadounidense, aunque ingresaron a la zona de defensa aérea estadounidense y más recientemente los tres objetos voladores no identificados que el ejército de Estados Unidos derribó en los últimos días, tras descartar que tuvieran relación con el programa de espionaje de China. A este respecto, la comunidad de inteligencia cree que estos tres últimos objetos voladores probablemente eran globos vinculados a empresas privadas, instituciones recreativas o de investigación.
Sin embargo, China ha sido acusada de volar globos espías en 40 países de los cinco continentes. Y al mismo tiempo, este país ha acusado a Estados Unidos de volar diez globos para vigilancia sobre su espacio aéreo. La sociedad global está siendo testigo de una batalla de satélites espías, estos sistemas de vigilancia de alta tecnología que absorben datos de las comunicaciones, generan imágenes muy precisas a gran escala y clasifican la información en tiempo real con rapidez inusitada.
Es una muestra de la polarización entre las potencias mundiales. Por lo que en este contexto no se puede eludir a Rusia, sobre todo cuando su interés más reciente se ha enfocado en explorar el espacio sobre el suelo mexicano, un espacio aéreo estratégico al ser vecino de Estados Unidos, pero además en un momento de extrema tensión con la invasión a Ucrania que podría empujar al estallido de otras confrontaciones internacionales.
Rusia tiene dos focos rojos encendidos desde hace tiempo. Su propia historia en el espionaje a otros países, y la histórica guerra contra Ucrania. Incluso China se ha distanciado de Rusia, aunque el ministro Serguei Lavrov hace unos días lanzó la campaña a los medios para decir que su país está trabajando para “para fortalecer la asociación estratégica bilateral con China, que ha alcanzado un nivel alto y de confianza sin precedentes en la historia”.
No obstante, desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania hace un año, China se ha mantenido con una distancia prudente al no apoyar abiertamente esta guerra. Y expresó explícitamente que jamás atacaría a Ucrania ni ayudaría a hacerlo, una postura que ha mantenido hasta ahora pese los intereses comunes con Rusia. En la Conferencia de Seguridad de Múnich, insistió que se debía respetar y salvaguardar la soberanía, la independencia y la integridad territorial de todas las naciones, y enfatizó “Ucrania no es una excepción”.
También con México existe un doble discurso de Rusia, a propósito del acuerdo de exploración espacial con fines pacíficos que anunció el propio gobierno mexicano el 29 de septiembre de 2021, en el que ambos países colaborarán para investigar el espacio aéreo. No obstante, no queda claro en qué se benefician las sociedades rusa y mexicana con esta decisión gubernamental. Mientras Rusia, por un lado, dijo que instalará en México el sistema de vigilancia satelital GLONASS, como se lo permitió Nicaragua; México, por otro lado, reitera que no está considerado este sistema en el acuerdo.
Frente a la crisis de globos espías y objetos voladores no identificados que se está revelando a la ciudadanía del mundo, México -pese a los discursos encontrados- decide renunciar voluntariamente a su soberanía espacial al permitir que Rusia despliegue sus equipos de navegación por satélite de doble uso, civil y militar, además de la instalación de equipos de observación del espacio.
Es ingenuo creer que Rusia va a respetar la soberanía de México, cuando está en medio de una guerra por el territorio de sus vecinos y cuando las demás potencias se espían entre sí, aun teniendo vínculos científicos y comerciales.
La guerra de Rusia en Ucrania cumple un año, tras dejar una enorme destrucción masiva, pese a que su tecnología de guerra no está del todo actualizada, y depende de Occidente para hacerse de alta tecnología. Su economía, al igual que su reputación, se ha ido resquebrajando como resultado de las sanciones.
Por último, los aliados que hoy presume Rusia tampoco están todos de acuerdo con la invasión a Ucrania, y tener una postura neutral no significa necesariamente una alianza. Según Lavrov, Rusia tiene fuertes vínculos con Brasil, y sin embargo, este país aunque se ha mantenido neutral ante la invasión a Ucrania, también ha criticado la intervención militar rusa y le ha pedido que cese las hostilidades.
México, en este contexto, tiene más similitud con Nicaragua, que dice mantener su postura neutral ante la guerra de Rusia con Ucrania, pero -a diferencia de Brasil- firma acuerdos de vigilancia y exploración satelital sobre su propio espacio. México hace lo mismo.
Una asociación con Rusia implica no sólo el impacto a la coordinación de países con los que México tiene compromisos comerciales y de seguridad estratégica para el combate a los grupos criminales, sino también pone en riesgo su reputación internacional al colocarse en la lista de países aliados a Rusia, la mayoría países periféricos de corte autoritario, una lista donde Rusia es el líder. México parece estar preparándose para ser un peón más en el tablero de ajedrez de Putin.
De allí que el acuerdo, aparentemente con fines científicos, no sea ni ingenuo ni gratuito. La asociación de México con Rusia implicaría no sólo que un grupo específico de naciones esté amenazado, sino que abre la posibilidad de un desafío transcontinental que podría resultar en importantes desequilibrios en el orden político mundial.
En este sentido, México se coloca en el lado equivocado de la historia.