Feminismo civilizatorio/Carlos González Martínez
Feminismo civilizatorio
(en ocasión del 8 de marzo)
Carta para mujeres que no saben que son feministas y piensan que no lo son… y para hombres desorientados.
El feminismo
El feminismo[1] está más vigente y es cada vez más urgente. Las luchas igualitarias, libertarias y justicieras que siempre ha enarbolado ahora adquieren un significado y una potencia que le lleva a situarse incluso más allá de las propias luchas de las mujeres, en las que obviamente sigue enraizado y proyectado. Hoy el feminismo sigue apuntalando, dando contenidos y formas a las causas de las mujeres, pero es mucho más que eso. Hoy el feminismo es la causa de todas y todos, es nuestra última y definitiva batalla: la de y por la verdadera civilización.
Aunque para algunas lectoras y colegas feministas resulte una necedad, hay que empezar por el principio y recordar que el feminismo no es una idea y práctica de vida de las mujeres en contra o en revancha con los hombres. Es obvio, pero no tanto. A mí me ha tocado incluso participar en reuniones de organizaciones de mujeres donde algunas asistentes señalan que no son feministas porque ellas no están en contra de los hombres. Entonces a ellas y a muchos de los hombres hay que precisarles que el feminismo nunca ha sido una lucha de las mujeres contra los hombres (quizá sólo en algunas de las corrientes más radicales), sino que comenzó siendo una lucha de las mujeres por las mujeres y ahora es una lucha de las mujeres por todas y todos nosotros.
¿Y qué empezó reclamando el feminismo? Derechos políticos, sociales, económicos, cívicos y sexuales que ahora nos parecería inaceptable que se le negaran a alguien, pero que por siglos se le negaron a las mujeres. ¿Cómo qué? Pues como el derecho a estudiar lo que quisieran, a trabajar en lo que les viniera en gana, a ganar un salario justo y al menos igual al de los hombres (¿cómo por qué no debería ser así?), a votar y ser votadas; a organizarse y expresarse libremente; a vestirse como quisieran (¡hágame usted el santísimo favor!); a decidir sobre su propio cuerpo… en fin, hubo un tiempo en que incluso para escribir y publicar poesía, ¡las mujeres debían pasar por hombres!
¿Y qué es lo que ahora sigue planteando el feminismo? Trato igualitario entre iguales e incluso entre desiguales, justo entre personas justas, libre entre libres, fraterno entre fraternas, libre de violencia entre seres humanos. ¿Es mucho pedir? Pues parece que sí, porque desde siglos nuestras sociedades se organizaron en sentido inverso en muchos aspectos: desigualdad, injusticia, opresión, represión y violencia, tanto en los planos de las relaciones políticas, económicas y sociales, como en las culturales, ideológicas y afectivas. Igual en la calle, en el transporte público, en el trabajo, en la política, en los caminos solitarios, en la noche, en el día, en la oficina, en la familia, en la casa, en la pareja, hasta el espacio más íntimo de cualquier persona y, por tanto, de las mujeres: su cuerpo, privacidad e intimidad.
Por ello, toda esa lucha pasada y actual (¡y futura!) ha sido una gran aportación de las mujeres no sólo a su bienestar, sino al bienestar de la humanidad. Por eso el feminismo es una bandera de la civilización.
La civilización
De acuerdo con el pensamiento feminista, nuestra sociedad está organizada en un régimen heteropatriarcal. Eso quiere decir que la forma en que se pretende mantener el orden en la sociedad y las vidas individuales, está basada en la idea de que las relaciones entre las personas debe sostenerse en vínculos entre hombres y mujeres, en los que el hombre es “el que manda”. En el pasado e incluso en la actualidad, algunos trasnochados discursos políticos e ideológicos han intentado justificar semejante tontería, pero la verdad es que ya no deberían convencer a nadie medianamente consciente de la realidad de nuestro tiempo.
Esa sociedad apela a un tipo de vínculos sociales y personales fundados en una idea del orden basado en la autoridad, el control, la obediencia y la violencia. Donde las mujeres son el “sexo débil” al que “no se le toca ni con el pétalo de una rosa” (aunque en la intimidad del hogar se les llegue a golpear) y los hombres son “machos” y viriles: violentos. Con esa idea hemos formado estereotipos que han sometido a las mujeres, pero también a los hombres, a quienes nos han querido quitar el derecho a la ternura, a la delicadeza y hasta el llanto. “Los hombres se aguantan y no lloran”, se nos ha dicho y con ello se nos ha incrustado una masculinidad tóxica que nos enferma y nos impide realizarnos como personas sanas y de bien.
Por eso, la causa del feminismo que busca erradicar ese régimen y esas tontas ideas y prácticas, es una lucha que busca construir una sociedad mejor, más adecuada a nuestro carácter de seres que asumen su naturaleza y la viven plenamente con los demás seres sintientes, y como humanos que usan su raciocinio para vivir mejor y contribuir a que las y los demás también lo hagan. Y esa es una aspiración muy simple y válida, que ahora es verdaderamente revolucionaria y que no sólo consiste en conseguir y hacer valer los derechos de las mujeres en todos los órdenes, sino en fundar un tipo de sociedad mejor que nos permita llamarnos realmente una civilización.
De allí que hoy, el feminismo es un movimiento social y de convicciones absolutamente vigente y urgente, que nos permite luchar por la sociedad civilizada que aún no somos y que muchos queremos ser. Hay que admitirlo: nuestra sociedad es impresionante y tiene increíbles avances, es una sociedad global con tremendos adelantos científicos y tecnológicos, pero no es una civilización. Para ello tendríamos que ser la sociedad solidaria, fraterna, justiciera, igualitaria en la diversidad, legal y cívica que propone el feminismo.
El día que lo logremos habremos dado nuestro tercer salto civilizatorio. El primero fue descubrir el fuego, el segundo fue inventar la rueda y el tercero será alcanzar la sociedad civilizada que procura el feminismo. Pura utopía y de la buena, de esa que se construye todos los días y en todos nuestros actos y con todas nuestras palabras, como las que aquí se comprometen.
[1] Mi amiga y admirada Doctora en Estudios de Género, Leticia Calvario, me recuerda que en realidad el feminismo es un “planteamiento teórico conceptual con diferentes corrientes y enfoques”, entre los que existe un “punto de partida en común: la valorización de las mujeres. Ni siquiera el tema de la igualdad”. Hay que recordar que “el feminismo de la igualdad es sólo una corriente. Hay una contraparte muy importante que viene de las feministas italianas y que es el ´feminismo de la diferencia´”. Extraigo, con su autorización, esta claridad de nuestra conversación en Whatsapp y advierto que en este ensayo, cuando escribo de feminismo me atengo a su multiplicidad y en realidad me refiero a feminismos.