EU y México: el cambio incontenible
El triunfo político de Donald Trump y lo que él representa plantea desafíos mayores. La segunda presidencia no es el segundo piso de la primera presidencia; igual que en México con el triunfo de Morena en 2024 es la consolidación de un régimen distante del democrático con claro e inequívoco respaldo popular. De poco sirve la idea de que quien triunfa tiene derecho al gobierno, pero no a cambiar las reglas del juego que le permitieron competir y ganar el poder. Viene el cambio de régimen y un proceso político inédito en el país más poderoso del mundo.
También de poco sirve la especulación sobre cómo se llegó a tal situación. La autoflagelación y el señalamiento del fracaso opositor tampoco sirve de mucho, más allá de que en México la oposición institucional se ha hundido en una fosa que vuelve muy complicada pensar en su recuperación. En EU cargan mucho la mano a los demócratas por la derrota; sí, perdieron los 7 estados clave, pero en votos nacionales sólo por unos cuantos puntos porcentuales. Cabe pensar que otra historia hubiera ocurrido de haber declinado Joe Biden el año anterior y no a unos pocos meses de la elección; Kamala Harris hubiera podido ganar siendo electa en contienda primaria y no como accidente por una declinación extemporánea. Los errores y limitaciones de los demócratas no explican el triunfo de Donald Trump, él fue más convincente para una mejor economía.
Aprender a resistir se aleja de la tentación de buscar culpables; en México, los senadores traidores del PRD, los Yunes o el ministro Pérez Dayán. El problema es más profundo y serio, aquí y en EU. El desdén a los valores de la democraciacomo la estricta legalidad y el rechazo a los contrapesos son síntomas de una peligrosa enfermedad de la sociedad contemporánea. Ahora la lucha de la resistencia se traslada al terreno de lo social, que vuelve recursos fundamentales el debate público y la libertad de expresión.
No hay lugar a la ingenuidad. El cambio llegó para quedarse. Derrota que no se asume se reproduce y lleva al desastre a cualquier intento de respuesta. Debe pensarse en términos diferentes; para empezar, limitar la lucha a los espacios convencionales de la política se vuelve disfuncional o sumamente ineficaz para contener la pulsión autocrática de nuestros tiempos.
Hay una pista crucial para identificar la fragilidad mayor del nuevo acomodamiento político. La fuerza del régimen está en su respaldo popular, que descansa en el rechazo al pasado y en las expectativas de bienestar material. Lo primero significa que la resistencia no puede plantearse como regreso al pasado; lo segundo, que el discurso alternativo no debe excluir o minimizar el tema del bienestar de las personas. Invocar exclusivamente libertades, valores o la democracia en abstracto no despiertan interés, empatía o relevancia. Otro aspecto no menor es la calidad de la gestión pública y las condiciones de la red de bienestar social, particularmente salud, vivienda y educación. Su deterioro sí tiene un impacto en la población.