En la unidad nacional
En la ya cercana elección presidencial del 2024 uno de los principales temas de la campaña lo será el llamado a la unidad y reconciliación nacional, como premisa fundamental para recomponer estructuras sociales y políticas que ya no resisten más tiempo tal y como ahora se encuentran.
En el escenario de la política son contados los personajes que ya tienen esta lectura sobre este asunto, sin embargo la mayoría de los actores y protagonistas de la realpolitik refuerza sus estrategias de confrontación, apostándole a la descalificación y eliminación del adversario por las formas que sea. A medida que avanza la fecha de la gran elección, la crispación aumenta, con todo y sus riesgos.
El candidato que salga de las filas de Morena, el partido del Presidente, por ejemplo, tendrá un desafío muy grande, por las siguientes realidades inevitables.
1.- El personaje que surja debe mantener adhesión y correspondencia con el discurso incendiario del presidente de la República para seguirle hablando a sus audiencias, las cuales se deben y le deben todo cuanto han obtenido en los últimos años a la iniciativa presidencial. No puede haber una ruptura con esa narrativa de golpe, choque y descalificación porque le saldría muy caro electoralmente.
2.- Hoy ya no hay certeza de que esa militancia morenista, que logró manifestarse claramente en la reciente votación de revocación de mandato, “haiga sido como haiga sido”, como diría el clásico, le alcance para obtener los votos necesarios en la votación presidencial de julio del 2024. Por ello, el o la candidata deberán hablarle a “las otras audiencias”, que también votan pero que no quieren más un país dividido e irritado un día y el otro también.
3.- La unidad nacional no es solo un discurso necesario sino una iniciativa irrenunciable para quien aspire a la presidencia de la República.
Los factores internos la hacen más que urgente, pero los externos, léase efectos de la guerra Rusia-Ucrania; la desaceleración económica e incluso amenaza de recesión económica derivado de la pandemia de Covid19; la inflación que crece a nivel global sin visos de un control en el corto plazo; y la relación indispensable y obligada con Estados Unidos, precisan de un discurso que armonice, genere certidumbre interna y externa, pero sobre todo que nuevamente converja en torno a un proyecto incluyente de nación.
En los diversos círculos políticos, Senado de la República, Cámara de Diputados, Gobiernos de los Estados, Secretaría de Gobernación, principalmente, aumentan los comentarios respecto a que el presidente debe comenzar a ayudar a su precandidato o precandidata presidencial reduciendo su nivel de polarización social y política, de lo contrario le heredará una bola de fuego difícil de controlar y de hacer ganar votos.
Hasta hoy Claudia Sheinbaum Pardo es la que más se ha puesto el disfraz de megáfono para replicar la ira y respuestas encolerizadas del presidente de la República, quien actúa que cada vez más de esa manera ante cualquier acción que se le sale de lo previsto.
En lo más reciente, la jefa de Gobierno se sumó al coro de voces que llaman a mantener una campaña de linchamiento político, social y mediático en contra de los diputados que no votaron por la reforma constitucional en materia de energía eléctrica, llamándolos traidores a la Patria. Una campaña deleznable que no cabe en una aspirante presidencial, como se asume y como la nominó AMLO.
Los tiempos apremian por eso llama la atención que desde el mismo corazón de Morena haya personajes que han leído muy bien las circunstancias actuales y futuras y no le apuesten a una mayor división, encono y violencia o persecución política.
El líder del Senado, Ricardo Monreal, es una de esas contadas voces discordantes, que afortunadamente están fuera de ese coro de abyectos y modernos Torquemadas que intentan lanzar al fuego de la hoguera política a quienes consideran infieles, traidores y apóstatas de los designios del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Monreal ha dicho:
“A nadie nos conviene una confrontación permanente: no le conviene al país, no le conviene a la gente, incluso ni a los dirigentes de partidos, ir generando un ambiente de zozobra, de enfrentamiento permanente, porque que esto termina en odio; ya no en una diferencia política, ya no en una diferencia sobre estrategia o sobre plataformas, sino ya personal. Y eso, deteriora el ambiente social, destruye el tejido social, que es inadmisible y que no podemos permitir”,
El tiempo, solo el tiempo, dirá quien estaba equivocado.
Aquellos y aquellas que se presentan como demócratas que reniegan de la libertad de expresión y la voluntad soberana como principios fundamentales de la propia democracia o quienes ven en los discursos de odio, división y crispación social y política una forma caduca de hacer política en tiempos modernos con prioridades en la unidad nacional.