En defensa de la democracia/Enrique Cervantes Ponce
Un afán por centralizar el poder, permea la forma de gobernar de la 4T. Un talante autoritario que se vuelve intolerante a la crítica y a quien no piensa de manera similar, se evidencia cada mañana en la conferencia presidencial. Una búsqueda constante por eliminar los frenos que puedan obstaculizar el abuso o la arbitrariedad, es encabezada por el titular del Ejecutivo Federal. De esta manera, desde su llegada a la presidencia, López Obrador no ha desperdiciado una sola oportunidad de poder descalificar, desprestigiar e intentar desmantelar a aquellos organismos que, según él, lo han hecho mal. Sin embargo, en su intención de desaparecer aquellas instituciones que han fallado en su quehacer, aquellas que dice desconocer o que resulta “costoso de mantener”, sale a relucir su intención de fondo que es eliminar aquello que no puede controlar o que resulta un contrapeso difícil de doblegar.
Un claro ejemplo de lo anteriormente señalado, son los Organismos Constitucionales Autónomos, cuya existencia es elemental para la confianza y funcionalidad de nuestro sistema político actual. Porque aún cuando el presidente fue testigo de la injerencia del Gobierno Federal en la política monetaria, la elevada inflación que generó y que terminó cuando el Banco de México se construyó; la manipulación de cifras que ocultaban la realidad que enfrentaba la población y que finalizó cuando el INEGI se edificó; o la definición desde la Secretaría de Gobernación del próximo ganador de la elección que culminó cuando el INE se creó, lo olvida al denostarlos y querer desarticularlos.
Y es que, es ese último el organismo autónomo más golpeado por Andrés Manuel. Ese al que el presidente ha llamado parcial para cuestionar su legitimidad; ese al que el primer mandatario ha convertido en opositor para desacreditar su labor; ese del que pretende absorber su principal función al querer erigirse como guardián de la próxima elección. Pero precisamente el IFE, ahora INE, se constituyó para quitarle la posibilidad a la figura presidencial de poder incidir en la jornada electoral. Una conquista que logró traer la democracia por tantos años anhelada, que culminaría con la transición política alcanzada en el año dos mil. Una institución que si bien ha tenido fallas, como el no sancionar al Partido Verde hoy aliado de Morena, vale la pena apostar por componerla y no desterrarla de nuestro sistema.
Además de lo preocupante que resulta el querer suplantar al órgano electoral garante, este discurso descalificador, viene a abonar a la creación de la narrativa de un posible fraude, a un año de la elección, que resulta también atemorizante. Porque si en algo es referente López Obrador, es en su defecto de ser un mal perdedor, al no reconocer jamás un resultado que no haya sido a su favor. Así, el presidente que se dice demócrata, no debe de olvidar la máxima que permite la continuidad de este régimen político, la cual se basa en la necesidad de aceptar los resultados aún cuando éstos puedan no gustar, pues es la garantía de que en un futuro, al volverse favorables, las demás fuerzas políticas los acatarán. Por ello, en defensa de la democracia, tocará como ciudadanos cuidar a dicha institución y recordarle al presidente que ese mismo organismo fue el que avaló el que después de 18 años de intentarlo, pudiera por fin llegar a Palacio.