En contexto/Luis Acevedo Pesquera
En Contexto
Otra vez, el presidente ante el G-20
Este fin de semana se llevará a cabo una segunda reunión virtual del G-20, que reúne a igual número de países industrializados y en desarrollo que son miembros del neoliberal Fondo Monetario Internacional (FMI) y que en conjunto representan al 85 por ciento por ciento de la economía mundial.
Con esta, se completarán dos veces en las que participa el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Del primer encuentro a finales de marzo, en el que la convocatoria fue para coordinar una respuesta global frente a la pandemia del COVID-19 y comprometer medidas de recuperación económica, al mandatario mexicano se le recuerda especialmente por su llamado a mantener el ánimo porque aseguró que “vamos a vencer con la fraternidad universal”, lo que hizo levantar las cejas de los jefes de Estado y de gobierno que asistían a la transmisión y que les hizo olvidar su interesante planteamiento para que la ONU interviniera en el comercio de medicamentos y equipos médicos para enfrentar al virus.
El objetivo de aquella ocasión no se alcanzó y, lo que es peor, la economía mundial enfrenta una situación crítica a pesar de algunos tímidos avances entre los países industrializados que, junto con otras naciones, viven el rebrote de contagios que agrega no solo dificultades sino incertidumbre al entorno mundial en materia de crecimiento.
La participación del presidente López Obrador en esta cumbre llama la atención por su entusiasmo para participar, al grado que decidió cancelar su gira por Nayarit y Sinaloa programadas para sábado y domingo, para codearse virtualmente con otros mandatarios. Aunque para el porvenir de los mexicanos, para ver con qué sale en esta ocasión para resolver la crisis económica y, como dice “lo que tiene que ver con la pandemia”, temas que siguen siendo un tema pendiente.
De la economía, ya sabemos que este año el PIB nacional tendrá una caída del orden de 8 o 9 por ciento, que se suma al estancamiento de 2019 y al deterioro acumulado desde 2017 con todas sus consecuencias en materia de empleo e inversión, además del desamparo a la producción a la que se dejó que se rascara con sus propias uñas, mientras el mundo destinó apoyos entre el 7 y 20 por ciento del PIB, que según el FMI no será suficiente para crecer; al contrario, este año se prevé una contracción histórica de 4.4 por ciento y una recuperación desigual el próximo año, con una tasa de 5.2 por ciento global.
Y por lo que toca a la pandemia los signos son perturbadores, cuando menos. En el mundo la COVID-19 ya se cobró más de un millón de vidas, los contagios parecen imparables en los países más industrializados y ya provocó la pérdida de decenas de millones de empleos.
México está en una situación peligrosa con un millón 19 mil casos de contagios y más de 100 mil muertes, como resultado de una estrategia sanitaria fallida que tiende a magnificar el panorama porque en materia económica se privilegiaron inversiones suntuarias en lugar de apoyar a la producción, el empleo, sin un cambio estructural en materia fiscal (que no impositiva) para poder apoyar a los grupos vulnerables del país.
La perspectiva, en consecuencia, es compleja porque los rebrotes requieren de imponer restricciones más estrictas en materia de movilidad; el desarrollo, la producción y la distribución generalizada de vacunas no plantean fechas determinadas y, por tanto, es muy probable que los tratamientos se retrasen y el distanciamiento social -advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS)- prolongarán el distanciamiento social.
En efecto, tanto en México como en el mundo, el crecimiento, de darse, será menor, la deuda pública crecerá y se perderán oportunidades de bienestar por el daño que causa en los hogares la pérdida prolongada del empleo.
No se ve que el entusiasmo presidencial pueda traducirse en un golpe de timón ante Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica, Turquía y la Unión Europea, que integran el G-20 para redefinir el crítico destino global.
Mucho menos existe la posibilidad de que aproveche el foro para presentar un programa de políticas públicas ejemplar para enfrentar el desaliento pero, sobre todo, la incertidumbre. Cuando mucho habrá palabras, pero no de las que cuentan.