El presente y la tragedia climática
Vivir el presente sin temor al mañana pareciera ser la divisa cultural más sólida de la sociedad contemporánea. ¡Vive hoy! Es la consigna de nuestra modernidad congestionada por la urgencia de consumir.
Explorar el futuro a través de las proyecciones más básicas sustentadas en la lógica de causa y efecto no solo representa ser aguafiestas para una sociedad enamorada del goce presente sin siquiera pensar una consecuencia, es un acto irreverente que atenta contra la creencias generalizada de que no debe existir responsabilidad alguna.
El matiz contemporáneo de la alienación social lo ha otorgado desde hace algunos años la proliferación de la posverdad que es el endiosamiento de la mentira piadosa, cínica y francamente encubridora. La mejor manera de encapsular y blindar el conformismo actual es a través de múltiples capas de posverdad.
Vivimos en la artificialidad, es decir, en una realidad que objetivamente se nos desmorona por doquier, pero que hemos sido condicionados para percibirla como firme, consistente, paradisiaca. Los miles de muertos y desaparecidos son simples y fríos datos estadísticos, la corrupción es un divertimento noticioso sin más, la ineptitud es una virtud popular, la pérdida de bosques, ecosistemas y reservas de agua es una intrascendencia frente a la infinitud natural.
Las previsiones duras y bien calculadas estiman que para el año 2050 habremos llegado a los 2 grados Celsius por arriba de los valores preindustriales y que ello supondrá, como ya comienza a ocurrir, la desaparición de glaciares, incendios forestales arrasadores, tormentas y huracanes devastadores, pérdida y degradación de tierras que producen alimentos, extrema carencia de agua y migración ocasionada por todo ello.
Que caminamos hacia allá no está en duda. Desde 2015, con los acuerdos de Paris, se advertía que los gobiernos del mundo tenían el reto de impedir que la temperatura planetaria llegara en el 2030 a 1.4° Celsius por arriba de la era preindustrial, y nos adelantamos seis años, en el 2023 cumplimos con esa fatalidad.
A la velocidad con la que avanzamos en nuestra ruta de destrucción de los equilibrios ambientales no podemos descartar que los 2° los alcancemos en tan solo una década más. Los gobernantes negacionistas y populistas del mundo, clientes afanosos de las narrativas de la posverdad climática, en los hechos han abandonado los acuerdos de Paris y se han resistido en las reuniones de las COP a establecer compromisos para, al menos, esforzarse por lograr economías sostenibles y reducir las emisiones de Co2.
Esta ruta nadie la quiere ver. Las personas suelen justificarse preguntando ¿qué puedo hacer yo? si todo ello no está en mis manos, o bien creen que llegado el momento una nueva tecnología salvará la catástrofe. Y regresan a la comodidad del dulce ensueño de su posverdad: ¡vive hoy! ¡disfruta tu mundo de consumo!
Se estima que para el 2050 el 10% de toda la población mundial serán refugiados climáticos y tendremos una presión terrible para satisfacer las necesidades alimentarias porque las demanda de estos crecerá en un 50%.
Frente a esta realidad es natural la pregunta de cuándo se presentará el punto de no retorno. Con seguridad estamos transitado por ese camino. La pérdida de los equilibrios ambientales y las consecuencias climáticas que vemos repetirse de manera progresiva cada año, son evidencia de que vamos en esa dirección. La pérdida constante de bosques, de zonas hídricas, de fauna, de ecosistemas, nos acercan al no retorno no en escala aritmética sino en escala logarítmica, de grande magnitud, porque hace tiempo nos movemos en los límites.
Ser realistas, en una atmósfera social de alienación climática, es reconocer que incluso en el punto de no retorno los grupos sociales asumirán la tragedia como natural y aceptable; conlleva asumir que, sin lugar a duda, superaremos antes del 2050 los 2° Celsius y que en consecuencia se deben tomar medidas de atención a los efectos desde ahora.
Tenemos que reconocer que hemos fallado en recuperar bosques, aguas, y ecosistemas, como el mejor medio para detener o mitigar la tragedia climática. En ese sentido, creo que la realidad nos ganó la carrera y que las políticas ambientales han dejado muy claro su fracaso en aras de fortalecer los intereses económicos mundiales y de no perturbar el sueño de la alienación climática y la fiesta alegre de la posverdad, la mentira cínica para garantizar el consumo. ¡Se feliz ahora, el planeta no importa, para eso está para ser consumido!
¡Y, sin embargo, tenemos que hacernos responsables y actuar!