El pleito con el pasado
Si algo pudiera decirse de manera concluyente del desenlace de la contiende de 2018, sería que el pasado fue moral y políticamente derrotado; que el mandato del presidente López Obrador fue el de una gran transformación que dejara atrás el pasado corrupto y también las políticas públicas excluyentes de amplios sectores de la población. La crítica al neoliberalismo se fundaba en la insuficiencia del crecimiento económico y en la desigual distribución social y regional de sus beneficios.
Al momento en que restan 23 meses de gobierno puede hacerse un balance preliminar de gestión. Más que los días que quedan, es relevante el impacto de la sucesión adelantada con dados cargados. La salud del mandatario y los -para él- decepcionantes resultados de la elección intermedia le llevaron a anticipar el proceso sucesorio, con la consecuente polarización y dificultad para convocar e incluir la pluralidad política y diversidad social a un esfuerzo para enfrentar los grandes desafíos económicos, sociales, de seguridad pública y políticos.
La campaña del ganador se fundó en la descalificación al pasado. El objetivo se alcanzó no sólo con una indisputada mayoría a favor del candidato presidencial, también con el resultado arrollador en el Congreso y en las elecciones locales concurrentes. Fue más que una derrota electoral, fue el fin de un régimen y el mandato para un cambio profundo. El presidente López Obrador, en vez de sentar las bases para la transformación, resolvió continuar con el mismo sentido de la campaña. Una presidencia militante le impidió construir un liderazgo incluyente, indispensable para un cambio de fondo como hubiera sido la cruzada contra la impunidad y por la legalidad. La inclusión fue marginal y con los privilegiados de siempre.
Ya en la recta final, el gobierno se queda solo y se ve obligado a recurrir a medios ilegales, como la politización de la justicia penal para construir mayorías legislativas. También se persiste en el amedrantamiento de consejeros del INE y magistrados del Tribunal a través de una reforma que los llevaría a su desaparición. Los jueces son severamente cuestionados. La prensa libre vive una mala circunstancia por la presión que se autoimpone una parte de las empresas que la sustentan. La oposición ha pasado al trato de traidores a la patria y, en la última edición, los gobernadores no afines son objeto de descalificación. Nuevamente, ante la proximidad de la elección se acentúa el pleito con el pasado y la contienda es riña callejera de la que dan cuenta las mañaneras o las frívolas e ilegales revelaciones de la gobernadora de Campeche.
El tema es quién gobierna y cómo se gobierna. La salida de la señora Tatiana Clouthier de la Secretaría de Economía en el marco de las deliberaciones con los socios comerciales de EU y Canadá por las violaciones al acuerdo comercial, y la defenestración del equipo negociador, son indicativos de que la irracionalidad conduce a extremos sumamente peligrosos para el país. La apuesta a que los socios se inhibirían de aplicar una sanción mayúscula a México por los efectos en la economía global es un caso de extorsión extremadamente irresponsable.
Por la proximidad de la elección hace sentido el pleito con el pasado. En grandes números, los más favorecerían la continuidad y no el regreso a un pasado descalificado y derrotado. Sin embargo, los electores, especialmente de las zonas densamente pobladas, los de mayor instrucción y con capacidad de avizorar el incierto futuro, los jóvenes que en su mayoría no suscriben con agravio el pasado, constituyen una masa de votantes que pueden significar no sólo que la pluralidad habrá de regresar sino la derrota del oficialismo, a pesar del ascendiente de López Obrador sobre la población y del posicionamiento de la favorita Claudia Sheinbaum debido a los tiempos anticipados de campaña.
A quienes preocupa la continuidad en el poder de Morena buscan en dos factores la posible derrota: la fortaleza de la oposición partidaria y la fractura en el oficialismo por la definición de candidata(o). Se equivocan; aunque importan, no son factores determinantes. La diferencia podría estar en la construcción de una opción con claridad sobre la necesaria transformación, que mueva y conmueva a los electores en su intención de votar. No se requiere complejidad en la narrativa, sino que sea emocionalmente convincente, como en su momento hiciera hace más de dos décadas Vicente Fox y, con mayor claridad, Andrés Manuel López Obrador.