El odio no permite la paz
Pese a la existencia de normas, de instituciones y diseño de política pública para evitar la violencia y promover la paz, continuo pensando que es una necesidad imperiosa trabajar para la construcción de Paz y evitar la violencia en todos los segmentos de la población, principalmente en las instituciones como la familia, la iglesia y la escuela; esa violencia que se ve, que se lee, que se escucha, que se siente, que se vive, que se expresa con el cuerpo, con las gesticulaciones, y que se dirige a las personas cuando son consideradas sin valor en sus cuerpos, cuando eres parte de un grupo vulnerado históricamente y que ahora se le suman las culpas de la violencia que se vive en Michoacán, seguramente en el mundo por la violencia.
Nos parece importante expresar las poco afortunadas y nada asertivas las palabras que expresara recientemente el Obispo Herculano Medina en las que señala que las causas de la violencia que se viven es por la homosexualidad; y que por dicha razón saliera hacer un pronunciamiento la doctora Elvia Higuera Pérez, Subsecretaria de Derechos Humanos y Población del Gobierno del Estado de Michoacán, en la cual expresara que el dicho de la autoridad religiosa abona a un discurso de odio y a dividir a la población.
En este sentido, considero que las ideologías machistas, misóginas, clasistas, racistas, homófobas, lesbófobas, de bifobia, transfobia, no se han desterrado del discurso y nuestras narrativas y, están vigentes y se encuentran vivas en nuestra sociedad, no importa el estatus que tengas: de autoridad religiosa, de docente, padre de familia, todos fuimos formados bajo este enfoque, que data del proceso de colonización y que hoy urge un giro decolonial, de tener un pensamiento crítico para transitar a otras formas de organización e intersubjetivación que eviten las ideologías y los discursos de odio, que dañan a las poblaciones en condiciones de vulnerabilidad y que son antesala de los crímenes de odio.
Hace un par de meses escribía para Quadratín una propuesta de Odiontómetro, como una manera de conocer y expresar como escala el odio en las personas, y que, de una expresión de odio, podemos hacer apología de un discurso, de una narrativa y el preámbulo de un crimen de odio. Recientemente se instaló el Observatorio de los Crímenes de Odio por Homofobia en Michoacán, y en poco tiempo, nos damos cuenta que era necesario desde hace muchos años contar con un instrumento para detener estos procesos de exclusión que desde los grupos fácticos se emplean para mantener un estado de cosas que a dichos grupos les interesa que permanezca posiciones ideológicas opresivas en contra de los cuerpos que son considerados como anormales, y sobre los cuales es fácil expresar narrativas para descalificar y echar culpas de los problemas, como fue el caso de atribuirles a los homosexuales la violencia que vive el país y Michoacán.
No, no nos confundamos, las personas que viven en diversidad sexual, como tampoco las mujeres que toman de manera libre la decisión sobre su cuerpo, no somos causantes de semejante comentario de la violencia en Michoacán; expresarlo precisa la ignorancia, la falta de respeto al otro, el uso de un lenguaje androcéntrico, sexista, excluyente, discriminatorio y generador de división entre las estructuras sociales, amén de que se constituye como un acto que pretende dominar y subordinar a los grupos vulnerables.
Diversos teóricos y posiciones se han desarrollado para definir la violencia o, mejor dicho, ciertas formas de violencia. Por ejemplo, están las concepciones de Galtung de violencia estructural y violencia cultural, la violencia simbólica de Bourdieuo la violencia moral de Segato, formas de violencia que se caracterizan precisamente por no contar con el carácter del uso de la fuerza física y con consecuencias inmediatas y visibles, como el comentario que pueden verter personas que carecen de sensibilidad para expresar discursos que caen en la provocación para la violencia y el odio.
La violencia es una manifestación cultural propia del ser humano, la misma, es aprendida y transmitida, de manera inconsciente, y al parecer de generación en generación; algunas narrativas de padres de familia, que expresan a sus hijos que “no busquen pleitos, pero si les pegan, peguen, enfrenten”, pero otras ocasiones son los discursos, las narrativas, las expresiones que acompañadas de ideologías misóginas, machistas y homófobas entre otras, generan la división y exclusión de sectores de población que viven el desprecio, el poder y la exclusión de los grupos que se sumen como los dadores de vida y esperanza para cambiar este mundo.
En estos días, hemos escuchado sobre los discursos de odio, y la manera de denostar o perjudicar la imagen, la privacidad de las personas; dónde queda el límite entre la libertad de expresión y el discurso de odio, la narrativa de odio, la expresión de odio en contra del otro, el crimen de odio del diferente, al que se le quiere denostar. Pero, y ahí, en las expresiones de odio cuando se destina a intimidar, oprimir o a incitar a la violencia contra una persona o grupo en base a sexo, género, clase, raza, religión, nacionalidad, orientación sexual, aspecto físico, discapacidad, en ocasiones pienso si más bien, este podría ser el lado obscuro de la libertad de expresión que absolutamente todos tenemos como libertad.
Y serán justamente, aquellos mecanismos de opresión que la población en una posición de asimetría de poder, utiliza para someter, controlar e incluso disciplinar los cuerpos de aquellos que son diferentes, de aquellos que, por su color de piel, su condición sexual, económica, de salud, discapacidad, la edad, la clase, el sexo, el género, la raza, es comprendido en una dinámica social como inferior y hoy acusado de generar las condiciones de violencia en Michoacán, no nos confundamos, y no generemos expresiones que dañan, la violencia se genera no por eso, sino por, un conjunto de factores que deben ser analizados a la luz de la complejidad, y que los mismos son sistémicos, interdependientes, vistos de manera holística y transdisciplinaria.
La opresión se mantiene viva todos los días, en ocasiones invisibilizando, en otras tantas con estigmas o prejuicios, sometiendo por la vía de la violencia, la exclusión, la discriminación, como son aquellas expresiones donde generan culpa de la violencia a quienes no la generan en Michoacán, y otras tantas, asesinando, y desde luego que hoy, utilizando la necropolítica, definiendo qué cuerpos deben de vivir, qué cuerpos deben de morir. Por ello, me parece importante compartir la escala de odio que se puede alcanzar frente a la ignorancia de algunas personas que aun sabiendo el impacto que generan sus expresiones y por ende el riesgo a la población al desatar más violencia contra dichos cuerpos.
Las personas que generan odio, requieren de recibir procesos de capacitación y sensibilización para evitarlo, pero adicionalmente requieren de hacer trabajo comunitario para reconocer en la práctica lo que se vive en dichas comunidades en condiciones vulnerables, pero igualmente, se necesita que ofrezcan disculpas públicas de cara a la sociedad, no se puede dejar pasar por alto esta situación que vivió y vive la comunidad LGBTTTIQ+, que pone en riesgo su situación social y personal. El odio no permite la Paz y la convivencia social, evitemos el odio en sus diferentes expresiones.