El final de la fuente presidencial/Felipe de Jesús Monroy
Felipe de Jesús Monroy
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El final de la fuente presidencial
Felipe de J. Monroy
En realidad es muy probable que cada periodista de México considere
que hay dos tipos de profesionales en este oficio: los periodistas
críticos y aquellos que sólo se animan a cuestionar cuando tienen
garantizado su status. Y durante décadas todo parece indicar que así
fue.
Este pensamiento inercial ha sido tan fuerte y tan prolongado durante
tantos sexenios que frente a nuestras narices sucedió algo que pocos
han logrado ver aunque muchos se ya han intuido: el fin de la fuente
presidencial en México.
Premio o castigo, recompensa o expiación, posicionamiento o
aislamiento del periodista, la fuente presidencial en México tiene una
de las más inamovibles tradiciones del oficio informativo: Siempre hay
espacio para ella. Sin importar lo insustancial del acontecimiento, no
existía medio de comunicación alguno que no reprodujera en sus
primeros titulares la frase: “El presidente de la República, Fulanito
de tal…” y después el verbo que más se acomodara a la redacción.
Para los periodistas que cubrían la fuente presidencial, de las cinco
interrogantes básicas del periodismo clásico norteamericano, el
‘quién’ estaba de antemano respondida.
El encargado de comunicación social de la Presidencia de la República
era un oficio que no había sufrido mutación alguna en muchos sexenios.
Como le menciona Julio Scherer García en su clásico “Los presidentes”,
para el titular de esta oficina, el trabajo siempre es una simple
ecuación de relaciones públicas: hacer todo lo posible para que al
presidente se le tiendan las preguntas cómodas que le permitan
desplegar su talento y conocimientos, que al presidente no se le
cuestione, que al presidente se le escuche solamente.
Por supuesto estas condiciones no incomodaban a todos los periodistas.
Para algunos -quizá la mayoría-, la Presidencia era una fuente
periodística que les garantizaba el escaparate indispensable,
cotidiano, certero y de interés, no para sus lectores o audiencias,
sino para los poderes alternos que consideran a los medios de
comunicación como correo político. A través de una nota fácil, casi
siempre calcada de los buenos oficios del vocero presidencial, algunos
miembros de este gremio de periodistas han alcanzado la satisfacción
de su ego con numerosas publicaciones a lo largo de los sexenios.
Piezas periodísticas que no investigaron, que no verificaron y que
nunca imaginaron siquiera los propósitos para los que eran publicadas.
Para otros, sin embargo, la fuente presidencial se trataba de una
camisa de fuerza que impedía el escrutinio, la creatividad o la
maduración de una pieza contrastada con investigación y oficio a ras
de suelo. A esta clase de periodista le llega pronto el hartazgo
cuando una perorata del ejecutivo es demasiado vaga o frívola, o
cuando el vocero presidencial hace elocuencia de sus artimañas
pasivo-agresivas pavlovianas: “Es usted un gran periodista y
representa a un importantísimo medio. Quisiéramos darle una exclusiva
con le presidente, pero hay algo que me preocupa…”.
La cercanía con el titular del ejecutivo obnubila la mirada del
periodista sobre las diversas realidades más allá de los muros del
palacio. El presidente y la nación se confunden en un solo personaje
cuyas tramas aparentemente atañen y afectan a todos y afectan. Las
cuitas del presidente y la nación son todo el nutriente del apetito
periodístico y, sin ellos, prácticamente no habría razón para el
periodista de estar atado al régimen y el poder. Para seguir
parafraseando a Scherer: “La silla presidencial transmite el poder y
algunos males. Enferma la sangre o el ánimo, o el ánimo y el juicio, o
el ánimo, la sangre y el juicio. No es posible ir tumbo tras tumbo, de
sexenio sexenio, sin atribuirle a la presidencia algún misterioso
veneno”.
Pero algo de esto ha cambiado con el sexenio de Andrés Manuel López
Obrador. La fuente periodística, herida en su egolatría y atada en sus
búsquedas por la verdad, se ha visto limitada y recluida al espacio de
la Tesorería del Palacio Nacional con la cotidianidad de las
conferencias matutinas que, inagotables, vierten en los medios de
comunicación todo el discurso que el líder del régimen deposita lo
mismo a sus seguidores que a los detractores.
Ya no hay espacio para los juegos de relaciones públicas, de las
promesas de exclusividad o cercanía con el presidente a cambio de
matices gentiles en el ejercicio de la información publicada. En su
propio terreno, el presidente ya no es el ser inalcanzable, devoto de
su insustituible servicio en el despacho y esclavo de las multitudes
que le idolatran, la dilución de la investidura presidencial alcanza a
los periodistas de esta fuente que aún intentan reconocer qué es lo
que se necesita de ellos y qué pueden ofrecer a sus medios y a sus
audiencias.
Esta ansiada o despreciada fuente de información dejó de existir
cuando, de manera cotidiana, el presiente responde incansable a las
más inverosímiles inquietudes, demandas o preguntas de periodistas, de
pseudo periodistas o, incluso, de provocadores que no han hecho sino
promocionar su negocio o su persona.
¿Seremos capaces de cambiar algo a esta inercial y moribunda tradición
informativa? Quizá no. Y para muestra, el alucinante diálogo entre el
comunicador Nino Canún y López Obrador en una de las conferencias
matutinas. El periodista le dice: “Gracias a usted, señorpresidente”.
López le revira: “Gracias al pueblo”. Y, finalmente, Canún se
empecina: “No. Gracias a usted, no al pueblo de México. ¡Gracias al
presidente de la República!”.
Que luego no digan que no hubo oportunidad para volver al periodismo
de calle, de muchas voces y muchos clamores. Que se conformen quienes
sólo quieren dar gracias al jefe en turno.
@monroyfelipe