El dilema de Sheinbaum/Federico Berrueto
La sucesión anticipada y los dados cargados dañan la imagen de Claudia Sheinbaum, quien por mérito propio tiene derecho de aspirar ser candidata presidencial de Regeneración Nacional.
Como todo ejercicio público, su desempeño en el gobierno de la Ciudad es debatible. El balance le es favorable. El Presidente debe apoyarla como gobernante, no como aspirante.
La mejor manera, contrariamente a lo que hace, es dándole un espacio propio para que se muestre tal como es, y no como una expresión de continuismo.
Sin que se puedan echar las campanas al vuelo, hay acciones que legitiman su aspiración: el avance contra la impunidad con la ley en la mano, la disminución de la criminalidad, la buena gestión contra la pandemia y la exitosa vacunación.
Cuando se lo propone, su estilo contrasta con lo que pasa en el nivel nacional: tolerancia y respeto a quien disiente, entendimiento con la diversidad, además de colaboración y coordinación con los gobiernos de las entidades vecinas, especialmente el del Estado de México.
Ojalá fuera igual con las autoridades de las alcaldías de todos los partidos.
La peor acción, aunque en apariencia aconsejable, es mimetizarse con los modos y estilos del Presidente. No lo requiere, no le vienen y la desnaturalizan. Bueno o malo, Andrés Manuel es un caso singular, irrepetible e inimitable.
De la misma forma el proyecto político del grupo gobernante deberá transitar de la etapa destructiva de la pretendida transformación al momento constructivo y de institucionalización.
Dos temas son fundamentales: primero, el desempeño dentro de la estricta legalidad para que la lucha contra la impunidad y la corrupción sea con el peso de la norma y las instituciones, y no solo por la arenga incendiaria; segundo, la recuperación del sentido libertario y progresista de la izquierda mexicana, que significa revertir la militarización de la vida pública y la recuperación de los valores de la coexistencia de la diversidad, en el más amplio sentido social y con un propósito de corresponsabilidad. Es decir, recuperar el principio republicano de un gobierno sujeto al interés general, no a causa particular o grupo.
El futuro que se avizora después de las elecciones de 2024 gane quien gane la presidencia, es el retorno de la pluralidad. Será de esta forma porque las condiciones de la contienda de 2018 son radicalmente diferentes a las que se perfilan. Los comicios de 2021 fueron prueba de ello, y adquiere mayor claridad en el voto de las zonas metropolitanas y de las grandes ciudades. López Obrador goza de una elevada aceptación popular, pero no así los resultados de gobierno.
La popularidad no se transfiere, menos cuando hay desencanto en los sectores medios y con mayor escolaridad, sí minoritarios, pero con mayor influencia en el resto de la sociedad y cruciales para el consenso nacional para un exitoso gobierno.