Dos procesos en curso
Comparar el proceso del oficialismo con el de la oposición conduce a reivindicar la competencia. Para las burocracias partidistas la competencia divide y compromete la unidad, pero es justo lo contrario. El PRI se debilitó por sus prácticas autoritarias, particularmente en la designación de candidatos. El peor momento del PAN se dio cuando perdió su tradición de que las candidaturas se ganaban cara a cara, ante un órgano libre y representativo de iguales y no con la imposición.
El presidente López Obrador hizo suyo el prejuicio contra la competencia. Entendió que no podía haber imposición tipo priísta, no porque significara hacer propios los usos y costumbres que tanto dice repudiar, sino porque llevaría a la división y le restaría fuerza competitiva a la aspirante de su preferencia, Claudia Sheinbaum.
El triunfo de Claudia se construyó desde tiempo atrás. A todos queda claro que es la favorita, la preferida para darle continuidad al proyecto. Adán Augusto representó un seguro de contingencia. Andrés Manuel concedió a Marcelo Ebrard abrir el proceso bajo la certeza de que no habría cambio de lo construido con anticipación. El tema no fue la renuncia de los aspirantes a sus respectivos cargos, concesión mayor y con un elevado costo a su gobierno, sino que no hubiera competencia, debates, propuestas ni criterios de diferenciación.
Distinta la historia en el Frente, donde el diseño ha sido darle cauce a la competencia y al anhelo de muchos de ser considerados opción. En estos momentos todos coinciden en que hay un enfrentamiento civilizado y respetuoso entre Xóchitl Gálvez y Beatriz Paredes. La contienda es real, abierta y de tensiones reales con los matices y la cordialidad propia de disputar la representación de una coalición muy amplia y diversa.
Las diferencias de los dos procesos saltan a la vista. En el oficialismo la discusión se centra en la autenticidad de la contienda y particularmente en la interferencia ilegal del gobierno y el uso sin freno de los recursos públicos. No hay imparcialidad y por ello el presidente tiene que salir a precisar que todos se han portado bien, que Marcelo entienda la fiesta y el baile que le corresponde. La percepción de farsa es inequívoca.
Las heridas de la contienda interna sanan cuando es auténtica, justa y con conducción dominada por la imparcialidad, no las de un proceso con dados cargados. Aun así, no habrá ruptura en el oficialismo porque el poder cohesiona, mientras que la unidad a construirse en el Frente tendrá otra dimensión, obligada porque se trata de ganarle a un adversario poderoso y dispuesto a todo. Para ello se requiere la suma de la diversidad, además de que el planteamiento ha sido el ofertar un gobierno de coalición, que se construye en el comportamiento de la ganadora y los no favorecidos. Es un resultado que plantea la necesidad de ausencia de perdedores, porque la batalla que importa apenas inicia y es tarea de todos ganarla. De por medio está la defensa del sistema democrático, de las libertades públicas y de la existencia de la pluralidad.
Los aspirantes mucho aprenden del proceso en el que participan. Pero no es igual la experiencia propia de una contienda auténtica, razonablemente justa y con la incertidumbre del desenlace. En la farsa o trampa la derrota es amarga y sólo la matiza el reparto de beneficios materiales o de promoción política, además el ganador nada bueno aprende.
Para quienes compitieron en el Frente seguramente llegan a la cuenta que la política importa y mucho. Las bases y lealtades partidistas son reales y deben considerarse. La ciudadanización totalizante es falsa si se entiende como negación de la política o de los proyectos comunes, caso de los partidos políticos. Para ello es menester diferenciar a las dirigencias o cúpulas de las bases sociales. Los partidos importan, por más disminuidos, desprestigiados y mal dirigidos que sean.
La comunicación es lo más relevante de la actualidad política. Fundamental para convocar, convencer y movilizar adhesiones. La opinión publicada juega, al igual que la cobertura veleidosa por los medios de la realidad y de la contienda, más con la mala lectura de los múltiples estudios de opinión que son parte de la decisión de ambos procesos.
El oficialismo ofreció reglas que niegan la contienda y la parcialidad restó credibilidad al ejercicio; el Frente, muy superior en diseño y operación, así es porque se entendió que la competencia fortalece.