Divide y vencerás/Salvador Jara Guerrero
Divide y vencerás
Salvador Jara Guerrero
Las comparaciones son odiosas, dice el dicho. Pero las generalizaciones lo son más. Ni todos los migrantes son delincuentes, ni todos los mexicanos corruptos. La tendencia a generalizar a partir de observaciones individuales parece ser una característica innata del ser humano, como también lo es la capacidad de razonar y darse cuenta que las generalizaciones pueden ser, en ocasiones, de alguna utilidad, logran ser una herramienta, pero difícilmente se corresponden con la realidad, menos aún si se construyen con escasa evidencia.
El estudio de los grupos humanos nos ha enseñado que ninguno es homogéneo, que en los grupos más conservadores hay progresistas, en los progresistas hay conservadores, en los grupos religiosos hay desde los dogmáticos hasta los cercanos al escepticismo. Las matemáticas y la biología han sido los instrumentos que nos han permitido estos hallazgos. Y este es sólo uno de muchísimos ejemplos que muestran la importancia y potencialidad de las ciencias básicas. No es infrecuente que se asocie la utilidad de las matemáticas solamente con temas de estadística aplicada o hasta contaduría, pero estas van mucho más allá en temas más fundamentales que si bien en el momento en que se estudian no se les vislumbra utilidad alguna, siempre dan frutos insospechados.
Pero regresando al tema que nos ocupa, el descubrimiento de que no hay grupos en los que sus integrantes sean iguales, que piensen igual, tengan las mismas creencias, que compartan exactamente la misma ideología o que tengan los mismos vicios, en realidad sólo confirma lo que ocurre en el mundo pero que en muchas ocasiones nos negamos a reconocer. No somos iguales ni siquiera los más iguales. Generalizar es un error, la diversidad está siempre presente. Cuando generalizamos cometemos una injusticia a priori, calificamos a todos por igual, penalizamos a culpables y a inocentes o santificamos a demonios.
Hay quienes se ciñen a sus principios y teorías y parecen cerrar los ojos a la realidad, como en la edad media, en la que los pretendidos sabios se negaban a mirar por el telescopio de Galileo.
Y otra vez viene la ciencia al rescate. ¿Cómo conciliar visiones distintas y hasta encontradas? ¿O cómo decidir cuál teoría funciona mejor? La respuesta es la evidencia, hay que atreverse a mirar por el telescopio, a costa de darnos cuenta que estamos equivocados.
La historia nos muestra el tortuoso camino que hubo que recorrer para alejarse de los fanatismos y los dogmas y dar paso a una actitud científica que considerara la evidencia como elemento fundamental en las decisiones penales. Antes de ello, la culpabilidad o inocencia dependían de la opinión y del dicho de una o varias personas y en ocasiones sólo de la voluntad vengativa o amiga de alguien. ¿Cómo decidir la inocencia o culpa de un acusado? Cuando se decidió dejar de lado los dichos y recurrir a las pruebas nació la ciencia. Son los filósofos naturales quienes mejor aprovechan esta nueva forma de resolver las interrogantes, y las opiniones y puntos de vista opuestos, a pesar de que esta concepción de búsqueda de la verdad nace en el derecho, como consecuencia de la duda en la razonabilidad de los juicios.
Hoy nos encontramos con generalizaciones absurdas que descalifican al prójimo, culpan inocentes y absuelven culpables. En todos los partidos políticos, en todas las religiones, en todos los estados del país, en todas las ciudades y todos los grupos hay diversidad y en todos vemos que la falta de tolerancia prudencia divide. Quien no piensa lo que yo pienso o no hace lo que yo hago es mi enemigo.
Lo que necesitamos hoy, más que nunca, es aceptarnos en la diversidad que somos, es una riqueza ser diversos, no hay otro igual a cada cual y más nos vale reconocerlo so pena de quedarnos solos, cada uno, pasando cada vez a grupos más pequeños y dividiéndonos cada. Divide y vencerás, quién nos divide, nos vencerá.
El error de no mirar a tiempo la evidencia, de no mirar el mundo y fijar la vista sólo en nuestros dogmas, teorías o utopías sin dar cabida a duda alguna nos puede llevar a un despeñadero en el que tendremos que tapar el pozo después del niño ahogado.