Diálogos de vida/Santiago Heyser, Sr. y Santiago Heyser, Jr.
“Dejar huella”
El diálogo sobre cómo vivir inició sin rumbo; de pronto mi hijo me dijo: “-Sabes papá, la humanidad va mal, por eso estoy tratando de, cuando menos dejar una sonrisa en las personas con quienes interactúo”.
La charla versaba sobre los “viene, viene”, esas personitas que se han apropiado de calles y estacionamientos para prestar los innecesarios servicios de cuidado del auto, así como ayuda para salir del cajón del estacionamiento; -Normalmente no les daba nada, me dijo, ya que no es un servicio que yo haya requerido y para meter reversa y salir no necesito de ayuda, y en cuestión de seguridad, el único que puede dañar mi auto es el mismo que dice cuidarlo; muy diferente quienes me ayudan con las compras, las llevan al auto y las ponen en la cajuela; lo mismo con los viejitos que empacan en las cajas de los supermercados, son gente que dan un servicio y buscan ganarse la vida. Hubo un tiempo en que les daba dos pesos, ahora les doy diez o veinte, la proporción comparada con una compra de dos mil pesos, no afecta mi economía, pero para ellos diez o veinte pesos son mucho. Respecto a los “viene, viene”, decidí que por ellos y por mí, les daría trato respetuoso, finalmente son personas y no están robando, están buscando una forma de sobrevivir y podré criticar la utilidad del servicio que prestan, pero no están robando; por eso a partir de ayer les doy sus cinco o diez pesos y yo ni más pobre, ni más rico… Con ello en mente, ayer inicié otro experimento, cuando el “viene, viene”, se acercó para recibir el pago, bajé un poco más el cristal del auto, me presenté con mi nombre y le pregunté el suyo. –Pablo, me contestó sorprendido. –Gracias Pablo, le dije, gracias por cuidar mi auto y le di las monedas. Su cara de sorpresa esbozando una sonrisa es lo mejor que recibí ayer; entonces me di cuenta que tratar a cada persona con respeto y llamarla por su nombre es mágico y lo es en ambos sentidos, el “viene, viene” se quedó sorprendido y contento (creo que fue por haber recibido un trato personal), y yo me sentí muy bien… no costó nada.
Derivado de lo anterior, padre mío, es que decidí hacer lo propio con todas las personas y dejar huella con la recepcionista, con el que carga las cosas en el súper, con el chofer del taxi, con el que recoge la basura y con todas aquellas personas con las que de una u otra manera interactúo durante el día, y obviamente, con vecinos, parientes y familia. En este mundo convulso en donde el egoísmo, el individualismo y el abuso son lo cotidiano, aportar un poco de humanidad en nuestro trato con nuestros semejantes puede hacer diferencia, ese es a partir de ayer mi experimento; lo padre es que en el procesos yo gano, me siento bien y me alegra ver la cara de sorpresa y alegría de quién es tratado y reconocido como persona; es dramático ver como a quienes con necesidad se nos acercan en las esquinas para pedir ayuda, vender un dulce o nos tratan de prestar un servicio, prácticamente no los vemos, es decir, si los vemos pero los ignoramos, pareciera que no estuvieran ahí y viéramos a través de ellos, como si no existieran y eso, padre mío, es deshumanizarnos y de ahí la crisis moral y ética que vivimos en tiempos actuales.
La sensación que tengo, es que al presentarnos y preguntar el nombre a las personas, creamos un vínculo y generamos una conexión humana que nos hace sentir bien dada nuestra naturaleza social-emocional; pareciera que el mensaje implícito es: “Me doy cuenta que existes, que eres un ser humano y lo valoro”. Lo que trasciende el trato automatizado de “buenos días, buenas tardes” cuando tratamos a las personas por su utilidad respecto al servicio que nos prestan, que si bien puede ser educado y amable, carece de la emoción y la calidez humana… ¡Así de sencillo!
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Un saludo, una reflexión.
Santiago Heyser, Sr. y Santiago Heyser, Jr.
Escritores y soñadores