Diálogos de vida /Santiago Heyser, Sr. y Santiago Heyser, Jr.
“Comunicación IV: ¡Así soy yo!”
Uno de los mayores problemas para relacionarnos y comunicarnos, es la posición intransigente de: ¡Así soy yo!
Muchas veces, el problema de comunicación no está en la forma o calidad con la que se envía el mensaje, sino en la actitud y el interés de entender de quien lo recibe. “No hay peor sordo que el que no quiere oír”, reza el dicho, y es muy cierto, comunicarse con quién está en la posición intransigente de que solo su verdad cuenta o en una actitud conflictiva argumentando: ¡Así soy yo!, aunque en el fondo reconozca sus equivocación, no conduce a nada, ya que lleva el intento de comunicación al nivel personal en donde la razón o la verdad no cuentan porque todo es emocional y los argumentos se invalidan con la expresión: ¡Así soy yo!, lo que convierte el diálogo en “diálogo de sordos”. Un buen ejemplo de esto, son las discusiones sobre religión, deportes o política, en donde prevalece la sinrazón y el punto de vista de cada uno, sin llegar a un acuerdo, porque cada uno, sin análisis y sin razonamiento, tiene su verdad; lo que también sucede con frecuencia en las discusiones conyugales o familiares.
Pareciera que de forma natural tendemos a analizar e interpretar basados en nuestra personalidad y formas de pensar lo que hace que los mensajes pasen por “nuestros filtros personales” y se acomoden a lo que queremos... “Todo depende del cristal con que se mire”, dice el viejo refrán que describe este fenómeno con claridad; sin embargo, esto no significa que estemos condenados a tener una mala comunicación y mucho menos, es un argumento para justificar la necedad o la incapacidad para ser objetivos y claros a la hora de comunicarnos,. Ojo, no es que el tener diferentes puntos de vista sea un problema, eso es común y natural, de hecho la sociedad humana se ha desarrollado entre otras cosas gracias al enriquecimiento mutuo entre las personas y sus distintas formas de ver y pensar. El problema surge cuando le damos más valor a nuestra “verdad” apoyados en nuestro interés y en nuestro sistema de creencias, anteponiéndolos a la realidad y o al contenido del mensaje, eliminando toda posibilidad de entendimiento, ya que cualquier mensaje que recibamos va a tener una dosis de interpretación subjetiva distorsionándolo; lo mismo sucede a la inversa, cuando nuestro interlocutor tiene ideas preconcebidas y no un interés legítimo de escuchar o entender.
Cada vez que argumentamos “¡Así soy yo!”, lo que en realidad estamos diciendo es que para nosotros no tiene ningún interés el razonamiento o el mensaje, impidiéndonos la posibilidad de poder aclarar puntos de vista, de escuchar, de comprender de manera profunda a la otra persona, de crecer, desarrollarnos, aprender y enriquecernos gracias a nuevas perspectivas, o cuando menos, tener la tranquilidad de que se ha tenido una conversación clara, respetuosa y objetiva, independiente de que compartamos o no los puntos de vista, conclusiones u opiniones de la otra persona. Algo parecido sucede cuando nos identificamos en exceso con algún grupo social, organización, institución o postura ideológica; esto no tiene que ver con que tengamos afinidad o afición por algo o alguien, o que seamos empáticos con cierto grupo de personas, movimiento o tradición; de lo que estamos hablando, es que al perder objetividad y dejar de razonar, el proceso de comunicación se ve afectado de forma sustancial porque tendemos a descalificar los mensajes por que no encajan con nuestro sistema de creencias o nuestros intereses, imposibilitando que la comunicación funcione.
Otra vicio que encontramos derivado de nuestras ideas y creencias, es la desautorización de los mensajes como consecuencia de descalificar al emisor. Cuando tenemos prejuicios respecto a alguien, tendemos a anular cualquier cosa que esta persona diga, independientemente de que lo que exprese tenga sentido, sea verdad, tenga razón o pudiera aportar algo a nuestras vidas; estos prejuicios que van acompañados frecuentemente de emociones negativas, no solo distorsionan los mensajes, sino que además los bloquean imposibilitando el proceso de comunicación.
Reflexionemos acerca de los beneficios que podemos obtener si nos mantenemos objetivos, abiertos y con una disposición permanente al diálogo, evitando los prejuicios y el uso de las etiquetas, siendo sensibles y empáticos con las personas con las que hablamos, pensando y razonando para que nuestras emociones no nos jueguen en contra y hagan ruido en nuestra comunicación y sobre todo, asegurándonos de que nuestra personalidad y sistemas de creencias no se interpongan a la hora de comunicarnos con los demás; sin duda saldremos ganando si dejamos de argumentar: ¡Así soy yo!… ¡Así de sencillo!
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Un saludo, una reflexión.
Santiago Heyser, Sr. y Santiago Heyser, Jr.
Escritores y soñadores