Diálogo/Mateo Calvillo Paz
En las campañas falta honestidad, verdad, amor. Los líderes no ganan con un proyecto de nación y con calidad humana sino con la habilidad para alegar y hacer discursos.
La contienda se realiza en dos niveles:
En el nivel superficial, en las expresiones se manejan los principios y valores que se deben manejar, que se espera cuando se tienen valores y una conducta honesta. Se presentan el bien del pueblo, las propuestas que la gente espera de los jefes.
Pero todo queda en el plan del discurso, no hay contacto con la realidad.
En el nivel profundo, de la verdad aparecen los verdaderos bienes que buscan los actores, que ellos no nombran pero que aparecen en la superficie. Se busca el bien egoísta y partidista, se busca el poder por todos las ventajas que lleva consigo y se da la espalda a los grandes problemas, graves de las multitudes, de los pobres. Los problemas de la violencia, la inseguridad y el Estado fallido, de la supervivencia y del progreso sustentable, de la salvación del planeta pasan a segundo plano ante el problema de ganar la elección para bien del propio Instituto.
Basta con fijarse en el perfil de los candidatos y de sus asesores más importantes. Se eligen como cualidades: la agilidad mental para alegar para evadir los problemas y contra atacar, de decisión, arrojo para imponerse. Triunfan los “bocones”, que no se dejan, que aplastan al humilde. Se gasta demasiado tiempo en atacar al adversario.
Tiene éxito la habilidad retórica y de mercadotecnia para vender el producto del candidato y del partido. Usan un estilo atractivo, según las características de los clientes que estudian primero.
Una consecuencia muy grave es que no hay debate en torno a un modelo de país para resolver los problemas existenciales. En realidad no hay debate, sólo polémicas. No se busca desde distintas posiciones el bien del país. Hay rounds de sombras, los asesores de campaña son campeones en “resbalarse” los ataques, inflar hasta el infinito sus magros logros y sentirse vencedores en la discusión.
Así se explica el perfil de los futuros servidores públicos. Son buenos dialécticos, manejan las palabras para inducir a los sencillos, a los débiles que no tienen estudios. Son buenos en el arte de alegar, de vencer en la polémica, pero no son estadistas ni servidores públicos.
La política se ha corrompido, es una más de las múltiples manifestaciones de la corrupción. Se ha desnaturalizado, ya no es el servicio a la persona, la gestión de la cosa pública, no importa asumir la realidad, enfrentar los grandes problemas nacionales y buscar el progreso para todos. Es una enajenación, ha perdido contacto con la realidad de los grandes problemas, con las aspiraciones de los mexicanos. Se realiza en el mundo de las fantasías de los aspirantes al poder, individuos o institutos.
Finalmente, es una política-ficción, un juego de palabras, de rounds de sombra en los discursos y propaganda política, en los mítines, en la votación en la que el vencedor está tal vez negociado de antemano o se cometen fraudes que deciden la elección. ¿Recuerdan la elección del 88 cuando “ se cayó el sistema”?
Es una ficción el país que presenta, pintan el país ideal, con los gobernantes ideales, moralmente íntegros como héroes y santos. Ellos van a realizar el cambio, hacer todas las cosas perfectas, en la más acabada justicia. Con ellos se realizará la utopía, el país que soñamos. Todo es bello y perfecto pero sólo en el discurso. La verdad, los hechos no vendrán. Son promesas vanas, un escenario que ya hemos vivido.
Como ha afirmado Silvano, los políticos necesitan demostrar hechos. El discurso se ha corrompido, se ha vuelto vano. El país que pintan es perfecto, maravilloso pero es sólo fantasía, sin conexión con el país de atraso y miseria, muerte impunidad que ha construido la clase dirigente.
El contenido de una campaña, en su conjunto, es una ficción: los discursos, spots, actitudes. No es difícil interpretarlo: cuando dicen “México” quiere decir “yo” o mi partido, mis cuates”. Cuando prometen un México de primer mundo, es para ellos, para la casta de privilegiados. Si gano, afirman, no guardaré rencor y tendré la mano a todos. Si pierdo, voy a soltar al tigre, a azuzar a mi gente.
¡Despertar, despertar, despertar! Al pueblo democrático, inteligente, responsable de su destino le urge despertar. Hay que tener sentido común, abrir los ojos para que no nos vean la cara otra vez. Ya no podemos creer en promesas. Se necesita la conversión de la clase política y hechos, hechos, hechos…